lunes, 6 de noviembre de 2017

A doce años de haber sufrido anorexia. La vida puede ser todo lo mejor que imaginaste, y más

El tiempo se consume sin cesar ante nuestros ojos. A veces lento, a veces muy rápido. Han pasado casi cuatro años desde la última vez que escribí aquí, y muchas cosas han cambiado en mí y en mi vida.


Justo en ese año y el siguiente vi destruidas las sucesivas vidas que me fui construyendo por lo menos tres veces. En 2013 me casé en una ceremonia budista con el que había sido mi compañero por ocho años. Nos fuimos de luna de miel al sureste asiático y nos separamos seis meses después de la boda. ¿Qué pasó? Él dice que tomamos caminos distintos. Yo digo que diferentes siempre fuimos, que más bien él tuvo una súper crisis de los 40 y no estuvo para apoyarme en un momento en que yo lo necesitaba después de haber dedicado tres años de mi vida a ayudarlo a echar a andar una agencia de comunicación.


Inicié una maestría en antropología social que me hacía muchísima ilusión y tuve que dejarla porque con la separación tuve dificultades económicas, la beca no me alcanzaba ni para pagar la renta y tuve una recaída de tifoidea que me hizo faltar a clases varias semanas.


 
Mis compañeros de la maestría con una de mis mejores amigas que fue mi maestra y Roberto Melville, una de las vacas más sagradas del CIESAS. La segunda foto es la presentación de un libro de José Sánchez, uno de los mejores y más entrañables maestros que tuve, quien me hizo el honor de invitarme como moderadora.


Durante los meses turbulentos de la separación tuve una de mis peores crisis de insomnio y mi ex --que aún no era ex-- me insistió en que consultara a un psiquiatra. Por primera vez en mi vida accedí a tomar medicamento y me diagnosticaron como un caso leve y altamente funcional de trastorno bipolar. También volví a terapia, y mi terapeuta fue contraria a la idea de que tomara medicina, pero lo hice ante todo para tratar de salvar mi relación. Duré tres meses tomándolos y  mi relación se fue al carajo de todas maneras. Sin embargo descubrí que el medicamento me ayudó mucho con la ansiedad, que en esos meses se volvió un peso que no me dejaba respirar ni pensar. La depresión simplemente se fue volviendo más manejable con el tiempo, la terapia y el apoyo incondicional de mi familia y mis amigos cercanos.







A diferencia de la anorexia, que sí considero una enfermedad que me hizo daño, decidí que para mí la bipolaridad no es un trastorno, sino una condición. Me ha acompañado por lo menos desde los catorce años, y nunca cambiaría el fuego encendido de la hiperia por la tranquilidad de una vida más plana y estable, aún si tengo luego que pagar el precio de temporadas de honda depresión. Digo, de todas formas, a mí la depresión me ha acompañado desde los ocho años. Es parte casi natural de mi vida y afortunadamente cada vez sé manejarla mejor.



El 2014 fue una continuación de ese maremoto. Una de mis mejores amigas vino de Ecuador a estudiar una maestría en México. Parte de su elección para venir acá y no a Brasil estuvo determinada por lo mucho que yo la necesitaba. Estuv poco más de un mes en mi casa, viajamos juntas, me ayudó mucho y también tuvimos terribles desencuentros: a ambas nos habían pasado muchas cosas desde que vivimos juntas en Madrid conquistando el mundo cada noche. En esa época también salí unos meses con un compañero de la maestría que terminó dejándome sin explicaciones porque un buen día se vio mudando maletas y llevando a los niños al kínder y le entró el pánico sin que yo siquiera pensara en nosotros como una pareja estable.


A fin de año me fui con mi amiga y un amigo suyo a una playa del Caribe Mexicano donde yo pensé quedarme a vivir por una temporada. Tuve una crisis de manía como nunca antes, y por primera vez en la vida en ella hice daño a varias personas además de mí misma. Ella y yo peleamos sin cesar por dos semanas hasta que me mandó al demonio. Mi amiga conoció en ese viaje a alguien con quien sigue hasta la fecha y yo conocí a muchas personas que tocaron mi vida de distintas e importantes maneras.

Foto: Kamila Chomicz, cineasta polaca que conocí en Bacalar.

Ese año también me ofrecieron un trabajo bastante bueno en una revista que me gusta. El sueldo no estaba mal, mi jefe fue una de las personas más extraordinarias con las que he trabajado y el equipo era genial. El dinero me cayó bien para estabilizarme, y descubrí que ser o tener un jefe zapatista es una de las mejores cosas del universo. No sólo me dejó irme a Chiapas a una semana de haber entrado a trabajar; una noche me recibió con mis dos rumies a las 3 de la mañana con recalentado de pozole cuando veníamos de una fiesta. Luego la dueña de la revista exigió su sacrificio de sangre anual y pidió mi cabeza. Desde entonces he sido vagabunda internacional y freelance de tiempo completo.




En 2015 me fui a Nicaragua a visitar a otra de mis grandes amigas editoras, y tras eso por fin conocí Nueva York. Ambos lugares y lo que trajeron consigo fueron para mí el inicio de una nueva vida que estoy profundamente agradecida de tener. Nicaragua me recordó la diferencia entre viajar y simplemente cambiar de lugar, y Nueva York se convirtió en una de mis ciudades favoritas, y con el tiempo en mi segundo hogar.
Ahora reparto mi tiempo entre la Ciudad de México y Manhattan como mis dos bases, y he seguido viajando mucho por México, también por Estados Unidos y Centroamérica, y espero el próximo año ir a Sudamérica o volver a Europa.

En Harlem, en casa de mi amigo Jas, que me dio mi primer hogar en Nueva York.




Laboralmente he sido parte de proyectos increíbles: edité las memorias de un piloto que trabajó para aerolíneas de tres continentes, y eso me dio el regalo de conocer a alguien que, siendo piloto como mi papá, tuvo la vida plena y llena de aventuras divertidas que él no tuvo. Participé en la edición electrónica de un libro de ficción histórica que quedó atorado, en una enciclopedia sobre artistas del estado de Guanajuato, y mi portafolio de periodista freelance sigue creciendo con nombres tan impresionantes como National Geographic o Univisión.

En Harlem, con mis trencitas senegalesas que me hizo Mama Sissy.

También volví a enamorarme. Nos conocimos en 2016 en la fiesta de San Patricio, justo el mismo día que me enteré que mi ex se había vuelto a casar. Fue un amigo en común quien nos presentó, un buen tipo tan alcohólico que teniendo padre irlandés no sabía del desfile de ese día; para él la festividad era sólo beber. Aunque nacimos en extremos opuestos del planeta mi ahora compañero y yo compartimos muchas cosas fundamentales: valores, prioridades, dos idiomas y la capacidad de ser blasfemos en las dos mismas religiones (budismo y catolicismo).  También tenemos en común pequeñas tonterías que hacen el día a día más sencillo: vimos las mismas caricaturas con doblaje mexicano, sabemos las mismas canciones pop cursis y hemos leído a muchos de los mismos poetas. A ambos nos encanta viajar y tenemos el privilegio de tener un trabajo de ubicación independiente.


De picnic antes de una noche de películas en Bryant Park, Nueva York.

Hoy soy más feliz de lo que nunca había sido. He hecho cosas que jamás hubiera podido realizar si no hubiera perdido las vidas que tanto anhelé y trabajé por construir. Descubrí que a veces tenemos que dejar ir lo que queremos para encontrar lo que verdaderamente amamos. Y pues nada, aquí sigo, la vida sigue.


Foto: Todd Shaffer, de su roadtrip de Este a Oeste en Estados Unidos.


Abrazos a todas, cuéntenme por favor cómo están. Siempre las pienso, son parte del viento bajo mis alas y de la fuerza que me hace seguirme levantando. Con mucho amor,

A.

martes, 4 de febrero de 2014

A ocho años de la recuperación de un TCA. Tanto tiempo y tantas cosas

Hola a todos. Hace mucho, muchísimo que no escribo por aquí. Casi tres años para ser exactos. ¿Qué ha pasado desde entonces? Bueno, un montón de cosas.

La familia y los amigos bien, con los vaivenes cotidianos que dan sabor a la vida. C, mi mejor amiga es ya mamá de dos niños preciosos que adoro. F, mi mejor amigo se casó en septiembre del año pasado con una chica ecantadora que lo adora y es capaz de iluminar un cuarto entero con su sonrisa. Mi hermano se mudó a vivir solo, cerca de donde yo vivo desde que salí de mi casa. Mi mamá sigue con su trabajo normal y el negocio propio de cremas cosméticas que puso con un amigo de la universidad va bien. Mi amigo A. dejó de beber, se hizo de una novia que lo adora, se tituló, encontró un trabajo que casi le gusta y ahora camina otra vez por la cuerda floja. Taaaan nosotros, nunca nos aburrimos, pues.

Yo he cambiado de trabajo muchas veces, fui editora freelance para los dos grupos de medios más importantes de mi país; la chamba en uno de esos lugares terminó estrepitosamente mal, sí por un error profesional, pero sobre todo por error humano, que es de lo que hablo aquí. Estoy por terminar de coeditar un libro de ensayos sobre mujeres con un amigo de la facu de filosofía en el que, además, escribo con una amiga indígena chol un texto sobre mujeres zapatistas.

También he viajado mucho. Por México entre 2011 y hasta mediados de 2013: muchas playas, al norte, al sur, en el Pacífico, en el Golfo, el Caribe un montón de veces, Baja California quizá dos veces, casi un mes por la península de Yucatán en 2012, Chiapas y Oaxaca en varias ocasiones (aunque siempre menos de las que quisiera). Estuve el verano del año pasado en Tailandia, Camboya, Indonesia y Corea con mi chico (algo como una luna de miel). Hice el examen para entrar a la maestría en antropología --un proceso laaarguísimo de tres etapas, en el que tuve que hacer el examen de idioma y de conocimiento desde una micro isla en Indonesia con 13 horas de diferencia horaria--, me aceptaron (es un pograma de tiempo completo, con beca) y entré en septiembre de 2013.

Lo que quería pasar a decir es que, aunque he tenido un par de depresiones bastante profundas (cosas naturales de la vida, de las que le pasan a casi todo el mundo, supongo) estoy muy bien, contenta. La vida sigue, siempre. Para mal a veces, pero, si sabemos seguirle el paso, casi siempre para bien.

No creo volver a escribir mucho por aquí. Hace un año (o quizá dos) me entrevistó una chica que estaba haciendo su tesis de antropología médica sobre trastornos de la alimentación y me localizó por mi blog. Hablar con ella me hizo ver que casi todo lo que tengo que decir sobre el haber tenido anorexia lo he dicho en este sitio. Quizá más adelante haga una recopilación de algunos textos trabajándolos un poco más (tengo el título en mente desde que iba en la universidad: Nietzsche para anoréxicas), pero por ahora creo que la historia está completa tal y como ha sido contada.

Tuve un tca, he sufrido de depresiones severas en distintos momentos de mi vida y durante mi infancia y adolescencia atravesé por pérdidas tan intensas de gente cercana a mí que, por decir lo menos, son estadísticamente poco probables de ser vividas por una persona tan joven como yo era en ese entonces. Ahora tengo 30 años y llevo ocho recuperada, que es la misma cantidad de tiempo que sufrí de anorexia. Esa historia va a ser parte de mi historia siempre, pero a la vez es algo que no me lastima constantemente, que simplemente le da un eco más profundo a mi risa o un toque más amargo a mis lágrimas.

Quería subir una galería de fotos, pero me he extendido horrores, así que más bien les dejo el link a mi cuenta de Instagram. Ahí encontraran muchas fotos de cosas de mi vida cotidiana: los lugares que visito, mi casa, mis plantas, cosas que cocino, la ropa que uso... creo que es simplemente la mejor manera de decir: sigo aquí. Así que ya lo saben, aquí estoy.

Besos,

A. (aka Lilith Nefesh)




 
(Pego en la entrada este correo porque el servidor lo devolvió). Parece que, después de varios años, la cuenta ya no existe. Espero que la chica esté mejor, antes de este mensaje intercambié con ella un par de correos. Si alguien conoce a Jesi, por favor dígale que le mando un saludo, que por una casualidad su correo me hizo volver a escribir acá.

---------- Mensaje reenviado ----------
Fecha: 4 de febrero de 2014, 3:12
Asunto: Re: hola
Para: Jesi Nuñez <jesi_099@hotmail.com>


Hola Jesi.

Estaba buscando algo en mi blog de extranjeraenmicuerpo (hace mucho que no lo actualizo, como verás, pero lo uso como una memoria virtual) y me encontré tu comentario y me entró la duda sobre si te había contestado.

Primero que nada espero que ahora estés mucho mejor, no sé cuántos años tenías en 2009, pero pues ahora han pasado casi 5 de eso... como sea te respondo un poco sobre tu mail, dime si necesitas algo más.

Besos.


El 20 de octubre de 2009, 21:07, Jesi Nuñez <jesi_099@hotmail.com> escribió: 
 
mi peso no es muy bajo peso 53 creo no me anime a pesarme porq toy hecha una vaca y mido 1.63.
Ese peso es un peso considerado ideal para tu estatura. Cualquier tabla de IMC te lo dice, y de hecho, si eres de huesos anchos o tienes mucha masa muscular incluso puede ser que estés demasiado delgada.
 
en estos momentos solo quiero adelgazar pero tambien quiero ser feliz disfrutar de la vida sin pensar en cuanto peso y segun eso si la disfruto o no.
me he preg muchas veces q gano con adelgazar, como vos me dijist, pero no se pienso q con eso me voy a sentir mejor y todos me van a querer mas.
Justo eso que describes es para muchas personas el inicio de un trastorno de la alimentación. En el momento que me mandaste el correo yo no era totalmente consciente de para cuántas personas el principio del infierno es justo así, porque mi caso fue algo distinto y no tenía que ver tanto con el peso como con la fragilidad, con pérdidas importantes en vida.
 
es raro porq otras veces siento q lo hago para hacerme daño pero no logro darme cuenta que es lo q me tiene asi.

Descubrir qué es lo que te tiene mal es una habilidad que lleva tiempo adquir. A mí darme cuenta de por qué tuve anorexia y cuáles eran los mecanismos que disparaban en mí esa autodestrucción me llevó años, por lo menos unos tres o cuatro, uno de ellos haciendo terapia con una psicóloga y los demás escribiendo, autoanalizándome mucho, dándome tiempo para pensar las cosas y profundizar en mí y mis sentimientos. Aún hoy --con 8 años de recuperación-- hay veces que entro en depresiones muy profundas y no me es fácil en un primer momento desentrañar por qué inició todo.

 
perdon por el mensaje tan largo .
gracias por leer esto
besos

Cualquier cosa que necesites no dudes en escribirme, prometo contestarte mucho, pero mucho más pronto que en esta ocasión.

¡¡Beso!!


miércoles, 25 de mayo de 2011

España y la anorexia. Tan sencillo, tan complicado

Ha pasado mucho tiempo. Estuve en España todo febrero y marzo de este año, con una beca para un curso de edición. El curso fue estupendo, los maestros excelentes, Madrid lindo,viajar por España mejor y mis compañeros fueron quizá lo más estupendo de la experiencia. Conocí muchos lugares y gente, aprendí muchas cosas no sólo en el terreno profesional o académico.

Las dos primeras semanas lo pasé fatal con la comida: me pesó el cambio de alimentación, además, nos daban el almuerzo en la cafetería (donde la comida no se caracterizaba por excelente) y para rematar, los meseros no terminaban de enterarse por qué no comprendíamos el menú (en los distintos países hispanohablantes parece que cada platillo tiene un nombre súper distinto). Total: nunca comía lo que quería y algunas cosas incluso me cayeron bastante mal.


Por el otro lado estaba la marcha madrileña, el canto de sirenas de la vida nocturna. ¿Y cómo no ceder a él? Muchas noches, aún sin la intención de ir de bares terminaba con algunos compañeros bebiendo en una librería, un bar, casa de alguien... de copa en copa y caña en caña hasta que la noche se hacía larga y se encontraba con la madrugada. Y sí, al día siguiente todos íbamos a clase sobrellevando nuestros desvelos y resacas tan bien como el cuerpo nos lo permitiera.

Para mí la segunda semana fue crítica: cogí la borrachera de mi vida y tuve miedo de recaer. La borrachera fue así: como cada noche entre semana, pensábamos quedarnos en casa, tranquilas (vivía con otras tres chicas). Pero mi compañera chilena me convenció de acompañarla al bar de enfrente (que era como visitar una peli de Almodóvar) para cenar. Me llamó también L., mi amigo madrileño, y quedamos los tres en el bar. Tomamos vodka y agua tónica, yo tenía el estómago casi vacío --ese día la comida me había caído particularmente mal-- y terminé súper ebria, al grado de vomitar de borracha por primera vez en mi vida tan pronto llegué a casa. Mi amigo entró al baño conmigo para asegurarse que no me desnucara contra algún mueble y me recogió el cabello --que traía suelto-- con sus manos. "¿Qué es amor sino esto?", me dije a lo largo de esa noche sin fin, que pasamos hablando recostados en el sillón sin dormir más que a ratos, contándonos cosas quizá demasiado íntimas, de las cuales recordaríamos sólo la mitad a la mañana siguiente.

En la foto, en otra borrachera épica. Empezamos en una librería de Malasaña, de ahí dos bares, luego tapas y perdernos por las calles de noche hasta terminar en un lugar de salsa bailando con cubanos.

Lo del miedo, como siempre, es menos poético, menos lindo. Diría que todo empezó cuando hablé con mi chico en videoconferencia y me dijo que me veía más delgada. "Pero si estamos comiendo más que la cresta", intervino una de mis compis para tranquilizarlo. Yo asentí y sonreí. Traté de portarme como si no pasara nada, pero no me salió. Y esa noche en la mesa del comedor , ya solas las cuatro, terminamos hablando. "¿Tuviste anorexia?", me preguntó una de las chicas poniendo el dedo en la herida sin más preámbulos. "Sí. Pero aparte...", respondí yo sin darme cuenta de todo lo que ese "sí" dicho de prisa implicaba.

Mi primera casa madrileña. (La segunda fue casa de mi amigo L., pero no hay fotos). La mesa de la revelación en un día más afortunado: hice lentejas y compramos kebab y vino.


Debo decir que mis sombras también se alimentaron de otro factor. Desde que me dieron la beca intenté quedar con una chica que conocía sólo por su blog y que ha devenido en amiga. Sin embargo, desde que tuve los boletos de avión en mano, ella estuvo mal. Ingresada por unos días, luego en casa esperando un ingreso en una clínica especializada. Y sí, tuve miedo. Por ella, por ambas, por todas. Porque volví a preguntarme, en medio del primer invierno de bajo ceros con lluvia de mi vida, si de verdad esto nunca se cura. Si nunca podríamos ser "normales" y tener una vida plena sin el demonio de la anorexia acechándonos a nuestra espalda.

Sólo sé que en algún momento, en un día entre las llamadas de larga distancia a mi amiga española, las videoconferencias con mi gente en México, las borracheras y la pésima comida de la cafetería me dije que si no quería que me trataran como enferma, no iba a actuar como enferma. Y ya. Así de fácil, así de difícil.

Esta foto es de Sevilla, donde casi al final del viaje mi cabeza y mis horarios eran un caos. Las dos chicas a mis lados me hicieron una cena de despedida divina en el hostal.

Y al final no fue tan terrible. Nadie me trató extraño por haber admitido aquella noche ante la mesa del comedor que padecí un trastorno de la alimentación. Nadie me controló la comida ni sacó conclusiones erróneas cuando me pasé media noche en el baño vomitando de borracha. De mis compañeras recibí un "No te vamos a dejar caer" que se tradujo en muchos abrazos, ofrecimientos para hacer la cena cuando la mitad de nosotras estábamos exhaustas y hambrientas y sobre todo oídos dispuestos a escucharme cada vez que me invadía la zozobra, cada vez que las cosas se pusieron mal o fueron duras. Y confesarle a mi amigo madrileño esa noche de borrachera que por años deseé no tener curvas tampoco trajo ninguna tragedia a mi vida. Recibió la confesión con la misma aceptación sin juicios con que ha recibido tantas cosas a lo largo de estos seis años y tres continentes que llevamos de conocernos. Y no pasó nada. A veces me sentí incómoda igual, otras incluso él me ayudó a revalorar mi "voluptuosidad" desde los vestires salerosos de aquella ciudad aquel invierno.

Mis compañeras de piso. Cuando tu país pasa a ser tu nombre, o al menos tu apellido: Chile, México, Nicaragua y Ecuador.

Ahora reinstalada en mi vida cotidiana me siento muy bien, feliz de haberme ido y feliz de haber vuelto. A veces todo es solamente así de sencillo, así de complicado. Abrazos.

Al final de la beca terminé pasando unos días en un okupa madrileño, recorriendo Andalucía e incluso tuve tiempo de visitar Portugal, larga deuda desde que en 2007 perdí un vuelo Londres-Lisboa. Todo el viaje fue estupendo, e incluso tuve la oportunidad de encontrarme con la primavera en Sevilla.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Yoga como tratamiento para la anorexia

Hola a tod@s. Hace mucho he pensado en pasar y contar cómo va mi vida, pero eso tampoco será, no totalmente en esta ocasión. Sólo quiero decirles que estoy bien, que con mi chico y en el trabajo todo va bien. Cumplí veitisiete años el mes pasado y creo que al fin empiezo a orientarme en mi edad, tras aumentarme algunos años desde los veinticinco ante mis alumnos.

En otras noticias, sí me concedieron la beca para ir a España. Estaré mes y medio por allá en un curso para editores de Latinoamérica y quizá por fin conozca Lisboa. La primera semana estaré en Santander (a principios de febrero), luego un mes en Madrid (estudiaré en la Complutense y viviré en una residencia de estudiantes) y una semana extra sólo viajando. Siendo latina nunca he tenido un invierno "real", así que agradeceré los consejos de las europeas sobre cómo lidiar con el clima y el tipo de ropa que debo usar... Sé que varias de ustedes son españolas y también me encantaría conocerlas. Por ahora mi itinerario es el dicho y además pienso ir a Toledo y a Sevilla. Todo lo demás aún no es seguro.

Encontré un blog increíble de una chica recuperada (está en inglés) y eso me hizo querer escribir esta entrada. Ya en otra ocasión había hablado sobre lo importante que fue la práctica de yoga para mi recuperación, de hecho para mí trajo resultados más inmediatos y mejores a corto plazo que la terapia, que para mí fue un proceso en muchas ocasiones duro y doloroso por la gran cantidad de tiempo que pasé sin tratamiento y la hilera de doctores que encontré sin la preparación o información necesaria; ya que cuando empecé a sufrir de anorexia entre medidados y finales de los 90 en México se sabía muy poco sobre estos trastornos. En fin.

Ahora les comparto algunos datos que encontré en un artículo en inglés. Traduzco fragmentos para ustedes.

Un estudio publicado en Psycology of Women Quarterly revela que la práctica de yoga está asociada con mayor satisfacción corporal y menos síntomas de trastornos alimenticios que el ejercicio aeróbico tradicional como correr o usar máquinas cardiovasculares. Las practicantes de yoga presentaron menos tendencia a verse como objetos, mayor satisfacción con su apariencia física y menos actitudes negativas relacionadas con la comida que las no practicantes.

La yoga ofrece una oportunidad sin igual de sanar la mala imagen corporal. Las diferentes posturas obligan a usar el equilibro, la fuerza, la tranquilidad, la concentración y la flexibilidad. El sistema yógico identifica los trastornos alimenticios como relacionados al primer chackra, que se se encuentra en el coxis.

Estas son algunas posturas que ayudan a equilibrarlo. Además, la mayoría de estas asanas ayudan a reducir la depresión, tranquilizar el espíritu y minimizar los efectos de la anorexia:

Montaña (Tadasana)

Párate descalza sobre una superficie lisa y uniforme. Mantén los pies juntos, y estira los dedos d elos pies. Estira los brazos a lo largo de los costados, con las palmas hacia los muslos y los dedos apuntando al suelo. Estira el cuello hacia arriba, manteniendo los músculos blandos y pasiva.
Distribuye tu peso de manera uniforme en el exterior y bordes internos de los pies, y en los dedos de los pies y los talones. Aprieta tus rodillas y abre la parte de atrás de cada rodilla. A la vez, haz fuerza en la parte delantera de los muslos. Aprieta los glúteos. Contrae el abdomen y levanta el pecho. Mantén tu cabeza erguida y mira hacia adelante. Respira de manera uniforme y consciente. Mantén esta postura por 30 a 60 segundos.

Montaña con brazos extendidos (Tadasana Urdhva hastasana)

En tadasana exhale y estírate desde la cintura, levanta los brazos frente a ti, a nivel del hombro. Mantén las palmas de las manos abiertas y una frente a otra.
Levanta los brazos sobre tu cabeza, perpendicular al suelo. Estira los brazos y los dedos. Estira los brazos más arriba de tus hombros, manteniéndolos paralelos entre sí. Extiende las muñecas, las palmas y los dedos hacia el techo. Siente el estiramiento a lo largo de ambos lados de su cuerpo. Contrae la parte inferior del abdomen. Gira las muñecas para que las palmas frente a frente. Mantén la postura durante 20-30 segundos. Respira de manera uniforme.

Tadasana baddha Urdhva hastasana

Párate en tadasana y lleva los brazos hacia el pecho, con las palmas hacia el pecho. Entrelaza tus dedos con firmeza, desde la base de los nudillos, con el dedo meñique de su mano izquierda debajo del dedo meñique de la mano derecha. Gira las palmas entrelazadas de adentro hacia afuera.
Exhala y estira los brazos hacia fuera delante de ti, al nivel del hombro. Luego inhala y levanta los brazos por encima de su cabeza hasta que queden perpendiculares al piso. Extiende los brazos completamente y bloquea los codos. Siente el estiramiento en tus palmas. Sostén la posición por 30 a 60 segundos.

Tadasana Namaskar paschima

Párate en tadasana y gira suavemente los brazos un par de veces. Tomea los brazos por tu espalda, con los dedos apuntando hacia el piso. Descansa tus pulgares en la espalda baja. Mueve los codos hacia atrás y gira las muñecas, de modo que su alcances el primer punto a tu espalda, y luego hacia arriba.
Presiona las palmas juntas y llévalas cada vez más arriba sobre la espalda hasta que queden entre tusomóplatos. Mantén tus manos juntas desde la base hasta la punta de los dedos. Empuja los codos hacia abajo, para estirar los brazos y el pecho. Concéntrate en mantener el pecho y las axilas abiertas. Conserva el cuello y los hombros relajados. Mantén la postura durante 30-60 segundos. Respira de manera uniforme.

Tadasana Gomukhasana

Párate en tadasana y lleva tu brazo izquierdo detrás de ti hasta colocar la parte posterior de tu mano izquierda en el centro de la espalda. Levanta el brazo derecho. Dobla el codo derecho y mueve la mano hacia abajo, con la palma hacia tu cuerpo. Coloca tu mano derecha sobre la palma izquierda y conectando entre sí los dedos de ambas manos. Si esto resulta difícil, toca la punta de los dedos de ambas manos entre sí.
No fuerces los brazos para doblar, date tiempo para acostumbrarte al movimiento. Relaja conscientemente los brazos. Abre tu axila derecha para crear un espacio entre el pecho y el brazo derecho. Mantén su codo derecho hacia arriba y hacia atrás, y tu antebrazo derecho cerca de la cabeza. Baja tu codo izquierdo más. A continuación, coloca la parte posterior de tu muñeca izquierda en la espalda. Mantén la postura durante 20-30 segundos. Repetir la pose en el otro lado.

Rueda o cangrejo (Catuspadapitham)

Inicia sentada en el piso, con las piernas extendidas. Luego dobla las rodillas y separa las piernas al ancho de la cadera con las plantas de los pies sobre el piso. Mantén los brazos detrás de las caderas con los dedos apuntando en dirección opuesta a tu cuerpo.


Acomoda los brazos nuevamente junto a tu cara, con cuidado de no separar demasiado los codos y lentamente inhala y levanta las caderas hacia el techo. Presiona los pies, apretando los muslos y las nalgas y contrayendo los músculos pélvicos y la vagina.

Presiona hacia abajo con las manos con los brazos extendidos para levantar el pecho hacia el techo, arqueando ligeramente la espalda. Si te sientes segura, deja caer la cabeza completamente hacia atrás. Realiza entre dos y seis respiraciones profundas, asegurándote de respirar con el vientre. Para liberar exhala lentamente y baja la cadera hacia el suelo.

(Esta postura requiere mucha fuerza de brazos. En lo personal, me es muy difícil levantarme completamente de suelo sin ayuda, pero la práctica ayuda. También puedes ayudarte apoyando las manos en una pared.)

Paloma (Kapotasana)

Para inciar, apoya las rodillas y las palmas de las manos sobre el piso. después, eleva las rodillas y extiende las piernas hacia atrás para quedar apoyada sobre los dedos de los pies. Desde esta posición desliza la rodilla derecha entre las manos y extiende la pierna izquierda hacia atrás, bajando las caderas hacia el suelo.


Presiona hacia abajo las palmas de las manos, inahala y estira la columna hasta llegar a la coronilla de la cabeza. Exhala y hunde las caderas hacia abajo en el suelo. Gira los hombros hacia abajo y hacia atrás e inclina el pecho hacia adelante. Mantén durante tres o seis respiraciones.

Para liberar: soportarta tu peso en las manos mientras deslizas la rodilla derecha de nuevo hacia atrás, junto a la pierna izquierda. Repite del otro lado.

Modificación: Ya que estás en la postura puedes extenderte hacia el frente hasta tocar el suelo con la frente, apoyándote en los antebrazos. Para un estiramiento más profundo, puedes caminar con las manos hacia adelante, hasta extenderlas completamente.

Langosta (Salabhasana)

Acuéstate boca abajo, apoyando la barbilla en el piso. Coloca los brazos a los lados, a continuación, presiona las manos debajo de tu cuerpo, junta las manos en puño tratando de juntar los codos lo más posible.

Inhala mientras levantas la cabeza y una pierna. Mantén esta posición durante al menos 10 segundos, luego exhala mientras bajas la pierna y repite la postura con la otra pierna. Práctica 3 veces en cada lado.

Luego vuelve a acostarte sobre el suelo apoyando la barbilla y haz tres respiraciones profunda.s en la tercera, levanta las dos piernas y la cabeza del suelo. Mantén la posición durante el tiempo que puedas, a continuación, baja los pies. Repite dos veces y luego relájate.

Aquí pueden ver los dos artículos completos (espero poder traducir luego el resto de las posturas):

Yoga Therapy
10 Asanas for Anorexia

miércoles, 14 de julio de 2010

Self injury. No quiero vivir sin cicatrices

Hay quienes llevamos las cicatrices dentro, otros las llevamos fuera. Son la muestra de que estuvimos vivos, dolorosamente vivos.

Salvo una vez que me anunciaron un accidente de un amigo y me clavé las uñas en el brazo hasta sangrar, nunca me he autolesionado. Supongo que la anorexia era todo el autocastigo que "necesitaba". Sin embargo, entiendo bien a quienes lo hacen. Además de un amigo de quien he hablado aquí, hay dos chicas de la blogósfera especialmente queridas para mí que han pasado por el mismo calvario. Hoy les traigo sus palabras como un testimonio de que tanto dolor es posible, pero también su fin. Porque sí, nadie dice que vivir no duela. Pero también la vida puede ser (debe ser) mucho más que dolor.
No sé cuándo comenzaron las heridas en los brazos, las piernas, el alma. Lo que sí recuerdo es la sensación de la carne abriéndose, como si fuese una envoltura plástica del dolor. Recuerdo lo que pensaba: trasladar el dolor del alma a la carne; que sufra la materia para que descanse el espíritu. […]
I just don't want to die without a few scars, I say. It's nothing anymore to have a beautiful stock body. You see those cars that are completely stock cherry, right out of a dealer's showroom in 1955, I always think, what a waste.
[Simplemente no quiero morir sin algunas cicatrices, digo. No se trata solamente de tener un hermoso cuerpo de muestra. ¿Ves esos coches que son completamente cerezas de muestrario, justo recién salidos de la vitrina de un concesionario en 1955?, siempre pienso, qué desperdicio.]
Tyler Durden en Fight Club de Chuck Palahniuk
Nuestros demonios internos causan heridas externas, a veces no sólo en nosotros, sino también en quienes amamos. The constant Gardener, obra de Liza Falzon (Meluseena). El lema que acompaña a la ilustración He loved her, even when it hurt me hace pensar también en la anorexia como un "amor-odio" doloroso, como un abrazo que hiere.

(Todo el texto a continuación es el testimonio de Neth, una valiente prueba de que la vida es caer, pero sobre todo levantarse. Besos nena, te levantarás otra vez, cada vez.)

Cicatrices... Yo tengo en las piernas (esas no muy visibles), en los pies (una vez me corté entera: venas de las muñecas, brazos, pies... una auténtica salvajada, además de que perdí mucha sangre y me tuvieron que coser entre dos enfermeros durante casi una hora), los antebrazos, las muñecas (una auténtica escabechina en las muñecas, tan grande que completas son una cicatriz que ni se nota a menos que te fijes...).

Las peores son las de los antebrazos. Tengo la piel bastante pálida (lo cual debería ayudar a disimularlo, pero no), y se me marca con mucha facilidad y se quedan cicatrices aunque sean cortes pequeños. Lo peor es que las de los antebrazos son muy visibles (…) y se nota que no son cicatrices normales. Pero eso no es todo... En una noche de auténtica locura (…) me "tatué" con cortes "MUERE ZORRA" (cada palabra en un brazo, ocupando todo el antebrazo), todas con puntos adornando cada corte (no eran sólo cortes, pretendía algo más...). Si no te fijas sólo parecen trazos (porque además hay sobre esas cicatrices marcas de cortes más comunes, dentro de lo no común), pero si te detienes un poco se puede leer la inscripción sin problemas.

Muchas veces me han preguntado por ellas. Según pasa el tiempo me da menos reparo decir que "pasé una mala época" (aunque depende de quién lo pregunte, claro), otras me invento lo que sea. Un par de veces además se fijaron tanto que me vieron la "bonita" inscripción (a lo que no me quedaba más remedio que contar que me los hice yo en una mala época...).



Además, están las del "accidente" [cuando me lancé a la carretera]: un codo con un corte enorme cosido, y las de las operaciones por las fracturas en la pierna... pero esas no me preocupan aunque sí que son enormes, porque tienen una explicación fácil y creíble.

(..)Yo las llamo mis "cicatrices de guerra", de alguna manera me recuerdan adonde estuve y adonde estoy ahora; el camino recorrido, los pasos dados, y eso me da fuerzas cuando tengo la tentación de volver a dar un paso atrás.

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Gracias a todos por preguntar cómo estoy. Estoy bien, justo ahora con un poco de fiebre. Creo que mis defensas bajaron en estos días debido al estrés; en los últimos meses mi vida ha sido muy poco más que trabajo. Extraño tiempo para hacer otras cosas, sobre todo leer y escribir, pero todo marcha, creo que esta es la puerta que ahora tengo abierta y debo cruzarla.
Una amiga vegana pasó una semana en casa y estar con ella me hizo replantearme el ser vegetariana (lo he sido por varios periodos de hasta tres meses, y en sí no como carne más de un par de veces por semana). Justo ahora no sé si la carne me ha caído mal, o si tengo el estómago hecho un desastre por el cambio de alimentación. Nada grave, creo que más bien es somatización de cansancio y agobio laboral.
Me he dado cuenta que amo intensamente a E., mi compañero, que lo elegiría todas las veces, que percibir el aroma de su nuca a media noche es un bálsamo que no cambiaría por ninguna otra historia. Sin embargo, hacer una vida con alguien tiene siempre sus altas y caídas. Creo que he decidido que lo importante es vivirlas a intensidad con la plena voluntad de seguir juntos.

lunes, 7 de junio de 2010

¿Y dónde estabas?

Pensaba pasar y decir sólo dos cosas:

1. Estoy muy bien, sólo un poco ocupada.
2. No se preocupen.


Faraway. Fotografía de Ahmet Unver, tomada de www.elpuercoespin.com.ar


Pero un comentario muy lindo de yoquemebusco --que se llama Lucía y es uruguaya, como La Maga de Rayuela ;)-- me hizo detenerme a escribir esto.
(...)hace poco (poquitísimo) he empezado a leer sobre lo que tu llamas TCA especialmente sobre esta "corriente" o "moda" (no se cómo decirle) de Anas y Mías y este, tu blog, me ha tocado el alma niña. Es que escribes tan sincero que a uno se le pone la piel de gallina, es como si tuvieses el poder de hacer que el resto se "ponga en tus zapatos". Por supuesto que además me siento identificada con un montón de sentimientos que describes aunque yo nunca haya llegado a hacerme daño físico (no de forma consciente).

Hola Lucía. Tu comentario me hizo el día, porque justo este blog lo abrí, sí para quienes sufren un TCA (especialmente atípico, como fue mi caso), pero más para quienes NO lo sufren. ¿Por qué? Porque creo que es difícil entender a alguien que padece anorexia o bulimia sin encajonarlo en los estereotipos clásicos del padecimiento. A lo largo de estos años de tener el blog y de estar en recuperación he visto que en realidad muchas personas se identifican con sentimientos y conductas que se supone son típicos de la anorexia o la bulimia. sin padecer estos trastornos Mi punto es que en realidad "sanos" y "enfermos" no somos tan distintos. Gracias por confirmarlo desde el otro lado.


(...)
Bueno, tal vez esto sí te sirva aunque más no sea cuantitativamente: a mí el cuerpo me ha cambiado mucho alrededor de los 23 años; he sentido que las "grasas" (que en mi no son muchas) se han cambiado de lugar por así decirlo me he vuelto un poquito más "fofa" (no se cómo se dirá allí... ¿"blandita de carnes" o algo así?) y nada, creo que es un cambio necesario ¿entiendes? es decir: algo así como que "las canas son la manera de que, a simple vista, otros noten que somos más sabios que antes" no sé si entiendes mi punto pero creo que en alguna extraña e inexplicable manera se puede aplicar a otros cambios en nuestro cuerpo.
No sufro ni he sufrido de trastorno alguno de TCA pero creo que todas las mujeres podemos "recibir" con otros ánimos esos cambios que a veces nos acongojan (o a algunas más que eso) con los brazos abiertos pues ellos son parte de nuestro crecimiento y nuestro crecimiento es parte de nuestro ser actual y conformará también nuestro ser futuro ¿me entiendes? No digo que nos definan, ¡no!, sino que si los hacemos parte de nosotras, serán parte de nuestra belleza.


Creo que primero el comentario de Patri S. y ahora el tuyo me han hecho ver esa realidad: el tiempo pasa por nosotros y nuestro cuerpo cambia. No es un deterioro, es como dices, la huella de que somos más sabios y tenemos más experiencia. Y eso, en efecto, es hermoso, bello en el sentido más hondo de la palabra.

Gracias a todos los que me ayudaron con sus experiencias y sus comentarios a reenfocar mi mirada. Y a la gente del mundo "real" que también estuvo conmigo, (y no leerá esto) aún sin saber abiertamente que estaba un tanto cuanto en riesgo de dar un traspié. Ahora que volví al blog también encontré una entrada mía sobre el espejismo de la eterna juventud. Y les digo que nunca perdí de vista lo que escribí entonces. Es sólo que a veces la anorexia (o sus residuos, o cualquier padecimiento mental) también es la posibilidad de que dos pensamientos contrarios convivan en tu cabeza a la vez y esto te dañe. Pero la recuperación hace que cada vez eso pase menos, y que cuando pase sea más insignificante que antes comparado con todo lo demás en mi vida.

Saludos y gracias a todas las que se han preguntado por mí. Espero estén muy bien. Nel.la y Santika, sé que lo están y me alegra, ya les escribo. eLena, ojalá también vayas mejor, ¿te llegó mi correo?

lunes, 19 de abril de 2010

La pesadilla de la báscula

Hace mucho tiempo que no actualizo. Tengo una entrada pendiente sobre las autolesiones (gracias Nel.la y Santika por sus testimonios) pero la verdad es que no me he sentido con ánimo de escribir en el blog.

No sabría muy bien decir cómo empezó todo, pero estos últimos días he tenido problemas con mi imagen. Supongo que el principal desencadenante fue cuando fui a hacerme un examen médico para inscribirme a clases de yoga cerca de mi casa y según la báscula del consultorio mi IMC rebasaría el 20 por un par de de décimas. Es un peso normal, saludable, "perfecto". El peso meta que nunca llegué a alcanzar cuando iba con la nutrióloga. Pero me desquició. Llevaba varios años con un IMC ligeramente inferior a 19 y me había acostumbrado a ese peso, incluso me gustaba.

Esta es una foto de una despedida que me hicieron mis amigas cuando me mudé con mi chico, hace más de un año.

En primera, no sé si la báscula en que me pesaron estaba bien. Me había pesado --a petición de mi novio-- tres meses antes: había subido un par de kilos con respecto a mi peso de siempre y me sentía bien. Como no tengo básculas en casa ni he sido nunca fanática de ellas, tampoco tengo forma de corroborar el dato. La cinta métrica es otra historia: en la primera crisis de anorexia que tuve lo único de lo que llevaba registro era de las medidas. Y según la cinta tengo 90 de pecho (nunca había dado eso, siempre unos 87-88; 63 de cintura, mi habitual es 62, y 94 de cadera, que es mi parte más ancha y normalmente oscila entre 90-92). No es una gran variación en medidas, y de hecho es imperceptible en la ropa: todo me sigue quedando igual. Pero algo empezó a martillarme en la cabeza.

Esta es la foto mía más reciente que encontré. Es de noviembre de 2009, de un viaje con unas amigas.

Desde hace varios años, cada vez que me obsesiono con el peso me pregunto qué es lo que está mal en mi vida, qué es lo que me gustaría cambiar y que estoy transfiriendo a mi cuerpo. Pero ahora todo está estable. He puesto un negocio con mi chico y las cosas van bien. Lo de dar clases, que era algo muy importante para mí, no salió tan bien, pero tampoco fue fracaso total; salí de la universidad donde tenía tres grupos, pero seguiré dando parte de un diplomado en la universidad pública más importante de mi país. Y aunque aún no me he titulado de filosofía (estudié también periodismo y estoy titulada, pero de la otra me falta hacer la tesis) tampoco me preocupa mucho; sé que es sólo invertir tiempo. Hice una solicitud para una estancia de un mes en España y cometí un error en el registro, pero aún así espero que me acepten, aunque los resultados los dan hasta octubre. En lo demás todo bien: me publican con cierta frecuencia en dos periódicos nacionales y para fines de este mes o quizá el siguiente terminaré una novelita, algo como un juego, que empezó como una carta de amor.

Suena bien. No sé si es lo que hubiera planeado lograr a mis 26 años, pero supongo que tampoco es muy distante. Y aún así he estado extremadamente consciente de mi silueta, de mi peso, de la comida. Además, en estos meses me han dicho distintas personas que tengo cuerpo "más de mujer" o que he "embarnecido" (creo que es un término que sólo se usa en ciertos países de Latinoamérica y significa como aumentar masa muscular o redondearse), palabra que detesto y me produce escalofríos. No sé. Me aferro a la idea de que uso la misma talla de ropa desde que tenía 16 años y en general todas mis amigas de mi edad han subido de peso.

Supongo que antes la gente asumía naturalmente que engordar era parte del desarrollo o del envejecimiento. Cuando mis padres eran jóvenes compraron prendas como chamarras de cuero y abrigos un par de tallas más grandes para poder usarlos por varios años. Sin embargo, en más de un sitio he leído que el peso que una mujer tiene a los 24 o 25 años es el que deberá conservar hasta los 40, aproximadamente. ¿A ustedes les ha pasado eso de aumentar de peso sólo con la edad?

Eleven, Edward Hopper.

En otra entrada he hablado de que la grasa es algo inseparable de la condición femenina, lo que da reservas para poder ser madres. Y sin embargo, ahora me encuentro queriendo conservar a toda costa mi cuerpo adolescente. ¿Les ha pasado también? Normalmente no me gusta hablar de estos periodos, pero supongo que es lo más honesto. De repente algo se nos dispara en la cabeza y todos los demonios se desatan. Sin embargo, no es igual que antes. Apenas he disminuido un poco lo que como, un par de porciones de carbohidratos al día. Y aunque sé que quizá todo se solucionaría yendo con la nutrióloga, también siento miedo de hacerlo y que me envíen a terapia de nuevo.

Por ahora veré como sigue esto, disculpen mis tonterías. Se aceptan sugerencias, y un abrazo para todas.

martes, 9 de marzo de 2010

Anorexia o bulimia, ¿hay una mejor?

Pareciera que en el mundo de los trastornos de la alimentación todo se reduce a dos extremos del mismo péndulo infernal: anorexia o bulimia. Casi todos los que padecen un TCA han pasado por etapas de una y otra, o por diversas combinaciones de ambas.

¿Cuál es "mejor"? Ambas son un camino a la muerte, sólo que hay diferencias. Yo asocié la bulimia con la muerte inmediata porque una vez fui con mi amiga S. a un grupo de autoayuda para gente con TCA y a las pocas semanas una chica que tenía bulimia falleció de un paro cardiaco por vomitar. La anorexia me parecía un modo más lento, más controlado de morir.

Izabel Goulart, foto de David Sims

La psicóloga con la que hice terapia me decía que la anorexia mata más rápido porque tu cuerpo no recibe ningún alimento, mientras que con la bulimia algo de lo que comes logra quedarse en ti.

No puedo hacer una comparación personal entre ambas porque siempre me ha aterrorizado vomitar. Cuento con los dedos de las manos las veces que lo he hecho en toda mi vida, y ya adulta seguro no llegan ni a las cinco. Nunca me he provocado el vómito, nunca.

Desde un punto de vista, la anorexia te da más sensación de control, te hace sentir más fuerte. Además, muchos santos, sobre todo católicos, han pasado por periodos de ayuno prolongados, por lo que tiene hasta sus tintes místicos. La gente con anorexia suele ser más perfeccionista que el resto de las personas y este trastorno trae consecuencias inmediatas, visibles: la piel reseca, el frío, los calambres, los mareos y los desmayos. En cierto modo, es inocultable. Además, están otras consecuencias quizá más terribles: los cambios de humor violentos, el enojo constante, el aislamiento.

La bulimia es explosiva, descontrolada. Te da la sensación irrefutable de que algo malo está pasando. Tiene que ver con los excesos; las grandes comilonas o incluso bacanales tras las cuales la gente se provocaba el vómito para seguir comiendo. En cierto modo creo que en la bulimia la comida es como una droga: cada vez necesitas dosis más grandes para alcanzar el mismo efecto. Según los psicólogos la gente con este padecimiento suele ser más emocional y manipuladora.

Ten years in the life of Marketa, Jan Saudek

Entre los catorce y los quince años, además de S. --tres años mayor que yo, de quien he hablado aquí y acá-- tuve otras dos amigas con trastornos de alimentación. Una tenía bulimarexia: periodos de ayuno seguidos de atracones y vómito; la otra padecía bulimia "simple" y sencilla, era delgadísima pero se daba unos atracones tremendos y luego vomitaba hasta que sólo salían de su boca jugos gástricos.

Yo siempre vi los atracones como la otra cara de la moneda de la anorexia: era una resistencia desesperada del cuerpo a morir. Aunque parezca increíble, cuando me llegaban a ocurrir simplemente me lo tomaba con calma. Recuerdo por ejemplo haber comido dos paquetes de galletas de nuez y un litro de leche luego de una comida normal. Tras eso me sentía demasiado llena, pero tampoco me daba culpa: llegué a pasar hasta ocho días ingiriendo sólo agua y chicle sin azúcar. Además, mi estómago estaba tan encogido que mis atracones no eran monumentales.

Anja Rubik, foto de Miguel Reveriego

Creo que todas las personas que tienen bulimia han deseado en algún momento tener anorexia. Del otro lado, a mucha gente con anorexia le gustaría darse los atracones que caracterizan a la bulimia.

No importa si codicias la anorexia, si eres una anoréxica "perfecta", pura; si tu relación con la comida es de amor-odio, o la bulimia te tiene hundida. Todos los caminos acaban igual: en el vacío, en la muerte.

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Nota para inefable: Cambié un poquito la entrada después de leer tu comentario. Supongo que no hubo mala fe, sino quizá un exceso de sinceridad. Al fin y al cabo, yo siempre me incliné por una y no por otra. Pero como sabes, espero no hacer apología de nada.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Tan frágil que nadie se atreva a hacerte daño

Supongo que nunca quise tanto ser hermosa o ser delgada en sí como verme frágil. Por eso me pareció tan acertada la idea del título que tomé del blog Save Me de Angelito.

Para el promedio de mi país soy alta: 1.66, que alcancé desde que tenía catorce años (en realidad llegué a medir 1.68, pero como a esa edad empecé a sufrir de anorexia perdí dos centímetros de estatura, que es algo relativamente frecuente en quienes sufren el trastorno cuando están en desarrollo).

De mis amigas soy la más alta y en la universidad recuerdo mirar anhelante los micro pantalones de mis amigas que medían 1.50. De hecho, una de ellas hizo alguna vez un comentario sobre lo anchas que eran mis piernas en comparación con las suyas. Sin embargo, aunque había catorce centímetros de diferencia entre ambas yo sólo pesaba tres kilos más que ella.

En la foto, Audrey Tautou

Mucho de lo que perseguía con la anorexia era verme frágil, mostrarle a la gente a mi alrededor que no era tan fuerte como otros me veían, decirle a mi familia, a mis maestros, a mis amigos: ya no puedo más. Ser tan frágil que en efecto, nadie se atreviera a dañarme.

No creo que la anorexia te haga hermosa, al contrario, te de un halo de debilidad y hasta de enfermedad. Recuerdo que cuando alguien me tomaba de los hombros (soy sumamente delgada de la cintura hacia arriba, aún hoy a veces me queda la talla cero) y me decía "siento que te voy a quebrar" por dentro me decía que eso era justamente lo que quería transmitir.

No sé por qué muchas veces fui incapaz de verbalizar o expresar de alguna otra forma que me sentía vulnerable, pero para mí la delgadez era la forma perfecta de que los demás se dieran cuenta que me estaba derrumbando.

Foto de una figura de cristal en Venecia, de Malachica.

Aún ahora siento a veces el deseo desesperado de verme frágil, de sentirme tan ligera y tan pequeña que todos tengan el deseo de protegerme. Pero justo cuando siento el vértigo de querer bajar de peso, me pregunto qué cosas de mi vida son las que me frustran, las que quisiera cambiar, y trato de trabajar sobre ellas.

La feminidad es asociada tradicionalmente con la debilidad. Pero debemos descubrir que ser capaces, independientes y fuertes no nos hace menos mujeres. Que ser mujer es más que encajar en un estereotipo.

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