jueves, 9 de diciembre de 2010

Yoga como tratamiento para la anorexia

Hola a tod@s. Hace mucho he pensado en pasar y contar cómo va mi vida, pero eso tampoco será, no totalmente en esta ocasión. Sólo quiero decirles que estoy bien, que con mi chico y en el trabajo todo va bien. Cumplí veitisiete años el mes pasado y creo que al fin empiezo a orientarme en mi edad, tras aumentarme algunos años desde los veinticinco ante mis alumnos.

En otras noticias, sí me concedieron la beca para ir a España. Estaré mes y medio por allá en un curso para editores de Latinoamérica y quizá por fin conozca Lisboa. La primera semana estaré en Santander (a principios de febrero), luego un mes en Madrid (estudiaré en la Complutense y viviré en una residencia de estudiantes) y una semana extra sólo viajando. Siendo latina nunca he tenido un invierno "real", así que agradeceré los consejos de las europeas sobre cómo lidiar con el clima y el tipo de ropa que debo usar... Sé que varias de ustedes son españolas y también me encantaría conocerlas. Por ahora mi itinerario es el dicho y además pienso ir a Toledo y a Sevilla. Todo lo demás aún no es seguro.

Encontré un blog increíble de una chica recuperada (está en inglés) y eso me hizo querer escribir esta entrada. Ya en otra ocasión había hablado sobre lo importante que fue la práctica de yoga para mi recuperación, de hecho para mí trajo resultados más inmediatos y mejores a corto plazo que la terapia, que para mí fue un proceso en muchas ocasiones duro y doloroso por la gran cantidad de tiempo que pasé sin tratamiento y la hilera de doctores que encontré sin la preparación o información necesaria; ya que cuando empecé a sufrir de anorexia entre medidados y finales de los 90 en México se sabía muy poco sobre estos trastornos. En fin.

Ahora les comparto algunos datos que encontré en un artículo en inglés. Traduzco fragmentos para ustedes.

Un estudio publicado en Psycology of Women Quarterly revela que la práctica de yoga está asociada con mayor satisfacción corporal y menos síntomas de trastornos alimenticios que el ejercicio aeróbico tradicional como correr o usar máquinas cardiovasculares. Las practicantes de yoga presentaron menos tendencia a verse como objetos, mayor satisfacción con su apariencia física y menos actitudes negativas relacionadas con la comida que las no practicantes.

La yoga ofrece una oportunidad sin igual de sanar la mala imagen corporal. Las diferentes posturas obligan a usar el equilibro, la fuerza, la tranquilidad, la concentración y la flexibilidad. El sistema yógico identifica los trastornos alimenticios como relacionados al primer chackra, que se se encuentra en el coxis.

Estas son algunas posturas que ayudan a equilibrarlo. Además, la mayoría de estas asanas ayudan a reducir la depresión, tranquilizar el espíritu y minimizar los efectos de la anorexia:

Montaña (Tadasana)

Párate descalza sobre una superficie lisa y uniforme. Mantén los pies juntos, y estira los dedos d elos pies. Estira los brazos a lo largo de los costados, con las palmas hacia los muslos y los dedos apuntando al suelo. Estira el cuello hacia arriba, manteniendo los músculos blandos y pasiva.
Distribuye tu peso de manera uniforme en el exterior y bordes internos de los pies, y en los dedos de los pies y los talones. Aprieta tus rodillas y abre la parte de atrás de cada rodilla. A la vez, haz fuerza en la parte delantera de los muslos. Aprieta los glúteos. Contrae el abdomen y levanta el pecho. Mantén tu cabeza erguida y mira hacia adelante. Respira de manera uniforme y consciente. Mantén esta postura por 30 a 60 segundos.

Montaña con brazos extendidos (Tadasana Urdhva hastasana)

En tadasana exhale y estírate desde la cintura, levanta los brazos frente a ti, a nivel del hombro. Mantén las palmas de las manos abiertas y una frente a otra.
Levanta los brazos sobre tu cabeza, perpendicular al suelo. Estira los brazos y los dedos. Estira los brazos más arriba de tus hombros, manteniéndolos paralelos entre sí. Extiende las muñecas, las palmas y los dedos hacia el techo. Siente el estiramiento a lo largo de ambos lados de su cuerpo. Contrae la parte inferior del abdomen. Gira las muñecas para que las palmas frente a frente. Mantén la postura durante 20-30 segundos. Respira de manera uniforme.

Tadasana baddha Urdhva hastasana

Párate en tadasana y lleva los brazos hacia el pecho, con las palmas hacia el pecho. Entrelaza tus dedos con firmeza, desde la base de los nudillos, con el dedo meñique de su mano izquierda debajo del dedo meñique de la mano derecha. Gira las palmas entrelazadas de adentro hacia afuera.
Exhala y estira los brazos hacia fuera delante de ti, al nivel del hombro. Luego inhala y levanta los brazos por encima de su cabeza hasta que queden perpendiculares al piso. Extiende los brazos completamente y bloquea los codos. Siente el estiramiento en tus palmas. Sostén la posición por 30 a 60 segundos.

Tadasana Namaskar paschima

Párate en tadasana y gira suavemente los brazos un par de veces. Tomea los brazos por tu espalda, con los dedos apuntando hacia el piso. Descansa tus pulgares en la espalda baja. Mueve los codos hacia atrás y gira las muñecas, de modo que su alcances el primer punto a tu espalda, y luego hacia arriba.
Presiona las palmas juntas y llévalas cada vez más arriba sobre la espalda hasta que queden entre tusomóplatos. Mantén tus manos juntas desde la base hasta la punta de los dedos. Empuja los codos hacia abajo, para estirar los brazos y el pecho. Concéntrate en mantener el pecho y las axilas abiertas. Conserva el cuello y los hombros relajados. Mantén la postura durante 30-60 segundos. Respira de manera uniforme.

Tadasana Gomukhasana

Párate en tadasana y lleva tu brazo izquierdo detrás de ti hasta colocar la parte posterior de tu mano izquierda en el centro de la espalda. Levanta el brazo derecho. Dobla el codo derecho y mueve la mano hacia abajo, con la palma hacia tu cuerpo. Coloca tu mano derecha sobre la palma izquierda y conectando entre sí los dedos de ambas manos. Si esto resulta difícil, toca la punta de los dedos de ambas manos entre sí.
No fuerces los brazos para doblar, date tiempo para acostumbrarte al movimiento. Relaja conscientemente los brazos. Abre tu axila derecha para crear un espacio entre el pecho y el brazo derecho. Mantén su codo derecho hacia arriba y hacia atrás, y tu antebrazo derecho cerca de la cabeza. Baja tu codo izquierdo más. A continuación, coloca la parte posterior de tu muñeca izquierda en la espalda. Mantén la postura durante 20-30 segundos. Repetir la pose en el otro lado.

Rueda o cangrejo (Catuspadapitham)

Inicia sentada en el piso, con las piernas extendidas. Luego dobla las rodillas y separa las piernas al ancho de la cadera con las plantas de los pies sobre el piso. Mantén los brazos detrás de las caderas con los dedos apuntando en dirección opuesta a tu cuerpo.


Acomoda los brazos nuevamente junto a tu cara, con cuidado de no separar demasiado los codos y lentamente inhala y levanta las caderas hacia el techo. Presiona los pies, apretando los muslos y las nalgas y contrayendo los músculos pélvicos y la vagina.

Presiona hacia abajo con las manos con los brazos extendidos para levantar el pecho hacia el techo, arqueando ligeramente la espalda. Si te sientes segura, deja caer la cabeza completamente hacia atrás. Realiza entre dos y seis respiraciones profundas, asegurándote de respirar con el vientre. Para liberar exhala lentamente y baja la cadera hacia el suelo.

(Esta postura requiere mucha fuerza de brazos. En lo personal, me es muy difícil levantarme completamente de suelo sin ayuda, pero la práctica ayuda. También puedes ayudarte apoyando las manos en una pared.)

Paloma (Kapotasana)

Para inciar, apoya las rodillas y las palmas de las manos sobre el piso. después, eleva las rodillas y extiende las piernas hacia atrás para quedar apoyada sobre los dedos de los pies. Desde esta posición desliza la rodilla derecha entre las manos y extiende la pierna izquierda hacia atrás, bajando las caderas hacia el suelo.


Presiona hacia abajo las palmas de las manos, inahala y estira la columna hasta llegar a la coronilla de la cabeza. Exhala y hunde las caderas hacia abajo en el suelo. Gira los hombros hacia abajo y hacia atrás e inclina el pecho hacia adelante. Mantén durante tres o seis respiraciones.

Para liberar: soportarta tu peso en las manos mientras deslizas la rodilla derecha de nuevo hacia atrás, junto a la pierna izquierda. Repite del otro lado.

Modificación: Ya que estás en la postura puedes extenderte hacia el frente hasta tocar el suelo con la frente, apoyándote en los antebrazos. Para un estiramiento más profundo, puedes caminar con las manos hacia adelante, hasta extenderlas completamente.

Langosta (Salabhasana)

Acuéstate boca abajo, apoyando la barbilla en el piso. Coloca los brazos a los lados, a continuación, presiona las manos debajo de tu cuerpo, junta las manos en puño tratando de juntar los codos lo más posible.

Inhala mientras levantas la cabeza y una pierna. Mantén esta posición durante al menos 10 segundos, luego exhala mientras bajas la pierna y repite la postura con la otra pierna. Práctica 3 veces en cada lado.

Luego vuelve a acostarte sobre el suelo apoyando la barbilla y haz tres respiraciones profunda.s en la tercera, levanta las dos piernas y la cabeza del suelo. Mantén la posición durante el tiempo que puedas, a continuación, baja los pies. Repite dos veces y luego relájate.

Aquí pueden ver los dos artículos completos (espero poder traducir luego el resto de las posturas):

Yoga Therapy
10 Asanas for Anorexia

miércoles, 14 de julio de 2010

Self injury. No quiero vivir sin cicatrices

Hay quienes llevamos las cicatrices dentro, otros las llevamos fuera. Son la muestra de que estuvimos vivos, dolorosamente vivos.

Salvo una vez que me anunciaron un accidente de un amigo y me clavé las uñas en el brazo hasta sangrar, nunca me he autolesionado. Supongo que la anorexia era todo el autocastigo que "necesitaba". Sin embargo, entiendo bien a quienes lo hacen. Además de un amigo de quien he hablado aquí, hay dos chicas de la blogósfera especialmente queridas para mí que han pasado por el mismo calvario. Hoy les traigo sus palabras como un testimonio de que tanto dolor es posible, pero también su fin. Porque sí, nadie dice que vivir no duela. Pero también la vida puede ser (debe ser) mucho más que dolor.
No sé cuándo comenzaron las heridas en los brazos, las piernas, el alma. Lo que sí recuerdo es la sensación de la carne abriéndose, como si fuese una envoltura plástica del dolor. Recuerdo lo que pensaba: trasladar el dolor del alma a la carne; que sufra la materia para que descanse el espíritu. […]
I just don't want to die without a few scars, I say. It's nothing anymore to have a beautiful stock body. You see those cars that are completely stock cherry, right out of a dealer's showroom in 1955, I always think, what a waste.
[Simplemente no quiero morir sin algunas cicatrices, digo. No se trata solamente de tener un hermoso cuerpo de muestra. ¿Ves esos coches que son completamente cerezas de muestrario, justo recién salidos de la vitrina de un concesionario en 1955?, siempre pienso, qué desperdicio.]
Tyler Durden en Fight Club de Chuck Palahniuk
Nuestros demonios internos causan heridas externas, a veces no sólo en nosotros, sino también en quienes amamos. The constant Gardener, obra de Liza Falzon (Meluseena). El lema que acompaña a la ilustración He loved her, even when it hurt me hace pensar también en la anorexia como un "amor-odio" doloroso, como un abrazo que hiere.

(Todo el texto a continuación es el testimonio de Neth, una valiente prueba de que la vida es caer, pero sobre todo levantarse. Besos nena, te levantarás otra vez, cada vez.)

Cicatrices... Yo tengo en las piernas (esas no muy visibles), en los pies (una vez me corté entera: venas de las muñecas, brazos, pies... una auténtica salvajada, además de que perdí mucha sangre y me tuvieron que coser entre dos enfermeros durante casi una hora), los antebrazos, las muñecas (una auténtica escabechina en las muñecas, tan grande que completas son una cicatriz que ni se nota a menos que te fijes...).

Las peores son las de los antebrazos. Tengo la piel bastante pálida (lo cual debería ayudar a disimularlo, pero no), y se me marca con mucha facilidad y se quedan cicatrices aunque sean cortes pequeños. Lo peor es que las de los antebrazos son muy visibles (…) y se nota que no son cicatrices normales. Pero eso no es todo... En una noche de auténtica locura (…) me "tatué" con cortes "MUERE ZORRA" (cada palabra en un brazo, ocupando todo el antebrazo), todas con puntos adornando cada corte (no eran sólo cortes, pretendía algo más...). Si no te fijas sólo parecen trazos (porque además hay sobre esas cicatrices marcas de cortes más comunes, dentro de lo no común), pero si te detienes un poco se puede leer la inscripción sin problemas.

Muchas veces me han preguntado por ellas. Según pasa el tiempo me da menos reparo decir que "pasé una mala época" (aunque depende de quién lo pregunte, claro), otras me invento lo que sea. Un par de veces además se fijaron tanto que me vieron la "bonita" inscripción (a lo que no me quedaba más remedio que contar que me los hice yo en una mala época...).



Además, están las del "accidente" [cuando me lancé a la carretera]: un codo con un corte enorme cosido, y las de las operaciones por las fracturas en la pierna... pero esas no me preocupan aunque sí que son enormes, porque tienen una explicación fácil y creíble.

(..)Yo las llamo mis "cicatrices de guerra", de alguna manera me recuerdan adonde estuve y adonde estoy ahora; el camino recorrido, los pasos dados, y eso me da fuerzas cuando tengo la tentación de volver a dar un paso atrás.

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Gracias a todos por preguntar cómo estoy. Estoy bien, justo ahora con un poco de fiebre. Creo que mis defensas bajaron en estos días debido al estrés; en los últimos meses mi vida ha sido muy poco más que trabajo. Extraño tiempo para hacer otras cosas, sobre todo leer y escribir, pero todo marcha, creo que esta es la puerta que ahora tengo abierta y debo cruzarla.
Una amiga vegana pasó una semana en casa y estar con ella me hizo replantearme el ser vegetariana (lo he sido por varios periodos de hasta tres meses, y en sí no como carne más de un par de veces por semana). Justo ahora no sé si la carne me ha caído mal, o si tengo el estómago hecho un desastre por el cambio de alimentación. Nada grave, creo que más bien es somatización de cansancio y agobio laboral.
Me he dado cuenta que amo intensamente a E., mi compañero, que lo elegiría todas las veces, que percibir el aroma de su nuca a media noche es un bálsamo que no cambiaría por ninguna otra historia. Sin embargo, hacer una vida con alguien tiene siempre sus altas y caídas. Creo que he decidido que lo importante es vivirlas a intensidad con la plena voluntad de seguir juntos.

lunes, 7 de junio de 2010

¿Y dónde estabas?

Pensaba pasar y decir sólo dos cosas:

1. Estoy muy bien, sólo un poco ocupada.
2. No se preocupen.


Faraway. Fotografía de Ahmet Unver, tomada de www.elpuercoespin.com.ar


Pero un comentario muy lindo de yoquemebusco --que se llama Lucía y es uruguaya, como La Maga de Rayuela ;)-- me hizo detenerme a escribir esto.
(...)hace poco (poquitísimo) he empezado a leer sobre lo que tu llamas TCA especialmente sobre esta "corriente" o "moda" (no se cómo decirle) de Anas y Mías y este, tu blog, me ha tocado el alma niña. Es que escribes tan sincero que a uno se le pone la piel de gallina, es como si tuvieses el poder de hacer que el resto se "ponga en tus zapatos". Por supuesto que además me siento identificada con un montón de sentimientos que describes aunque yo nunca haya llegado a hacerme daño físico (no de forma consciente).

Hola Lucía. Tu comentario me hizo el día, porque justo este blog lo abrí, sí para quienes sufren un TCA (especialmente atípico, como fue mi caso), pero más para quienes NO lo sufren. ¿Por qué? Porque creo que es difícil entender a alguien que padece anorexia o bulimia sin encajonarlo en los estereotipos clásicos del padecimiento. A lo largo de estos años de tener el blog y de estar en recuperación he visto que en realidad muchas personas se identifican con sentimientos y conductas que se supone son típicos de la anorexia o la bulimia. sin padecer estos trastornos Mi punto es que en realidad "sanos" y "enfermos" no somos tan distintos. Gracias por confirmarlo desde el otro lado.


(...)
Bueno, tal vez esto sí te sirva aunque más no sea cuantitativamente: a mí el cuerpo me ha cambiado mucho alrededor de los 23 años; he sentido que las "grasas" (que en mi no son muchas) se han cambiado de lugar por así decirlo me he vuelto un poquito más "fofa" (no se cómo se dirá allí... ¿"blandita de carnes" o algo así?) y nada, creo que es un cambio necesario ¿entiendes? es decir: algo así como que "las canas son la manera de que, a simple vista, otros noten que somos más sabios que antes" no sé si entiendes mi punto pero creo que en alguna extraña e inexplicable manera se puede aplicar a otros cambios en nuestro cuerpo.
No sufro ni he sufrido de trastorno alguno de TCA pero creo que todas las mujeres podemos "recibir" con otros ánimos esos cambios que a veces nos acongojan (o a algunas más que eso) con los brazos abiertos pues ellos son parte de nuestro crecimiento y nuestro crecimiento es parte de nuestro ser actual y conformará también nuestro ser futuro ¿me entiendes? No digo que nos definan, ¡no!, sino que si los hacemos parte de nosotras, serán parte de nuestra belleza.


Creo que primero el comentario de Patri S. y ahora el tuyo me han hecho ver esa realidad: el tiempo pasa por nosotros y nuestro cuerpo cambia. No es un deterioro, es como dices, la huella de que somos más sabios y tenemos más experiencia. Y eso, en efecto, es hermoso, bello en el sentido más hondo de la palabra.

Gracias a todos los que me ayudaron con sus experiencias y sus comentarios a reenfocar mi mirada. Y a la gente del mundo "real" que también estuvo conmigo, (y no leerá esto) aún sin saber abiertamente que estaba un tanto cuanto en riesgo de dar un traspié. Ahora que volví al blog también encontré una entrada mía sobre el espejismo de la eterna juventud. Y les digo que nunca perdí de vista lo que escribí entonces. Es sólo que a veces la anorexia (o sus residuos, o cualquier padecimiento mental) también es la posibilidad de que dos pensamientos contrarios convivan en tu cabeza a la vez y esto te dañe. Pero la recuperación hace que cada vez eso pase menos, y que cuando pase sea más insignificante que antes comparado con todo lo demás en mi vida.

Saludos y gracias a todas las que se han preguntado por mí. Espero estén muy bien. Nel.la y Santika, sé que lo están y me alegra, ya les escribo. eLena, ojalá también vayas mejor, ¿te llegó mi correo?

lunes, 19 de abril de 2010

La pesadilla de la báscula

Hace mucho tiempo que no actualizo. Tengo una entrada pendiente sobre las autolesiones (gracias Nel.la y Santika por sus testimonios) pero la verdad es que no me he sentido con ánimo de escribir en el blog.

No sabría muy bien decir cómo empezó todo, pero estos últimos días he tenido problemas con mi imagen. Supongo que el principal desencadenante fue cuando fui a hacerme un examen médico para inscribirme a clases de yoga cerca de mi casa y según la báscula del consultorio mi IMC rebasaría el 20 por un par de de décimas. Es un peso normal, saludable, "perfecto". El peso meta que nunca llegué a alcanzar cuando iba con la nutrióloga. Pero me desquició. Llevaba varios años con un IMC ligeramente inferior a 19 y me había acostumbrado a ese peso, incluso me gustaba.

Esta es una foto de una despedida que me hicieron mis amigas cuando me mudé con mi chico, hace más de un año.

En primera, no sé si la báscula en que me pesaron estaba bien. Me había pesado --a petición de mi novio-- tres meses antes: había subido un par de kilos con respecto a mi peso de siempre y me sentía bien. Como no tengo básculas en casa ni he sido nunca fanática de ellas, tampoco tengo forma de corroborar el dato. La cinta métrica es otra historia: en la primera crisis de anorexia que tuve lo único de lo que llevaba registro era de las medidas. Y según la cinta tengo 90 de pecho (nunca había dado eso, siempre unos 87-88; 63 de cintura, mi habitual es 62, y 94 de cadera, que es mi parte más ancha y normalmente oscila entre 90-92). No es una gran variación en medidas, y de hecho es imperceptible en la ropa: todo me sigue quedando igual. Pero algo empezó a martillarme en la cabeza.

Esta es la foto mía más reciente que encontré. Es de noviembre de 2009, de un viaje con unas amigas.

Desde hace varios años, cada vez que me obsesiono con el peso me pregunto qué es lo que está mal en mi vida, qué es lo que me gustaría cambiar y que estoy transfiriendo a mi cuerpo. Pero ahora todo está estable. He puesto un negocio con mi chico y las cosas van bien. Lo de dar clases, que era algo muy importante para mí, no salió tan bien, pero tampoco fue fracaso total; salí de la universidad donde tenía tres grupos, pero seguiré dando parte de un diplomado en la universidad pública más importante de mi país. Y aunque aún no me he titulado de filosofía (estudié también periodismo y estoy titulada, pero de la otra me falta hacer la tesis) tampoco me preocupa mucho; sé que es sólo invertir tiempo. Hice una solicitud para una estancia de un mes en España y cometí un error en el registro, pero aún así espero que me acepten, aunque los resultados los dan hasta octubre. En lo demás todo bien: me publican con cierta frecuencia en dos periódicos nacionales y para fines de este mes o quizá el siguiente terminaré una novelita, algo como un juego, que empezó como una carta de amor.

Suena bien. No sé si es lo que hubiera planeado lograr a mis 26 años, pero supongo que tampoco es muy distante. Y aún así he estado extremadamente consciente de mi silueta, de mi peso, de la comida. Además, en estos meses me han dicho distintas personas que tengo cuerpo "más de mujer" o que he "embarnecido" (creo que es un término que sólo se usa en ciertos países de Latinoamérica y significa como aumentar masa muscular o redondearse), palabra que detesto y me produce escalofríos. No sé. Me aferro a la idea de que uso la misma talla de ropa desde que tenía 16 años y en general todas mis amigas de mi edad han subido de peso.

Supongo que antes la gente asumía naturalmente que engordar era parte del desarrollo o del envejecimiento. Cuando mis padres eran jóvenes compraron prendas como chamarras de cuero y abrigos un par de tallas más grandes para poder usarlos por varios años. Sin embargo, en más de un sitio he leído que el peso que una mujer tiene a los 24 o 25 años es el que deberá conservar hasta los 40, aproximadamente. ¿A ustedes les ha pasado eso de aumentar de peso sólo con la edad?

Eleven, Edward Hopper.

En otra entrada he hablado de que la grasa es algo inseparable de la condición femenina, lo que da reservas para poder ser madres. Y sin embargo, ahora me encuentro queriendo conservar a toda costa mi cuerpo adolescente. ¿Les ha pasado también? Normalmente no me gusta hablar de estos periodos, pero supongo que es lo más honesto. De repente algo se nos dispara en la cabeza y todos los demonios se desatan. Sin embargo, no es igual que antes. Apenas he disminuido un poco lo que como, un par de porciones de carbohidratos al día. Y aunque sé que quizá todo se solucionaría yendo con la nutrióloga, también siento miedo de hacerlo y que me envíen a terapia de nuevo.

Por ahora veré como sigue esto, disculpen mis tonterías. Se aceptan sugerencias, y un abrazo para todas.

martes, 9 de marzo de 2010

Anorexia o bulimia, ¿hay una mejor?

Pareciera que en el mundo de los trastornos de la alimentación todo se reduce a dos extremos del mismo péndulo infernal: anorexia o bulimia. Casi todos los que padecen un TCA han pasado por etapas de una y otra, o por diversas combinaciones de ambas.

¿Cuál es "mejor"? Ambas son un camino a la muerte, sólo que hay diferencias. Yo asocié la bulimia con la muerte inmediata porque una vez fui con mi amiga S. a un grupo de autoayuda para gente con TCA y a las pocas semanas una chica que tenía bulimia falleció de un paro cardiaco por vomitar. La anorexia me parecía un modo más lento, más controlado de morir.

Izabel Goulart, foto de David Sims

La psicóloga con la que hice terapia me decía que la anorexia mata más rápido porque tu cuerpo no recibe ningún alimento, mientras que con la bulimia algo de lo que comes logra quedarse en ti.

No puedo hacer una comparación personal entre ambas porque siempre me ha aterrorizado vomitar. Cuento con los dedos de las manos las veces que lo he hecho en toda mi vida, y ya adulta seguro no llegan ni a las cinco. Nunca me he provocado el vómito, nunca.

Desde un punto de vista, la anorexia te da más sensación de control, te hace sentir más fuerte. Además, muchos santos, sobre todo católicos, han pasado por periodos de ayuno prolongados, por lo que tiene hasta sus tintes místicos. La gente con anorexia suele ser más perfeccionista que el resto de las personas y este trastorno trae consecuencias inmediatas, visibles: la piel reseca, el frío, los calambres, los mareos y los desmayos. En cierto modo, es inocultable. Además, están otras consecuencias quizá más terribles: los cambios de humor violentos, el enojo constante, el aislamiento.

La bulimia es explosiva, descontrolada. Te da la sensación irrefutable de que algo malo está pasando. Tiene que ver con los excesos; las grandes comilonas o incluso bacanales tras las cuales la gente se provocaba el vómito para seguir comiendo. En cierto modo creo que en la bulimia la comida es como una droga: cada vez necesitas dosis más grandes para alcanzar el mismo efecto. Según los psicólogos la gente con este padecimiento suele ser más emocional y manipuladora.

Ten years in the life of Marketa, Jan Saudek

Entre los catorce y los quince años, además de S. --tres años mayor que yo, de quien he hablado aquí y acá-- tuve otras dos amigas con trastornos de alimentación. Una tenía bulimarexia: periodos de ayuno seguidos de atracones y vómito; la otra padecía bulimia "simple" y sencilla, era delgadísima pero se daba unos atracones tremendos y luego vomitaba hasta que sólo salían de su boca jugos gástricos.

Yo siempre vi los atracones como la otra cara de la moneda de la anorexia: era una resistencia desesperada del cuerpo a morir. Aunque parezca increíble, cuando me llegaban a ocurrir simplemente me lo tomaba con calma. Recuerdo por ejemplo haber comido dos paquetes de galletas de nuez y un litro de leche luego de una comida normal. Tras eso me sentía demasiado llena, pero tampoco me daba culpa: llegué a pasar hasta ocho días ingiriendo sólo agua y chicle sin azúcar. Además, mi estómago estaba tan encogido que mis atracones no eran monumentales.

Anja Rubik, foto de Miguel Reveriego

Creo que todas las personas que tienen bulimia han deseado en algún momento tener anorexia. Del otro lado, a mucha gente con anorexia le gustaría darse los atracones que caracterizan a la bulimia.

No importa si codicias la anorexia, si eres una anoréxica "perfecta", pura; si tu relación con la comida es de amor-odio, o la bulimia te tiene hundida. Todos los caminos acaban igual: en el vacío, en la muerte.

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Nota para inefable: Cambié un poquito la entrada después de leer tu comentario. Supongo que no hubo mala fe, sino quizá un exceso de sinceridad. Al fin y al cabo, yo siempre me incliné por una y no por otra. Pero como sabes, espero no hacer apología de nada.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Tan frágil que nadie se atreva a hacerte daño

Supongo que nunca quise tanto ser hermosa o ser delgada en sí como verme frágil. Por eso me pareció tan acertada la idea del título que tomé del blog Save Me de Angelito.

Para el promedio de mi país soy alta: 1.66, que alcancé desde que tenía catorce años (en realidad llegué a medir 1.68, pero como a esa edad empecé a sufrir de anorexia perdí dos centímetros de estatura, que es algo relativamente frecuente en quienes sufren el trastorno cuando están en desarrollo).

De mis amigas soy la más alta y en la universidad recuerdo mirar anhelante los micro pantalones de mis amigas que medían 1.50. De hecho, una de ellas hizo alguna vez un comentario sobre lo anchas que eran mis piernas en comparación con las suyas. Sin embargo, aunque había catorce centímetros de diferencia entre ambas yo sólo pesaba tres kilos más que ella.

En la foto, Audrey Tautou

Mucho de lo que perseguía con la anorexia era verme frágil, mostrarle a la gente a mi alrededor que no era tan fuerte como otros me veían, decirle a mi familia, a mis maestros, a mis amigos: ya no puedo más. Ser tan frágil que en efecto, nadie se atreviera a dañarme.

No creo que la anorexia te haga hermosa, al contrario, te de un halo de debilidad y hasta de enfermedad. Recuerdo que cuando alguien me tomaba de los hombros (soy sumamente delgada de la cintura hacia arriba, aún hoy a veces me queda la talla cero) y me decía "siento que te voy a quebrar" por dentro me decía que eso era justamente lo que quería transmitir.

No sé por qué muchas veces fui incapaz de verbalizar o expresar de alguna otra forma que me sentía vulnerable, pero para mí la delgadez era la forma perfecta de que los demás se dieran cuenta que me estaba derrumbando.

Foto de una figura de cristal en Venecia, de Malachica.

Aún ahora siento a veces el deseo desesperado de verme frágil, de sentirme tan ligera y tan pequeña que todos tengan el deseo de protegerme. Pero justo cuando siento el vértigo de querer bajar de peso, me pregunto qué cosas de mi vida son las que me frustran, las que quisiera cambiar, y trato de trabajar sobre ellas.

La feminidad es asociada tradicionalmente con la debilidad. Pero debemos descubrir que ser capaces, independientes y fuertes no nos hace menos mujeres. Que ser mujer es más que encajar en un estereotipo.

jueves, 4 de febrero de 2010

Quiero tener anorexia. Alcanzar la perfección

Muchas chicas hablan en sus páginas de la "perfección" que persiguen con la anorexia. O dicen "Quiero tener anorexia, quiero ser anoréxica para llamar la atención de tal chico, para entrar en tal vestido, para ser hermosa, para ser feliz...".

Más allá de que la perfección es un estado inalcanzable, de búsqueda constante y que también es subjetivo, quisiera hablar de la "perfección" que se alcanza con esta enfermedad.

Mi amiga S. tenía dieciséis años cuando empezó a sufrir de anorexia. Medía 1.75, tenía el cabello rubio-castaño rizado hasta la cintura y un cuerpo delgado, atlético y bien proporcionado. Era la capitana del equipo de basquetbol de su escuela, y había trabajado algunas veces como modelo para catálogos de ropa.

Pintura de Alex Kanevski

Pronto, la enfermedad la dejó en los huesos. Las curvas de su cuerpo desaparecieron, la piel se le puso reseca, las uñas violáceas, los labios partidos. Tuvo cáncer de estómago y su salud y su cuerpo nunca volverán a ser los mismos, quizá nunca pueda tener hijos. El brillo de su piel y de su pelo se fueron definitivamente, también mucha de su masa muscular.

La gente con anorexia normalmente tiene un alto grado perfeccionismo, por lo cual es difícil que llegue a verse a sí misma perfecta... siempre algo empaña la imagen, siempre hay algún defecto.

Sin embargo, la imperfección es algo inherente al ser humano: somos un cúmulo de virtudes y errores que sin embargo, pueden resultar tan perfectos como se puede llegar a ser.

Perfección no es sinónimo de delgadez, ni una meta a la que se llega dejando de comer o vomitando. Perfección es una forma de mirar, una aceptación total de lo que somos y de lo que los demás son. ¿No son acaso perfectos un árbol, una flor, un atardecer, un gato?

Obra de Arturo Rivera

La anorexia y la bulimia no te acercan a la perfección. Son enfermedades que se nutren en el secreto, en la angustia callada, en una represión de emociones, en un crecimiento interno de la infelicidad y la vergüenza. No te hacen ser una princesa, sino que te llenan de desconsuelo, desesperación y un continuo sufrimiento.

¿Esa es la perfección que quieres?

lunes, 25 de enero de 2010

No quiero ser una princesa: La gran guerra de Nel.la

Son casi dos meses sin escribir aquí. He estado ocupada con el fin de semestre de mis alumnos, y estuve un par de semanas fuera de la ciudad (acá tengo unas fotos de mi viaje). Ahora vuelvo para escribir una entrada que debía desde hace mucho tiempo.

Nel.la es una de las personas que más admiro por su lucha para recuperarse de un TCA crónico después de haber sufrido de abusos. Hace tiempo que cerró su blog La gran guerra de Nel.la. Llegué a leerlo un par de veces, y ahora ella accedió a enviarme algunos materiales de ese testimonio que ha decidido dejar en el pasado.

Quise mostrar algo de su viejo blog aquí, porque a veces es necesario mostrar que alguien que estuvo tan mal puede estar bien. Así que las dejo con unas palabras de esta hermosa y valientísima mujer, deseando que tengan un año excelente, lleno de dicha, y de risas, donde hasta el dolor tenga su sentido y, por supuesto, su fin.

* * *

No soy una princesa, nunca quise serlo: ni de cuentos, ni de la típica peli Disney, ni de la realidad con el palacio y todos los lujos y obligaciones reales... yo quería ser el príncipe que corría grandes aventuras, o mejor el caballo que corría veloz por las praderas, o el lobo que aullaba a la luna y se sentía libre danzando por el bosque, o el águila que volaba lejos, muy alto, hasta tocar el cielo con sus alas y sus sueños...

Nunca quise ser perfecta. Nunca me vi perfecta, pero no tenía demasiados complejos, y desde luego no me veía gorda. Siempre creí (y lo sigo creyendo) que la belleza se encontraba en el interior de cada uno. No busco un ideal de belleza externa: delgadez, estar en forma, tener un pelo a la última, ir maquillada y a la moda... No soy así.

Sé que mi problema con la alimentación no es por encontrar mi peso "ideal". Sólo al principio de mi enfermedad busqué una meta fija. Ahora me doy cuenta de que la cuestión no es adelgazar hasta tener un peso X. Dejar de comer y vomitar (negarme ese placer de la vida, esa necesidad biológica) era una manera de castigarme, y cómo no, de ahuyentar a los indeseables de mi lado (no quería ser una mujer "sexi" para que los hombres no me desearan), de que se alejaran de mí para no volver a llorar nunca porque alguien me hubiera forzado a hacer algo que yo no quería...



Nunca busqué la perfección (¿qué perfección hay en dejar de comer y estar en los huesos?), y mucho menos me he considerado una princesa (no resultaría muy atractivo ver a la Cenicienta -por citar una- metiéndose los dedos en la garganta para vomitar después de atiborrarse sin control: no sería un cuento, sino una película de terror).

Hoy me he pesado y me he asustado más incluso que cuando gano algún kilo. He perdido casi dos en la última semana (creo que es el peso más bajo desde que entré en esto, no peso eso desde que tenía unos 12 años). Mi parte enferma se alegra (¿cómo no?), pero a la vez sé que eso me atrapa más y más en la enfermedad, y me acerca kilo a kilo a la tumba...

Me miro al espejo: desde los huesos de las caderas hacia arriba casi puedo admitir que estoy delgada (clavículas, columna, escápulas, costillas... demasiado prominentes, tanto que sentarme a una silla me causa dolor, tanto por los huesos del culo, como los de la columna en el respaldo...), pero ya empiezan a gustarme partes de mí que siempre he visto gordísimas, como las piernas. Siguen siendo mi parte más gruesa, pero parece que ya están más acordes con el resto del cuerpo... obviamente la ropa me viene grande, pero aprieto el cinturón, y arreando.

Qué difícil soy: si subo de peso, me pongo paranoica, pero si bajo también, y si me mantengo me desespero... la cuestión es que nunca estoy contenta.

* * *

Mi adolescencia fue probablemente la peor de mis etapas. La recuerdo como un mar de dolor sin fin en el que no veía salida. Empezaron mis problemas con la alimentación, luego con las drogas y la auto-mutilación, la depresión y las ideas de suicidio. A esto se sumó el rechazo de todas las personas que tenía a mi alrededor: profesores, familiares y amigos. Todo esto me hundió en la miseria más absoluta que puede llegar a experimentar el alma humana, un vacío total de sentido, una ausencia absoluta de esperanza o de ganas de vivir o luchar por nada, y mucho menos por mí.

Estas situaciones me llevaron de un ingreso a otro. Los problemas con la alimentación y el consumo de sustancias me afectaron profundamente, no sólo a nivel mental, sino físico. Durante años fui un caso perdido, destinada a vagar de un hospital a otro, toda empastillada. Perdí los límites de la realidad, de mi cuerpo, de lo que me rodeaba. Vivir o morir me resultaba indiferente, al fin y al cabo me sentía muerta en vida, y prácticamente así era. Intenté suicidarme, al fin y al cabo mi vida había perdido hacía mucho tiempo el sentido. Lo intenté más de una vez, y fue un milagro que me salvase de cada una de ellas, porque no eran leves tentativas de suicidio, sino muy serias, en las que los médicos se asombraban de que me recuperase. Podría haber muerto varias veces, pero creo que en el fondo tenía tantas ganas de volver a vivir, tanta "magia" esperando despertar, tantos sueños dormidos, tanto amor que no quería ni mirar, tanta fuerza por luchar... que mi espíritu decidió seguir adelante a pesar de todo, curando a mi cuerpo de las heridas mortales que mi dolor le causaba.



El primer paso que di fue dejar la medicación. Puede parecer ilógico y contraproducente, pero me dejé guiar por mi instinto, por lo que me dictaba el corazón, ya que los médicos, los fármacos y todos los "psi-" que me habían tratado no habían conseguido hacer nada por ayudarme. Los médicos se llevaron las manos a la cabeza, pero así y todo lo hice, de todas maneras no tenía nada que perder.

Al dejar la medicación empecé a ser yo misma y a ser verdaderamente consciente de lo que me pasaba, eso sí, al principio lo pasé muy mal por el síndrome de abstinencia. La medicación, al igual que ayudaba a suavizar un poco mis síntomas (aunque nunca encontraron una que me fuera realmente bien), me anulaba como persona. No me dejaba pensar con claridad, ni leer, ni estudiar, ni entusiasmarme por algo...

Luego lo que de verdad empezó a curarme y por lo que volví a recuperar las ganas de vivir, fue volver a despertar aquella parte mágica que había dormido durante tantos años, aquella parte "infantil", llena de sueños, fantasía... me di cuenta de que esa parte era inseparable de mí y que los fármacos y el dolor la habían anulado. Siempre fui una gran soñadora, muy imaginativa. De pequeña destacaba en todas las asignaturas de arte y literatura, y contaba muchos cuentos a mi hermano salidos de mi imaginación, pero siempre tuve muy claro dónde empezaban mis cuentos y dónde la realidad (lo digo porque una psicóloga insinuó que a lo mejor los confundía y por eso estaba así de mal, y me dijo que dejara de escuchar a mi imaginación). Dejar ese mundo fue un error, porque, para bien o para mal, era ese mundo el que me salvó durante años de una realidad que muchas veces podía llegar a ser muy dura, tanto en casa, como en el colegio (mis compañeros solían marginarme porque era diferente). Era mi refugio y a la vez formaba una parte inseparable de mí, de mi ser.

Ese mundo volvió a despertarse en mí, y empecé a expresarlo a través del arte: poesía, escritura, pintura y música. Me di cuenta de que si quería ser feliz mi vida tenía que ir encaminada en esa dirección y fue así como encontré al mayor de mis maestros y amigos en mi vida, inagotable fuente de alegrías: el Piano. Y dirigí mis energías y mis ilusiones hacia él, lo que me ha ido curando de verdad. Yo no tenía una vida propia, así que era como empezar de cero, y eso me daba una gran ventaja: podía elegir el camino que quisiera, porque no tenía expectativas puestas en mí. Decidí elegir el camino que me hiciera más feliz, porque ya había sufrido bastante...

También estas experiencias me han ayudado a apreciar la vida mucho más, a luchar por lo que de verdad me hace feliz, sin ese miedo que tiene tanta gente al "qué dirán", porque la vida es demasiado preciosa como para desperdiciar las cosas importantes o dejar de luchar por nuestra felicidad sólo por miedo a que otros nos juzguen.

A veces me sorprende que a pesar de todo siga de una pieza. Me sorprende que siga ilusionada ante la vida, creyendo en las personas, creyendo que los sueños pueden hacerse realidad, soñando despierta, dando todo el cariño que puedo a las personas que me rodean, riendo como si la vida fuera una fiesta continua, sonriendo a los extraños, haciendo el payaso para que los demás rían y así yo también reír con ellos... Me sorprende que a pesar de todo no me haya rendido, que no sea una de estas personas que van por la vida amargadas porque han tenido malas experiencias, porque razones para ser una de estas personas no me faltan...

Miro atrás y miro el presente, y no puedo dejar de sonreír, de sentirme orgullosa, porque he hecho mucho más de lo que yo misma creía que podía hacer, mucho más de lo que los médicos esperaban de mí, y lo que todavía me queda por hacer... Cada vez que veo a mi primer psiquiatra me sonríe, y me siento feliz, porque una vez me dijo que estaba orgulloso de mí, que era un milagro para la psiquiatría, que deberían estudiar mi caso más a fondo porque caerían muchas teorías...

* * *

Han cambiado muchas cosas desde aquel entonces. En general me siento más fuerte, más madura y más segura de mí misma, cada día con más ganas de vivir, de superarme a mí misma y de levantarme cada vez más fuerte y con más energía. También he aprendido que los baches son inevitables, pero de mí depende no dejarme hundir demasiado cuando eso ocurre y levantarme lo más deprisa posible, además de día a día aprender un poco más sobre esta aventura de vivir, con sus días de sol y de lluvia, para que cada día que pase pueda aumentar mi fortaleza y mi mundo interior...



Marque lo que marque la báscula, haga el tiempo que haga, lleve mejor o peor los estudios, esté resfriada o no, tenga un montón de cosas que hacer... quitároslo de la cabeza: estar bien no es algo que dependa del exterior. Estar bien depende de nuestra actitud, de estar en paz con nosotras mismas. Ciertamente a veces ocurren desgracias ajenas a nuestra voluntad, pero incluso esas desgracias son mucho más fáciles de afrontar cuando nos encontramos bien psicológicamente que cuando no es así.

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