jueves, 14 de agosto de 2008

La suave llama de la felicidad

Después de casi mes y medio de no ver a mi terapeuta tuve sesión este martes. A partir de ahora las sesiones se irán espaciando más, una cada mes. Este finalmente es un paso para dejar la terapia, porque aunque el alta no existe, esto es el cierre de un capítulo. Es una constatación de que soy más fuerte, más madura.
Foto: Gregory Colbert, Ashes and snow
Como lo he dicho en otras entradas, esto no significa que esté curada, porque "de ti mismo no te curas", como decía Sartre. Sin embargo, creo que sí indica que he enfrentado algunos de mis miedos más hondos, que he trabajado duro conmigo misma, que he optado por la vida con los sinsabores y las alegrías que entraña.


Foto: Gregory Colbert, Ashes and snow


Creo que los más importante de de este proceso fue que aprendí fue a pedir y recibir ayuda. A reconocer mi debilidad y permitirla, a dejar el orgullo a un lado y reconocer mis necesidades, no sólo de alimento, sino también de cosas más profundas: de un abrazo, de una caricia, de amor. Aprendí a reconocerme vulnerable, y por paradójico que parezca, aprendí que eso no nos hace débiles, sino más bien nos fortalece.


Creo que he mirado muchos de mis miedos de frente y me he obligado a enfrentarlos. Y con ello he aprendido que muchos de nuestros fantasmas se desvanecen cuando los exponemos al sol.

Hay días en los que me siento inmensamente feliz sin motivo aparente. La razón es simplemente que estoy viva, sana, que disfruto de los pequeños instantes y los pequeños placeres. Quizá este es el mayor regalo de la recuperación: descubrir que la felicidad también puede ser un fuego suave que arde en silencio sin grandes llamaradas, prodigando luz y calor.

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