Si para ser totalmente adultos hay que, como dice Freud, matar al padre, al menos en eso ya voy de gane.
Pero estar sin ti es casi como tener una pierna o un brazo de menos. Duele y sabes que falta, miras donde debería estar y no hay nada.
¿Por qué de entre todos los trabajos del mundo elegiste ese? ¿Sabías lo que podía pasar? ¿Te imaginabas que nos ibas a dejar, la falta que le ibas a hacer a mi hermano, a mi mamá, a mí? ¿La falta que de por sí nos hacías?
Nunca te tuve. Me hiciste falta para sentirme segura, protegida, querida, aceptada. Nunca supe si te sentiste orgulloso de mí.
Y sin embargo, de alguna manera te encuentro en mí a cada rato. En mi fuerza, en mi carácter; pero también en mis defectos, en mis obsesiones, en la terquedad, lo inflexible, lo perfeccionista, lo dura, lo cruel.
Pintura: Rafael Gaytán
Me duele que faltes porque eres irrecuperable, porque nada puedo yo -o puede nadie- para remediar tu pérdida. Porque es saberme perpetuamente incompleta, toparme con todo lo que me falta y siempre me va a faltar. A veces la ausencia es insoportable para mí que me he pasado la vida tratando de concentrarme en lo que sí tengo, en lo que puedo hacer, en esforzarme, en hacer siempre más. Ahora resulta que nada de eso llena el vacío: faltas y faltas para siempre.
Luego lo peor: que tampoco tengo recuerdos idílicos de ti a que aferrarme. Que sí, me ha hecho falta mi papá muchas veces, pero me hiciste falta y me haces falta no sólo porque hayas muerto, sino desde antes.
Hay veces que me gustaría que te hubieras tomado el tempo de hablar conmigo, de conocerme, de dejar que te conociera. Porque más que una presencia, a menudo vienes a ser el hueco donde caben todas mis ausencias, la mano o la pierna que no tengo. A veces eres mi justificante para tener miedo. Y quizá detrás del 'no es suficiente' que me acosa, en el fondo hay un eco de tu voz, de tu mirada.
Mi consuelo es que a todos nos falta algo. Es lo que nos hace imprefectos y susceptibles de ser amados.