domingo, 14 de diciembre de 2008

La historia de Poncho: Porque la valentía es una locura llena de grandeza


Los árboles tienen una vida secreta que sólo les es dado conocer a los que se trepan a ellos.

...no quiere más que mi muerte. Y yo no quiero más que mi vida.

Reinaldo Arenas, El mundo alucinante


Como algunos saben, soy periodista. Mi oficio y esta página se alimentan de una misma creencia: que nuestras palabras pueden cambiar al mundo. Por eso quiero iniciar esta sección de historias sobre gente que ha sufrido anorexia o bulimia y las ha superado. Porque los trastornos de la alimentación no tienen que ser como el DSM los pinta, ni todos los finales felices son como nos han contado.
Alfonso, Poncho para los de confianza, es un entrañable amigo mío. Lo admiro extraordinariamente por muchas cosas: su inmensa capacidad de trabajo, su tesón, su habilidad para reinventarse, la inmensa aceptación que tiene de sí mismo.
Alfonso es homosexual y, a diferencia de muchas personas que conozco, creo que nunca tuvo dudas serias al respecto. En la secundaria pensó que los niños de su escuela no lo aceptaban por gordito; entonces empezó a jugar basquetbol hasta el agotamiento y a comer cada vez menos. Cuando el pelo comenzó a caérsele, los calambres lo acosaron y la inanición hizo estragos en su cuerpo, Poncho se dio cuenta de que a veces la verdad es mucho más cruda y más compleja de lo que intuimos: el rechazo de que era víctima se debía más a su preferencia sexual que a su complexión. Y Poncho, con esa simpleza para lo complejo que lo caracteriza, simplemente decidió aceptarse.
Yo lo conocí en la universidad, donde terminó de descubrirse como periodista, como escritor, como activista, como hombre. Pese a que ser homosexual en nuestro país es duro aún --somos una sociedad terriblemente machista-- y al rudo ambiente de los medios de comunicación, nunca lo he oído quejarse ni autocompadecerse. Quizá por eso un amigo mutuo lo definió una vez como "fácil de querer, imposible de combatir".
Alfonso me ha animado con su ejemplo a seguir adelante en algunos de los momentos en que más me desilusiona la indiferencia del mundo: hoy conduce un programa de revista cultural en radio, colabora para un par de periódicos y escribe su segunda novela inédita.
El año pasado tuvo un accidente automovilístico terrible que lo obligó a estar en rehabilitación por varios meses. En cuanto lo supe le llamé, y al final fue su fortaleza sin quiebres la que me hizo el día: "Como no creo en dios y sus fueros, yo como Violeta Parra sólo canto gracias a la vida, que me ha dado tanto...", me dijo.

Aunque muchos dicen la anorexia es un padecimiento cada vez más común entre varones homosexuales, Poncho es mucho más un número en la estadística: es un gran hombre, grande en todos los sentidos. Quise hablarles acá de él porque creo que su historia nos da una lección de aceptación, asunto que sí tiene mucho que ver con los trastornos de la alimentación.

Si todos fuéramos capaces de mirarnos con la honestidad y descarado valor con que Alfonso se mira, el mundo sería otro. Y porque creo que puede ser otro (y él también lo cree) les dejo acá un cuento que él escribió para este espacio.

De madrugada

Alfonso Castañeda

Todo está en mi contra, incluso yo. Nada me mantiene conforme y mis quejas son, cada día, más. Voy mal en la escuela. Las tareas se acumulan al paso de los días y siento pesadumbre de sólo revisar mis apuntes. Duermo horas seguidas durante la tarde, por eso en las noches me angustio de no conciliar el sueño, y es precisamente cuando reproduzco ocurrencias, a veces tormentosas. (...)
Pero lo más agobiante, lo que verdaderamente me atemoriza es que en las madrugadas me da por vomitar. Hoy, por la mañana, desayuné un pan que sobró del día anterior. Mamá no vio cuando lo engullí. No me gustan los testigos. A veces prefiero comer a solas, sin sentir las miradas escrutadoras de mi familia, que se plantan ante mí como enemigos. Procuro llevar una sana alimentación. Odio las verduras, pero las como, al igual que la fibra y los sustitutos de azúcar. Lo que ellos comen, sobre todo mis hermanos, está prohibido para mí y llegan a hacerme burla, pues los hombres no deberíamos preocuparnos por esos detalles del buen físico y la buena salud, dice papá. Hay ocasiones en las que me robo un pedazo de carne frita o como varias cucharadas de guisado, todo esto cuando nadie me ve. Mas luego siento que de mi interior nace una voz maligna que me reprocha y no me deja en paz. Por eso vomito.


viernes, 5 de diciembre de 2008

Un regalo de las alas de Dhanev...

Creo que es Borges quien dice que a lo que aspira todo escritor es a encontrar sus lectores. Esa frase me lleva a las preguntas ¿qué es un escritor y qué un lector? En lo del escritor no ahondo, dejémoslo en 'quien escribe'. En cuanto a un lector, creo que la lectura es un ejercicio de empatía, inteligencia e imaginación, porque pone en juego nuestra capacidad para hacer nuestras las palabras de otros.
Este blog me ha dado la gran satisfacción de encontrar lectores, de descubrir que mis palabras pueden hacen sentir a otros "tocados", hacerlos reflexionar, regalarles otra forma de ver las cosas.
Esto viene a cuento porque este mes Dhanaev me honró con un premio. Como ya explicaba, soy malísima para estas cosas, así que, en vez de pasar el premio como debiera, me limito a agradecerles al angelito en busca de alas que me lo concedió y a quienes me leen y con sus comentarios me motivan a seguir escribiendo.
Acá la foto (de Cannon Bernáldez) que elegí para el premio (y va para mis lectores):


Acá la imagen de Dhanaev:


martes, 25 de noviembre de 2008

¿Por qué un TCA? ¿Quién lo desarrolla?

¿Por qué hay personas que desarrollan un tca y otras no? Me he hecho esta pregunta muchas veces, y esta entrada es parte de mi respuesta.
Imagen de la fotógrafa Cindy Sherman, 1978


Primero, como dice la periodista Alina Fernández –hija de Fidel Castro y víctima de la anorexia en su juventud–, la anorexia (en combinación con la bulimia y otros trastornos) “afecta a las personas más perfeccionistas, a las que son sensibles y tienden a asumir la responsabilidad de todo lo que ocurre a su alrededor; es por ello que quieren castigarse, como si fuera irreprimible su ansia por desaparecer”.

Segundo, a partir de mi experiencia y las personas que he conocido, diría que, en efecto, una sensibilidad exacerbada (que por sí misma no es algo malo) unida a una sensación tremenda de impotencia son lo que orillan a alguien a desarrollar un tca.

Sin embargo, también hay gente que cumple estas dos condiciones y desarrolla una adicción (frecuentemente al alcohol y/o drogas, pero también al sexo u otra cosa) o personas que como cuenta Ysabel sufren de depresión (su caso) o de trastorno de pánico u otros padecimientos semejantes. La diferencia, diría yo, la hace nuestro entorno. Los patrones que aprendemos de nuestra familia, la forma en que resuelve los problemas –o no los resuelve– la gente a nuestro alrededor.
Beach Nude, fotografía estenopéica de Anthony Browell


Tengo varios amigos muy queridos que en su juventud o adolescencia sufrieron una adicción. Emocionalmente, ellos entienden muy bien lo que yo sufrí y yo los comprendo perfecto. Sin embargo, creo que lo mío fue anorexia porque lo que buscaba era mostrar que me sentía desesperadamente frágil... Sí, la situación de mi familia me obligó a asumir muchas responsabilidades a muy temprana edad. Pero también soy consciente de que, de no haber sido por mi perfeccionismo y mi extremada necesidad de satisfacer las necesidades de los demás, quizá no hubiera pasado nada. Ambos factores fueron determinantes para que yo desarrollara un tca. No quería ser más bonita, ni parecerme a ninguna modelo, ni nada semejante. Quería con desesperación verme frágil, porque sentía que mi mundo se caía a pedazos y deseaba hacer eso visible en mi cuerpo, en mi persona.Quería que mi madre, mi hermano, mis maestros, incluso mis amigos, se dieran cuenta de que no soy tan fuerte como a veces me veo. Quería estallar en pedazos para así mostrar la presión a la que me sentía sometida.

Fotografía de Dorothea Lange. Toward Los Angeles, California, 1937

Aún hoy soy sumamente perfeccionista y a menudo me exijo implacablemente. Sin embargo, también he aprendido a reconocer que tengo límites, y sobre todo, a perdonarme cuando me equivoco y a reírme de mí misma. Sobre las cosas que pasaron en mi infancia y adolescencia, creo que fueron accidentes (biológicos como una enfermedad o fácticos como un choque automovilístico), que nada de lo que pasó fue culpa de nadie. Y haber sobrevivido a eso hoy me hace distinta, más fuerte, más madura. Le da un eco de profundidad lo mismo a mi risa que a mis lágrimas que de otra forma no existiría. Aún hoy hay días en que quisiera sólo verme frágil y no tener que reconocer mis debilidades o asumir la responsabilidad que me toca. Esos días me digo que crecer y recuperarme es poder actuar distinto. Y entonces escribo, pido un abrazo, me tomo dos minutos para llorar o salgo a caminar. Y después, sigo con lo que estaba porque el mundo siempre sigue girando. Porque no hay culpables, sólo responsables.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Familias que enferman

Dicen que infancia es destino, y atendiendo a esa sentencia se puede explicar una buena porción de lo que yace tras un TCA o una adicción: El miedo constante, la incertidumbre de saber si habrá mañana, de cómo encontrarás a tu padre y a tu madre, de si habrá comida en casa o tendrán que mudarse de nuevo; de si papá será el hombre sonriente o la sombra arisca; de si mamá será la de los brazos dulces y la risa de cristal o la de los gritos porque alguien ha dejado huellas en la alfombra y todo está mal...


Imaen: Elm Grove, de Dorothea Lange, 1936





Todas estas son heridas e incertidumbres que adquirimos en la infancia pero que a menudo nos marcan como jóvenes y como adultos, que se agazapan bajo la superfice de nuestra "normalidad" para salir de repente en un pleito de pareja, en una crisis de llanto en el trabajo, en una pérdida inexplicable de peso o en los residuos dejados sobre la porcelana de algún baño.


En mi caso, al anhelo de mi padre porque su primogénito fuera varón, a su prematura muerte, a la tremenda depresión de mi madre, el caos doméstico y las exigencias a menudo desmedidas que pesaron sobre mí respondí con huelga de hambre, léase anorexia. Hay gente que necesita más que esto, hay a quien le basta con menos para padecer un TCA.


Lo que importa es que la infancia no dura para siempre. Que aunque haya sido terrible, podemos crecer y ser adultos, y ser entonces otros. Sin embargo, debemos recordar que la madurez no es algo que llegue por acumulación inevitable de años; es una lucha que implica energía, fortaleza, valor. Madurar es abrir tus heridas para que sanen, enfrentar tus fantasmas y tomar de la mano al pequeño niño o niña que llevas dentro para mostrarle que ahora todo está bien porque tú haces que esté mejor.


Fotografía de la serie Miedos, de Cannon Bernáldez.

martes, 11 de noviembre de 2008

Reconocer el esfuerzo

Esta mañana Ysabel Francis, colega periodista de Venezuela, me regaló una sopresa: un premio al ezfuerzo personal. Como soy un poco bruta para la tecnología (vivo en el siglo XXI por puro error, y si amo la red es porque constituye una fuente inmensa de conocimiento impensable antes de esta época) nunca he entendido bien cómo funciona eso de los premios a los blogs. Hoy, luego de varios clicks, pude medio comprenderlo.


Si tuviera que nombrar siete blogs que destacan por su esfuerzo no sabría por donde empezar, así que limito mi campo de atención a los blogs que tratatan sobre trastornos de alimentación o temas relacionados, y por lo tanto colindan con este espacio. En esta categoría, nombraría a los blogs de Verónica (Skyline) y Yomeniego. A la primera por crear su página verdadanaymia a partir del sufrimiento de tener a alguien cercano con un TCA, a la segunda por sus luchas enconadas. Además, a Pa, la Webmistress de lostillusions y a Petitsweet de la petit mort. De entre las cuatro, destacaría la labor de Pa y de Petitsweet, ambas chicas valientes que luchan o lucharon contra un trastorno de la alimentación y ahora tienen páginas brillantes que brindan información sobre los trastornos de la conducta alimentaria. Y, ya que la petit mort no es blog, menciono entonces a Dhanev, una chica con una sensibilidad asombrosa que muestra a menudo en sus entradas.
Un lugar especial merece Sara, de la iniciativa unespejomilventanas. Sara escribe con valor sobre el trastorno que sufrió, mirándolo retrospectivamente y también en prospectiva, con la particularidad de que también publica eventualmente posts de sus padres.
Dos páginas que me gustan también son la de Ana, anabuscaunsitio, y la de Nadis, venenoparaunahada. Sin embargo, creo que el esfuerzo de ellas es distino: una lucha con las palabras (Nadia también emplea mucho imágenes) por documentar el sufrimiento que produce un TCA vivido desde adentro. Ellas no informan, dan testimonio.

Imagen tomada de www.b1enestar.com

Pero en realidad, estas menciones no son premios ya que justo mi post anterior menciona a personas que, aunque no escriban en blogs, creo que han hecho un esfuerzo extraordinario que, aunque es personal, que trasciende las fronteras de ellos mismos para inspirar a otros.

Por útlimo, gracias a Ysabel y una disculpa por violar con esta entrada cuanta regla de los premios internáuticos existe. Ysa es una chica sumamente emprendedora, que se graduó de periodismo con una tesis sobre la imagen de la mujer venezolana en los medios de comunicación. Trabaja en varios medios venezolanos y su blog missperiodista aborda temas de belleza, salud y otros.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Cambiar el mundo. Recuento implícito de mis héroes


Para quienes me han enseñado que el mundo sí puede cambiar.
Para Dhanaev, Yomeniego y Oveja Rosa (por recordarme la que fui).
Para ITL, MSP, ACM, MM, y mis otros hermanos de
utopías. Porque con ustedes llegué a ser la que soy.

Este post va muy relacionado con el anterior. Porque la rebeldía es declararse en guerra contra el mundo hasta cambiarlo.
No sé cuando fue la primera vez que quise cambiar el mundo. Para muchos, este deseo que se transforma en lucha viene indisolublemente ligado a la adolescencia cuando: 1.- Te das cuenta de que el mundo está jodido. 2.- Crees que la situación puede cambiar. 3.- Te da por intentar cambiarlo. Para muchos el fin de la adolescencia significa el fin de los puntos 2 y 3, ante el cada vez más firme convencimiento del 1.
Hace unos meses, una amiga me hizo recordar la primera vez que me plantee seriamente que el mundo tenía que ser distinto de como es. Tenía ocho años entonces, y ahora, que estoy cerca de cumplir los 25 y ya lejos de lo que normalmente se admite como adolescencia, sigo igual de terca en lo mismo. Pienso que el mundo debe cambiar, mucho y de muchas maneras. Esa convicción mueve mucho de lo que hago, desde hacer trabajo voluntario gratuito hasta escribir este blog (y muchas otras cosas que no vienen a cuento).

Tamara en el Bugatti verde, autorretrato de Tamara de Lempicka. Como sintetizó la revista Auto-Journal en 1974, “el autorretrato de Tamara de Lempicka es la imagen real de una mujer independiente que se hace valer. Una mujer libre”.


Conforme pasa el tiempo, cada día me convenzo más de que el mundo está tristemente mal. Digo, basta con abrir los periódicos o ver un noticiario para presentirlo. Sin embargo, contra la experiencia, sigo creyendo que la situación puede cambiar porque conozco a muchas personas que han demostrado que la esperanza es el más necio de los sentimientos: Activistas que perdieron a sus parejas en los 60 bajo las balas del poder, exiliados que tuvieron que dejarlo todo para salvar la vida, madres de desaparecidos políticos, señoras de ochenta años que cada día toman su bolsa de mercado y salen, con su reuma y sus achaques, a enfrentar al mundo con una sonrisa. Amigos que, pese a los guiños del poder, las vueltas de la vida y la edad, no dejan de ser críticos. Todos ellos son mis héroes.
Y entre mis héroes y heroínas cuento también a varios hombres y mujeres que se han recuperado de un trastorno de la alimentación o una adicción. A ell@s los admiro porque al final un TCA o una adicción son producto no sólo de tonterías de adolescencia, "modas" o algo semejante; son producto de nuestra sociedad con sus estereotipos, enfermedades, traumas y decadencias. Son un síntoma del "malestar" de nuestra cultura que se revela en sus miembros más sensibles. Y quienes se han recuperado dan testimonio de algo valioso: el mundo (al menos nuestro mundo particular) sí puede cambiar. Ellos son pruebas vivas de ello.

jueves, 16 de octubre de 2008

La anorexia como rebelión

Siempre he pensado que la anorexia es, de un modo u otro, una forma de rebelarse. En mi caso, era la forma última que yo, siempre excesivamente atenta a las demandas de los demás, encontraba de decir NO.
En los primeros casos de anorexia documentados durante la Edad Media, la enfermedad era un modo de protesta religiosa. Por ejemplo, para Catalina de Siena fue el modo de oponerse al matrimonio y optar por la vida monástica.
Para muchas, es una forma de pelear contra la pubertad y sus curvas, contra el ser mujer. (Y que sea en cierto modo una pretensión absurda por eternizar la niñez y detener el tiempo no quita que sea una rebelión).
Para numerosas víctimas de abuso sexual, la anorexia es una negación del cuerpo y por ende de su vulnerabilidad.

Foto de Jimena Almarza

Para otras es una negación de la maternidad, del molde de mujer que la sociedad ha querido imponer: un esqueleto no puede ser madre, no puede cubrir la doble jornada de empleada exitosa, ama de casa y esposa.
Y sin embargo, esta literal huelga de hambre viene condenada al fracaso: no podemos negar el cuerpo ni detener el tiempo. Y si podemos cambiar los estereotipos sobre la feminidad no es dejando de comer como lo lograremos. Hace falta hablar, actuar. No bajarse del tren de la vida, sino tomarlo a la brava.

jueves, 2 de octubre de 2008

Recaer no es caer del todo, ni recuperarse tener una vida perfecta

Hace unos días falleció mi abuela y tuve unos días difíciles. En ocasiones me sentí como cuando llevaba días en ayuno: con dolor de cabeza, súper débil e irritable. Tuve que trabajar muy duro para decirme que recaer no es caer otra vez del todo y no equivale a desandar todo el camino avanzado.
Esta muerte me hizo darme cuenta de la forma demente en que afrontamos las pérdidas en mi familia: todo mundo finge que nada ha pasado, evitamos el duelo y las condolencias externas. Todo lo cual lo hace mucho más difícil, porque las ceremonias que rodean a la muerte no son para los muertos, sino para los vivos: para que puedan sentirse menos solos y recibir el apoyo de amigos y familiares.
Dorothea Lange, Starting over, 1935.

En mi familia somos expertos en sostener la sonrisa cuando el mundo se desmorona. Mi madre es, en muchos aspectos, una mujer sumamente dura. En vez de decirme que ella también está cansada o triste, cuando le dije que me sentía fatigada respondió “Cansada yo que fui, vine..." y un largo etcétera que en realidad quiere decir "Mira lo fuerte que soy mira cómo me sostengo, cómo sigo en pie. Apláudeme". Sin embargo, no me es fácil molestarme con ella, porque a los cinco minutos vuelve a ser la mamá abnegada que se preocupa por mi dolor de espalda y se ofrece a hacerme la cena.
Seguro que de ella aprendí a mandar mensajes ambiguos, a poner cara de fuerte cuando no lo siento. Y sin embargo, hoy me doy cuenta de estas cosas. Ya no sólo las sufro, ya soy capaz de sobreponerme y tratar de ser diferente.
Quizá esto es la recuperación: no que tu vida vaya a ser perfecta a partir del alta, sino que puedes darte la oportunidad de estar triste y saber que no va a ser para siempre, de aprender del dolor, de ver que puedes ser distinta a como te enseñaron que debías ser.

jueves, 25 de septiembre de 2008

La celulitis como parte de la condición femenina

Para las fiestas patrias fui a la playa con mi chico. Un viaje muy lindo, que me dio la oportunidad de pensar otra vez sobre los estereotipos que guardamos sobre el cuerpo. En lo personal, me considero más bien desinhibida: uso trajes de baño mínimos de dos piezas. Así lo he hecho desde la pubertad, aún en los años que padecí el trastorno con más fuerza. Lo repito, mi problema no era la imagen corporal. Años de subir y bajar de peso con la anorexia me han dejado piel sobrante en el trasero, el estirón acelerado de la pubertad me dio estrías y además, aunque soy delgada, tengo celulitis leve. Y todo esto no me importa.
Las tres gracias de Rubens, 1625-1630

Creo que mucho de ser sexy radica no tanto en el cuerpo perfecto, sino en la manera de llevarlo, en la seguridad. Y como les digo a mis amigas, la celulitis es parte inseparable de la condición femenina. El cuerpo de una mujer está compuesto básicamente, además de por agua y huesos, por grasa. La celulitis ha sido apreciada de distinta manera según las épocas y las modas, pero finalmente es el reflejo cutáneo de las reservas de grasa necesarias para la maternidad.
Dice Isabel Allende en su libro Afrodita que entre las odaliscas de medio oriente los hoyuelos en muslos y trasero eran sumamente apreciados, y cuadros como Las tres gracias de Peter Paul Rubens nos muestran como ideal de belleza a tres muchachas rollizas.
Y aún hoy día, mujeres tan atractivas como la actriz Jennifer Love Hewit tienen celulitis. Por cierto, me pareció genial la respuesta que ella dio a las críticas sobre sus fotos en traje de baño publicadas recientemente: que ama su cuerpo, y que todas las mujeres deberíamos hacer lo mismo.
Celulitis sí, anorexia no.
Claro, no faltó quien dijo que mejor ninguna de las dos.

Este verano volví a una comunidad indígena tzeltal enclavada en la selva Lacandona. Fui para hacer trabajo voluntario. La última vez que estuve ahí estaba en una crisis de anorexia y el trabajo fue bastante intenso, desde picar piedra hasta acarrear agua de un río. El esfuerzo fue demasiado para mi cuerpo debilitado, y sumado a la altitud, la aventura acabó en que me desmayé en una de las fiestas de fin de año. Asusté bastante a mis compañeros porque, desde luego, nadie tenía ni idea de que tuviera anorexia. Comprendí que mi decisión de ir en ese estado había sido irresponsable, pero también que finalmente eso me dio esperanza para seguir adelante, para recuperarme. Por eso, más de dos años después, me dio gusto poder regresar y aguantar el ritmo de trabajo (además, paradójicamente, me tocó hacerme cargo de la cocina. Y debo de decir que preparé los más ricos frijoles de Chiapas). Además, en el lugar donde dormíamos tenía como recordatorio constante un mural con la consigna Celulitis sí, anorexia no, lema adoptado en un encuentro de mujeres que también fue como una ironía ante las críticas al subcomandante Marcos por su sobrepeso.
Con esto, cierro el tema. La celulitis, como la talla, es un atributo que puede considerarse de diferentes maneras dependiendo de nuestra cultura y nuestra época. Sin embargo, la seducción es otra cosa. Depende de la intencionalidad de nuestros movimientos, de la intensidad del deseo. De un vaivén en la cadera, el cerrar de un ojo, el olor de nuestra piel. Es una esencia misteriosa y única para cada persona. Yo, me quedo con mi bikini.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Secretos que matan

Todos los secretos, tomada de forum-psicologos.
Hay un vértigo muy particular que acompaña a un tca. El vértigo de mentir. La anorexia o la bulimia te hacen experta en mentir, porque todo el tiempo andas negando que vomitaste, o afirmando que comiste aún cuando no lo hayas hecho en días, inventando pretextos para no comer o excusas para tu delgadez, tus ojos enrojecidos o tu rostro inflamado.
En mi familia hay un dicho: "Lo que se ve no se pregunta", y fue quizá ese el lema que mi madre y mi hermano adoptaron ante mi anorexia. Era evidente, y ellos, especialmente mi madre, optaron por no preguntarme, y yo por no decir nada. Al principio temí hablar abiertamente por miedo al internamiento (yo era menor de edad y mi pérdida de peso concordaba con los criterios para un ingreso), luego porque temí que mi mamá se sintiera culpable de lo que me pasaba. Y al final, porque a mí la terapia y la nutrióloga me funcionaron, por más que mi mamá no crea en esas cosas, y no estaba dispuesta a gastar energía en discutir sobre mi elección de tratamiento.
Sin embargo, hubo otras personas en mi vida que lo supieron, y que yo acepté que ellas lo supieran. Como dice una entrada maravillosa de lostillutions, "Reconocer el problema ante los demás no es tan difícil como hacerlo ante una misma. Sincérate con aquella persona o personas con las que te sientas segura, como pueden ser tus padres, tu mejor amiga o tu pareja. Estarán para escucharte y ayudarte a conseguirlo".
Mis amigas de la secundaria sólo vieron lo evidente: no podía negar que tenía anorexia. Nunca lo discutí abiertamente con ninguna, salvo C., mi mejor amiga hasta la fecha. Ella me confrontó muy fuerte hacia el final del año escolar, y en cierto modo su intervención me hizo ver que no podía seguir así.

El grito del silencio, tomada de ragesword.


Durante la preparatoria lo supieron mi novio, Y., mi hermana por elección y mi mejor amigo, F., quien también padecía anorexia y se autolesionaba. Con mi novio fue un desastre. Caímos en el juego del control y las mentiras, de la falta de confianza y los reproches. Mi hermana se lo tomó con calma, simplemente trataba de escucharme, me abrazaba, veía que comiera un poco, pero sin presionarme. Mi mejor amigo lo sufrió mucho. Su primera frase fue algo así como "No, tú no". Ambos sabíamos exactamente por lo que el otro pasaba y eso nos daba una complicidad única, pero también lo hacía más difícil.
Y sin embargo, decirlo fue quizá algo que me salvó la vida. Un tca es una carga muy pesada para llevar sola. Y decir a quienes nos rodean que lo padecemos implica aceptar que pueden intervenir en nuestra vida, que eventualmente nos confrontarán. Es bien difícil, pero vale la pena. Una discusión puede ser la diferencia entre vivir o morir en silencio.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Nadar en mar abierto, o los TCA como salvavidas

A veces creo que superar un trastorno de la alimentación es como empezar a nadar en mar abierto. Te ves sola, con tus propias fuerzas, ante un espacio infinito y desconcertante. Te sientes muy pequeña, pero también libre.
Fotografía de Yury Averkiev
Una chica me lo decía muy bien: con el tiempo el TCA llega a ser como tu salvavidas; es a lo que recurres cuando las cosas no están bien. Y con el tiempo menos quieres soltarte, porque sientes que es lo único que tienes para sostenerte. En efecto, vivir sin anorexia o sin bulimia es dejar atrás una conducta que te daba respuestas cuando no las había. Algo que de algún modo te daba la sensación de tener el control.
Fotografía de JTG, La Coruña

Sin embargo, la recuperación implica encontrar otras cosas a las que puedes recurrir, distintos modos de manejar las situaciones. E implica también aprender a nadar sola. A veces me da vértigo, pero también una alegría salvaje.

jueves, 14 de agosto de 2008

La suave llama de la felicidad

Después de casi mes y medio de no ver a mi terapeuta tuve sesión este martes. A partir de ahora las sesiones se irán espaciando más, una cada mes. Este finalmente es un paso para dejar la terapia, porque aunque el alta no existe, esto es el cierre de un capítulo. Es una constatación de que soy más fuerte, más madura.
Foto: Gregory Colbert, Ashes and snow
Como lo he dicho en otras entradas, esto no significa que esté curada, porque "de ti mismo no te curas", como decía Sartre. Sin embargo, creo que sí indica que he enfrentado algunos de mis miedos más hondos, que he trabajado duro conmigo misma, que he optado por la vida con los sinsabores y las alegrías que entraña.


Foto: Gregory Colbert, Ashes and snow


Creo que los más importante de de este proceso fue que aprendí fue a pedir y recibir ayuda. A reconocer mi debilidad y permitirla, a dejar el orgullo a un lado y reconocer mis necesidades, no sólo de alimento, sino también de cosas más profundas: de un abrazo, de una caricia, de amor. Aprendí a reconocerme vulnerable, y por paradójico que parezca, aprendí que eso no nos hace débiles, sino más bien nos fortalece.


Creo que he mirado muchos de mis miedos de frente y me he obligado a enfrentarlos. Y con ello he aprendido que muchos de nuestros fantasmas se desvanecen cuando los exponemos al sol.

Hay días en los que me siento inmensamente feliz sin motivo aparente. La razón es simplemente que estoy viva, sana, que disfruto de los pequeños instantes y los pequeños placeres. Quizá este es el mayor regalo de la recuperación: descubrir que la felicidad también puede ser un fuego suave que arde en silencio sin grandes llamaradas, prodigando luz y calor.

jueves, 31 de julio de 2008

La tiranía de lo bello

Quisiera volver sobre el tema de la belleza y sus implicaciones culturales. En este post me enfocaré más a cómo la condición de “deseable” convierte el cuerpo de las mujeres en país ocupado, escenario de violencias interminables. Muchas de estas violencias son sin embargo consideradas símbolo de status, y son una condición ya sea para el matrimonio o para la aceptación y el éxito.

La antropóloga Mónica Tarducci afirma que las pautas de qué es bello o no las establecen quienes tienen poder. Para marcar una diferencia con el resto de las clases sociales se busca algo inalcanzable para las personas comunes; por ejemplo, los pies en las mujeres chinas, que no eran las mujeres comunes, porque con esa tortura no puede llevarse una vida normal.

Desde el siglo VII y hasta principios del XX, las mujeres chinas eran sometidas a un procedimiento cruel para empequeñecer sus pies lo máximo posible. A los cuatro o seis años se les fracturaban los cuatro dedos más pequeños del pie y durante dos años usaban un apretado vendaje que mantenía los dedos rotos apuntando hacia el talón. Este proceso podía llegar a reducir el tamaño de los pies a tan sólo diez o doce centímetros de longitud. Esto empezó siendo un lujo de las clases privilegiadas, pero posteriormente se convirtió en requisito para contraer matrimonio.
Durante el proceso, los nervios de los pies quedaban destruidos. A la larga las mujeres sufrían problemas de columna debido a que carecían de un apoyo adecuado.

Aunque en la actualidad esta deformación de los pies ha dejado de practicarse, hay otro procedimiento mucho más temible al que son sometidas muchas mujeres: la ablación o mutilación del clítoris. Consiste en extirpar el clítoris y los labios menores de la mujer, aunque en algunas modalidades incluye también cortes en los labios mayores. Esta práctica se da principalmente en la zona central de África, pero con la migración se ha extendido a Estados Unidos y naciones europeas como España.

Muchas mujeres mueren desangradas o por infección en las semanas posteriores a la intervención, ya que casi siempre se realiza en condiciones poco higiénicas. Se calcula que actualmente existen 135 millones de mujeres y niñas en el mundo que han sufrido esta mutilación. Su práctica es cada vez más frecuente, y se ha extendido a niñas cada vez menores. Entre algunos grupos este procedimiento es una condición para que la mujer pueda casarse.
Sharbat Gula, retratada por Steve McCurry. Aparece usando burka completa y sostiene la imagen que McCurry tomó de ella cuando tenía once o doce años y fue portada de la revista National Geographic.

Algo mucho menos radical, pero que nos parece abominable a muchos occidentales, es la costumbre musulmana de que las mujeres cubran su rostro con un velo. Sin embargo, como señala Fatema Mernissi, la mujer occidental no es mucho más libre. Mientras que las musulmanas ayunan sólo en el mes de Ramadán, las occidentales lo hacen constantemente sometidas a la esclavitud de la delgadez.

lunes, 14 de julio de 2008

Quiero ser anoréxica

No es que un día te levantes, te mires al espejo y lo digas. No es que lo decidas al cerrar las tapas de una revista de moda. Es que un día dejas de sentirte dueña de tu vida, que la impotencia te ahoga y que lo único que tienes a la mano para expresarte es tu cuerpo. Es que un día la vida parece no tener sentido, que la muerte ha empezado a seducirte.

De ahí el camino es cuesta abajo. Algunos días sentirás hambre, pero pronto olvidarás esa sensación que se transformará simplemente en un vago dolor en el estómago. Vendrán entonces los calambres, la resequedad en la piel, los mareos, los desmayos. Cada día tus huesos serán más visibles, pero simplemente tú no los verás. Dejarás de ver lo que el espejo refleja, tus ojos empezarán a ver distinto de como miran todos los demás.

Loulou de la Falaise, Paris, 1975. Helmut Newton


Y no es necesariamente que te veas gorda --yo nunca sufrí de percepción distorsionada-- es que simplemente no te ves, o que te ves y deseas desaparecer. Con el tiempo se va también la capacidad de sentir, la de identificar qué es lo que sientes. Simplemente sabes que hay algo que te ahoga y que quieres sacarlo de ti al instante. Y no comer al menos te anestesia.

Desde ese punto hasta la muerte es sólo cuestión de tiempo. Estarás demacrada, débil. Te alejarás de tus amigos, o ello se alejarán de ti. Empezarás a morir primero en vida, porque tu voluntad y tu alegría se verán lentamente reducidas; luego te extinguirás totalmente, cuestión de meses o de años. Eso es tener anorexia.

Este artículo apoya la iniciativa Posiciona Contra La Anorexia

lunes, 30 de junio de 2008

La belleza es un corsé de acero

El único lugar público que se le concedió a la mujer tradicional fue el de la belleza

Rosa Montero, La arruga es bella


La moda era una forma de tortura legalizada.

Linda Watson, Siglo XX moda


Desde siempre el cuerpo de las mujeres ha sido un país ocupado, un escenario de distintas violencias. En algún lugar leí que los seres humanos somos la única especie que puede tener sexo sin el consentimiento de la hembra, pero no me refiero sólo a eso, sino a la violencia que está latente hacia las mujeres por otra razón: la estética.

"La ropa del hombre siempre se ha diseñado para sugerir dominio físico y/o social", dice Alison Lurie en su libro El lenguaje de la moda. Las prendas que limitan la movilidad de la mujer han existido desde épocas remotas para subrayar su papel pasivo, limitado a la esfera doméstica.

En las sociedades primitivas las mujeres obesas simbolizaban la fertilidad, ya que tenían mayor capacidad para gestar y criar hijos. Pero conforme la civilización se fue refinando, parece que también la tiranía de la moda sobre el cuerpo de las mujeres prosperó.

Las perlas de Afrodita, Herbert Draper. En el Renacimiento el ideal de la mujer fue mucho más voluptuoso.

A mediados del siglo XIX el corsé hizo furor. Su objetivo era reducir la cintura de la mujer para realzar sus pechos y glúteos. Algunas mujeres llegaron, mediante el uso de corsés y corpiños especiales, a lucir cinturas de menos de 35 centímetros.

Mademoiselle Polaire fue una cantante del siglo XIX famosa por su diminuta cintura.

Una editorial de un periódico de 1923 se rebelaba contra esta invención: "El corsé es la más extraordinaria invención de la coquetería femenina, aparato de tortura que marchita la belleza con el pretexto de hacerla valer, implacable destructor de toda gracia natural, horrible tutor que sustituye la rigidez a la admirable flexibilidad de las bellas flores humanas [...] Tampoco se puede decir que sea útil, necesario, como lo afirman aquellos que lo fabrican y venden y lo creen ingenuamente las que lo llevan. Es sólo un agente de destrucción de la belleza y la salud femeninas".

El uso de esta prenda provocaba deformación de órganos internos, atrofia de los músculos abdominales, problemas gástricos, dificultad respiratoria y problemas de columna.

En los años 50 se utilizan fajas y corsés para hacer más prominentes los senos y disimular las caderas. Ya en los 60 las curvas se empezaron a ver en todo el cuerpo, pero con la cintura aún estilizada por fajas. En los 70 se lucían más los glúteos y se agregaron los zapatos en punta que torturaban la espalda de la mujer.
La muñeca, Hans Ballmer


En los 80 los cuerpos estilizados por las pesas y los abdominales eran la moda, los aerobics se hicieron populares y se empezó a promover un cuerpo con menor grasa corporal. Diez años después se suplieron los ejercicios, las fajas, y los corsés por la cirugía plástica. El ideal de belleza se volvió prácticamente impensable sin el bisturí. Sin embargo, entre las mujeres que se han hecho un aumento de busto el índice de suicidios es tres veces más alto que en el resto de la población.


Ahora en pleno siglo XXI la delgadez se está apoderando de las mujeres, es un corsé invisible lo que aprisiona nuestros cuerpos.

martes, 13 de mayo de 2008

El amor y sus prosaicas realidades

El post pasado fue, básicamente, sobre el miedo, y fue para un amigo y para quienes están (estamos) en recuperación. Iba a escribir otro sobre la muerte, las muchas formas de morir y de matarse, las muertes que morimos cada día. Pero decidí (por hoy) escribir sobre algo más alegre: el amor.

Aclaro que no soy una romántica, más bien lo contrario. Sin embargo, creo a ultranza en el amor. Que lo mejor de nuestras existencias es conocer a otros en el camino, que como dice Benavente, lo mejor de nuestra vida está en el corazón de quien amamos. Ya escribí algo sobre la amistad. Hoy que sea sobre la pareja.

Esta es una casi carta a mi compañero, mi chico. Vale, espero les guste y me cuenten. Le digo de antemano que también creo que la pareja es un proyecto que siempre está en continuo riesgo de fracaso, que me parece una de las empresas humanas más ambiciosas e imposibles. Que como dice García Márquez, es creer que dos personas de distinta familia, distintas costumbres y hasta distinto sexo pueden llevarse bien, lo cual ya es pedir demasiado. Y sin embargo, las mejores causas siempre son las causas perdidas.







El cuadro es Los amantes, de René Magritte


Quisiera (parte II sobre la I de Guerra y tuya)



Nos quiero a los sesenta tomados del brazo. Tú de pachuco y yo con mi rebozo, caminando lento por la calle.


Quiero recibirte cuando llegues cansado, escuchar las historias que llegues a contarme. Vaciar todo lo que traigo entre pecho y espalda en tus oídos cada día, al final del día.


Llevar quince años juntos y todavía mirarnos un día e irnos a besos uno sobre otro, buscar los oscuros rincones que nos cobijen, desearnos a morir.


Mirarte y saber que en ese momento acaba una jornada y empieza otra. Obligarnos a dejar fuera los problemas del día y construir ese mundo de los dos que se reduce a una habitación, una cama y dos cuerpos desnudos.


Quiero seguirnos inventando cada día, que sigas siendo mi mejor amigo, mi cómplice, mi compañero. Seguir cambiando y seguir viendo cómo cambias, ir cambiando lo que juntos somos.


Quiero noches o tardes de simplemente hacer la comida, los dos, para los dos. De no hacer nada salvo estar juntos.

The robing bride, Max Ernst

Quiero las labores compartidas, el cansancio compartido. Porque al final el amor es más como una larga amistad, un compañerismo sin reservas, ser un equipo.


Quiero incluso los roces de la vida cotidiana, los choques minúsculos, las pequeñas batallas. Porque son parte del estar vivos y estar juntos, pero también porque en ellos --y en como los superamos-- nos revelamos nuestra voluntad de estarlo, de ser uno al lado del otro.


Acepto la dura consigna que me diera L.: de ahora en adelante saber que sólo tendré la mitad de una cama, la mitad de un baño, la mitad de la cocina, la mitad del agua en la regadera. Y que la otra mitad será tuya.


Quiero tu rostro sobre paisajes distintos, tu rostro distinto sobre el paisaje de siempre. Quiero ir queriendo en ti a los distintos que has sido, recordar las muchas que me habitan al verlas en tus ojos cuando me miras.


La pregunta es si para todo esto hay que firmar un papel. ¿Tú qué dices?


Ojalá me honren con sus comentarios que son buenísimos. Sobre lo que quieran, si desean explícitamente sobre la pareja y el matrimonio. Besos.

martes, 22 de abril de 2008

Cuando el miedo toca a la puerta, o el cartero que llama cien veces

Para todas las que estando en la lucha sentimos miedo,
unos días más que otros.
Para A.C.M., quien con el valor de su vulnerabilidad
me
enseñó esto un sábado de vacaciones imprevistas.


Sientes que el caos se precipitará inevitablemente sobre ti.

Que no es que a la tormenta siga la calma, sino que la calma te resulta sospechosa porque invariablemente le sucederá el huracán.

Sabes cómo es el fin del mundo. Lo has vivido una vez al menos, más quizá. No le temes al infierno, has estado en él. Y lo peor, temes que nunca se vayan --ni el infierno ni tu mundo del fin del mundo--, que nunca se hayan ido, que se hayan quedado bajo la superficie aparentemente tersa de la vida esperando para ahogarte.

Spirit leaving the body, 1977,
Jean Saudek


Y el miedo de que todo esto pase --de que vuelva a pasar-- te distrae de los atardeceres lila-verde, de los peces de colores que duermen en el mar, de las sonrisas de los niños en el metro, de las hojas doradas dibujando formas al caer. Pero peor, te distrae también de la aventura de amar, del riesgo de hacer planes, de la satisfacción de contar logros.

Los heraldos negros llaman a la puerta. Ya han entrado antes y se han llevado todo, o casi todo. Quizá no puedas cerrarles el portón en el futuro. Pero ahora sabes que como llegan se van, y que también puedes pedirles que se larguen a otro lado.

El mundo se ha terminado. El infierno existe. Pero has sobrevivido. Estás aquí, prueba irrefutable. ¿Perpetuarás tus miedos anticipándolos, reviviéndolos? ¿Dejarás que ese temor devore todo en tu vida? ¿No se llevó bastante el incendio? ¿Quieres aún arrojarte a la hoguera para alimentar su fuego?

¿O te armarás del valor de saberte sobreviviente, abrirás los ojos y echarás a andar?

lunes, 31 de marzo de 2008

La fuerza de reconocernos débiles

Para Arcángel.


Dicen que si un instante basta para morir, debe bastar para cambiar. Así nos lo demuestran los TCA. Basta un instante para morir durante un ataque de bulimia. Un instante para morir de paro cardíaco por anorexia. Un instante para pasar de ser un cuerpo esquelético a ser un cadáver.


Y el instante que nos salva, el instante de luz que nos cambia es siempre un milagro. Basta también un instante para tomar la decisión de empezar la terapia, de internarse, de entrar a una clínica de día, de hablar con los padres, con el novio o con los amigos.


La vida son instantes. Sin embargo, para que los instantes de salvación sean más que instantes, se debe trabajar duro en la recuperación. Y recordar que siempre habrán momentos buenos y malos.
Imperio de la luz,
de René Magritte.
Este cuadro es uno de mis favoritos, quizá mi favorito de Magritte.
En él, el día y la noche coexisten en el mismo instante.


Dicen que había en la antigüedad un rey que llevaba en su mano un anillo con la frase grabada: "Esto también pasará". Y el rey era un sabio porque miraba la inscripción tanto en los momentos de intenso sufrimiento como en los de extática dicha.


Como él entendamos que los TCA también pasará, que el dolor y el miedo también pasarán. Y aunque la dicha pase, eso también pasará.

domingo, 23 de marzo de 2008

¿Cuánto dura la terapia?

Todos los pozos profundos viven con lentitud sus experiencias: tienen que esperar largo tiempo hasta saber qué fue lo que cayó en su profundidad.

Friedrich Nietzsche


Es un intento de respuesta a la pregunta, ¿cuánto dura la terapia? Creo que la duración es directamente proporcional a la magnitud de las heridas que se pretendan sanar, la profundidad de la persona en cuestión, y un factor que no es de olvidar, la fe y paciencia que se deposite en el proceso terapéutico.
Mi amiga G., huérfana de madre desde los siete años, de padre desde los catorce y que perdió a su abuela a los diecinueve lleva unos ocho años en análisis. Supongo que las pérdidas de su vida justificarían por sí mismas la duración de la terapia, lo cual, sumado al hecho de que está en psicoanálisis tradicional, y de que lo inició con un afán formativo (estudió psicología, y una de sus metas al estudiar la carrera fue dedicarse a la clínica) no deja lugar a muchas dudas.
En el caso de N., una chica muy querida que también sufrió de anorexia, su terapia duró alrededor de un año. Aunque no fue psicoanálisis estricto, su terapeuta sí tenía formación de analista. Su caso de anorexia fue un tanto dramático ya que terminó hospitalizada, no sólo por el trastorno, sino porque pescó una enfermedad seria debida a sus bajas defensas. En ese estado, sus opciones para mejorar eran pocas, y la terapia fue una. Cuando dejó el tratamiento, la terapeuta no estuvo totalmente de acuerdo, pero tampoco rechazó la idea.
Para mí, al menos la anorexia ha quedado atrás en el sentido de que me es claro que privarme de comida sólo empeora los problemas en vez de mejorarlos de algún modo. Pero sigo en terapia porque, entre muchas otras razones, creo que este es un momento estable de mi ajetreada vida, donde puedo hacer un alto para resolver cosas que quizá más adelante me causen problemas.
¿Cuándo termina entonces el tratamiento? Varía dependiendo del caso, así que las historias son bienvenidas.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Carreras de kilos, ¿cómo perder peso?

"La envidia es mil veces más terrible que el hambre, porque es hambre
espiritual".
Miguel Unamuno

Las carreras de kilos son en realidad carreras hacia una única meta: la muerte. Durante el ayuno, una persona consume no sólo la grasa de su cuerpo, sino también músculo (incluyendo el cardiaco) y posteriormente diversos órganos que incluyen el cerebro. De hecho, la mayor parte de nuestro cerebro es grasa. Al dejar de comer no se alcanza una supuesta "perfección", sino una muerte lenta y dolorosa. Literalmente, uno se devora a sí mismo.

Este artículo apoya la iniciativa Posiciona Contra La Anorexia

viernes, 15 de febrero de 2008

La importancia de sentir

"A todos pertenece lo que piensas. Sólo es tuyo lo que sientes. Si quieres que sea
tuyo lo que piensas, has de sentirlo."
Friedrich von Schiller

No sé si les pase, pero a veces pienso en lugar de sentir. Quizá porque es más "fácil", porque lastima menos y porque es un terreno donde me siento más segura. (Digo, al fin y al cabo no fue gratuito que estudiara filosofía).

Aclaro que para mí, pensar es un acto amplio de la razón (sí, soy bien kantiana), que abarca no sólo el pensamiento "racional" como la lógica, la matemática... pensar abarca también la memoria, la imaginación y los sentidos.

Pero aún en ese acto amplio, a veces falta SENTIR. Poder estar simplemente enojada, triste, con miedo. Poder validar que es justo lo que siento, y a partir de eso, dejarlo pasar.

Quizá por eso es maravilloso que mi poeta, en vez de preguntarme ¿cómo estás?, me pregunte ¿cómo te sientes? Prueben un día a hacer a otros a cambiar el "estar" por el "sentir".

jueves, 14 de febrero de 2008

14 de febrero. Habitación: soledad

Cito de memoria, así que se aceptan correcciones. Ambos los busqué para un amigo que vive atrapado --o enamorado-- con su soledad. La soledad es esa habitación de la casa que frecuentamos las personas deprimidas, suframos o no de TCA.

De mis soledades voy
a mis soledades vengo
porque para estar conmigo
me bastan mis pensamientos.
Sor Juana Inés de la Cruz

¿Acaso vale la pena estar solo
para estar cada vez más solo?
Cesare Pavese

Y sin embargo, la soledad es eso: sólo un cuarto de la casa de nuestra alma. El cuarto donde podemos encontrarnos con nosotros mismos y, dicen los místicos, donde dios nos habla más claro.
Pero también es el cuarto donde a veces nos sentimos encerrados, porque simplemente, nadie entra a nuestra soledad (y lo peor es que a veces la soledad existe también en compañía).

El mundo de Cristina

Andrew Wyeth
Esta obra de un pintor estadounidense representa a una mujer frágil y deteriorada arrastrándose por el campo hacia su casa.

Creo que la soledad es así: sientes que te arrastras por un campo desolado y todos los demás están muy lejos. Pero subrayo, sientes, porque en realidad la soledad no es una condena ni una cárcel. Es, una vez más, un cuarto.
Para quienes nos aman, a menudo es un cuarto de donde no pueden hacernos salir.
Pero recuerda que afuera siempre hay gente. Quizá lo más duro de los TCA para mí es la forma que que con ellos nos aislamos de la gente que nos ama. Porque sentimos que no nos entienden, porque sentimos que lo que nos pasa pasa por primera vez en el mundo.
Y es cierto, así como "el mundo nace cuando dos se besan" como dice Paz, también inauguramos la tristeza en el universo cuando la sentimos. Sin embargo, hay gente que ha sentido --no lo mismo, los dolores siempre son privados-- algo semejante a lo que nosotros experimentamos.

Imagen de la película
Stand by me



Y con alguien no me refiero necesariamente a quienes sufren de anorexia o bulimia, sino a nuestros amigos o familiares.
De mis siete mejores amigos, sólo dos hemos sufrido de anorexia. Mi mejor amigo y yo. (Un día, no hoy) hablaré sobre él. Pero eso no me aisló de mis amigos, o al menos, no para siempre. Mi mejor amiga no podía entender por qué no comía. Pero me hizo saber que le dolía mi situación. Y me quiere tanto --y yo a ella-- que tuve que buscar en mí una explicación para decírsela, y que ella me pudiera sacar del calabozo de mi soledad. Mi explicación fue que buscaba, de un modo u otro, morir. Que era mi forma de decir "paren el mundo, que me quiero bajar".
Ella nunca tuvo anorexia. Pero me entendió. Y me escuchó siempre que lo necesité durante los ocho años que sufrí del TCA.
Mi amiga I. tampoco tuvo anorexia nunca. Y cuando yo le conté lo que me pasaba, simplemente me dijo "No puedes vivir para siempre con tanto dolor. Tienes que hacer algo." Y me ayudó enojándose conmigo cuando me veía recaer, haciéndome ver que estar bien era mi decisión. Y sobre todo, yéndose de viaje y de fiesta conmigo, viviendo junto a mí momentos intensos que me hicieron ver que vale la pena recuperarse.
Mi amigo M.M. ni siquiera sabe que un día padecí anorexia. Pero entiende que los túneles de mi mente son hondos, que mi capacidad para la tristeza en ocasiones parece no conocer fondo. Y me ha ayudado con su oído atento y su presencia amable a darle voz a lo que me lastima, a reírme de mí misma.

Y no es que yo sea un ser privilegiado. Todos tenemos a alguien a nuestro alrededor. El reto es dejarlos entrar a nuestro mundo, al mundo íntimo de nuestros demonios.
Puedo decir que es una experiencia que asusta, pero también que enriquece. Porque al final descubres que todos los seres humanos sufrimos (unos más, otros menos) y que al final el dolor es el mismo. Descubres que eres vulnerable, pero que también lo son quienes te rodean. Que tienes defectos y que hay gente que te ama, no a pesar de ellos, sino completamente con ellos.

Amigos: se los digo por si un día llegan a caer en este blog. Hayan estado en mi vida unas horas, un mes o veinte años, me han ayudado a reír más fuerte y brincar más alto, pero también a entender mi dolor cuando lo veo todo negro. Han sabido mostrarme la luz, o, mejor, adentrarse en mi oscuridad para darme un abrazo. Hacen que mi vida sea más que horas.

Porque el corazón tiene motivos que la razón no conoce

Al final (después de pláticas con amigos --principalmente psicólogos o gente que ha estado tiempo largo en terapia--, varios comentarios de las chicas del foro --que siempre son como ángeles-- y de algunos bloggers) me he decidido a continuar con mi terapeuta.
Lo decidí como una práctica tremenda de perdón y de esperanza.
De perdón, porque mi terapeuta me pidió una disculpa y yo, aún con todo mi enojo, mi inseguridad, mi hipercrítica, mi elevado nivel de autoexigencia y mi soberbia, la acepté. Porque también, en un modo menos doloroso, tuve que perdonar a mi poeta, porque hay veces que quienes te aman buscan protegerte, y al final fracasan en el intento porque no saben qué es exactamente lo mejor para ti (mucho menos si tú no lo dices), y porque finalmente son humanos. Al que más trabajo me costó perdonar fue al amigo de mi poeta. Primero, porque ni siquiera me pidió una disculpa (según él no me la debe, y debo aceptar que yo me porté muy agresiva cuando conversamos sobre el asunto), y segundo porque a veces es difícil lidiar con el hecho de que personas que ni siquiera amas pueden también lastimarte.
(Siempre he creído que sólo quienes amas pueden lastimarte. Y eso es lo más natural del mundo, quien te es indiferente no puede hacerte daño).


Cuadro de Salvador Dalí. Es una de mis pinturas favoritas de éste pintor, tiene un título larguísimo que no recuerdo. Pero la idea es que es Dalí pintando a su esposa Gala, observados por cinco pares de ojos. La terapia es también verte, que te vean y ver cómo te ven.


De esperanza, porque esta decisión implica que creo de alguna forma en la terapia, que creo en la posibilidad de vivir mejor y de dejar que otros --que ni siquiera son parte de tu vida más vida, como un terapeuta-- te ayuden a conseguirlo.
Volver a terapia (en un proceso de recuperar mi lugar seguro) es mi profesión de fe de que creo que es posible vivir con menos dolor.
Y lo digo desde donde lo vivo, que no es precisamente el club de los optimistas. Lo digo desde el lado oscuro de la vida (y de la Luna), desde una vida llena de pérdidas irremediables --en mi caso, muertes trágicas--, desde una enfermedad debilitante, crónica, progresiva y mortal --anorexia o lo que sea--.
Pero también lo digo desde el lado de la vida donde amanece y atardece. Lo digo desde una vida llena de amor, y desde la inmensa fortuna de haber nacido con un fuego interno que no se apaga (el mismo que a veces amenaza con quemarme), y desde la oportuna casualidad de haber conocido gente, lugares, ideas y obras de arte maravillosas.

Cambiarnos a nosotros es cambiar el mundo.
Besos y gracias totales a tod@s.

sábado, 9 de febrero de 2008

¿Padecer anorexia te hace un bulto sin voluntad?

Quise redactar esta entrada a partir de un blog que encontré, donde se habla bastante de la influencia de la familia en el tratamiento de los trastornos alimenticios.
Esta entrada me pareció maravillosa, pero los comentarios (aunados a otra entrada sobre consejos para los padres) chocaron mi defensa a ultranza de la libertad de elección.
Para mí la pregunta es: ¿acaso padecer anorexia te hace incapaz de decidir NADA sobre tu tratamiento? Mi opinión particular, es que al restarte poder de decisión se te nulifica como persona, se te asimila a objeto o animal... y eso no es recuperación.
Estoy de acuerdo que en casos muy extremos la intervención dedicida de familia o amigos es determinante. Pero también creo que la mayoría de los casos no llegan a esos niveles dramáticos, y que detrás de una intervención hay mucho por considerar.

Contaré hoy un caso que me tocó mucho, el de mi amiga S.M. Ella empezó a sufrir de anorexia a los 16 o 17 años.
Su anorexia fue tremenda, con prácticas purgativas y ejercicio excesivo que la dejaron en los huesos, descalcificada y en un estado de salud lamentable en menos de un año. Sus padres decidieron internarla. Aunque había alternativas a la hospitalización (y ella las prefería), la familia se decidió por eso porque nadie podía pasar mucho tiempo con ella vigilándola y cuidándola.
Creo que la decisión de la familia fue egoísta. Que salvó la vida de mi amiga, pero dañó mucho la relación de ella con sus padres.
Sus padres se estaban divorciando. Su padre había sido infiel, y ella conocía a "la otra" mujer (su padre se la presentó) lo cual la hacía sentir sumamente culpable y conflictuada.
Cuando se planteó lo de la hospitalización, su padre ya no vivía en la casa familiar y estaba de viaje de negocios. Su madre, agotada por el divorcio y víctima de una tremenda negación pasaba horas en su trabajo como organizadora de eventos. Su hermano mayor estaba por casarse con su novia embarazada (él tenía 24 y su novia 17) y quería terminar la universidad antes de volverse cabeza de familia.
Cualquiera de los tres pudo haberse quedado en casa con ella y apoyarla en un programa de clínica de día tras una brevísima hospitalización. NADIE lo hizo.
Tras una hospitalización bastante dramática, el hermano y el mejor amigo de S.M. dijero que ELLOS pensaban pasar tiempo con ella vigilándola para que se pudiera ir a casa. Su hermano no pudo cumplir al 100 por ciento, ocupado como estaba con la universidad y su boda, pero su mejor amigo pasó con ella días y noches terribles en que ella lloraba de dolor, sentía ganas de vomitar aunque solo tomara agua y los ansiolíticos no le servían de nada.
Después de eso, S.M. nunca volvió a confiar igual en su madre. Y la relación con su padre ya estaba bastante dañada por el asunto de la infidelidad. No creo que sus padres sean unos monstruos, pero sí creo que la dejaron sola en un momento difícil. Que no debieron abandonar a su hija en un hosptial si se le podía atender en casa, que debieron anteponer el bienestar de S.M. a sus intereses y problemas.

Creo que hay muchos casos complejos, aunque no sean iguales a éste. Y creo que se debió respetar la desición de mi amiga de no ser hospitalizada si había alternativa y si había gente (no sus padres) dispuesta a apoyarla en un tratamiento externo.

jueves, 7 de febrero de 2008

Cuando lo inverosímil pasa, o la torcida fuerza del azar

Personajes:

yo: 24 años. Desde los 14 con anorexia (o lo que sea). Mi padre murió cuando tenía 11, mi primero novio cuando tenía 15, una de mis mejores amigas tuvo cáncer terminal cuando yo tenía 16. Después de eso nada es tan trágico... pero aún así, ando aún en proceso de sanar todo.
 
mi poeta: ni novio. llevo cinco años de conocerlo. Anduve dos años con él, rompimos por un año y llevamos un año de haber reiniciado la relación. Es adicto (a las drogas) en recuperación. Lleva cinco años y medio limpio.

mi terapeuta: 33 años, psicóloga, con formación de psicoanalista, también sufrió de anorexia y bulimia por 9 años. La terapia que manejé con ella no es psicoanálisis estricto.

mejor amigo de mi poeta o marido de mi terapeuta: es el mejor amigo, y a la vez el padrino (en un grupo de 12 pasos) de mi novio. Ahora es también marido (o pareja, no sé en realidad si se casaron) de mi terapeuta.

mi viaje: el verano pasado hice un viaje de casi cuatro meses a India, Marruecos y España.

La historia:

Tuve una crisis de anorexia (la última que he tenido) a los 21 años. Mi poeta, que en ese entonces no era mi pareja, me recomendó a una terapeuta especialista en TCA que trabajaba con su mejor amigo.

La terapia bien, lenta pero bien. Y sobre todo, me ayudó mucho con algunas cosas que para mí eran duras en ese momento.

Ocho meses después... Suspendí para irme a India, mi terapeuta estuvo de acuerdo y todo muy lindo. Y a mi regreso resultó que ella estaba embarazada del amigo de mi poeta (mi poeta y yo llevábamos para ese entonces unos cinco o seis meses de estar juntos de nuevo). Y lo peor, yo me enteré del asunto porque mi poeta, influenciado por la paranoia de su amigo, me lo contó. El caso es que yo tuve varicela en España y el amigo no quería correr el riesgo de que yo pusiera en peligro a su bebé. Por eso decidieron decirme lo que no me habían dicho en casi un año.

Regresé a terapia, pero no fue igual. Digo, a mi terapeuta la veía embarazada, pero no hablamos de que yo conozco al papá de su hija. Y al final, creo que la situación me fue bloqueando, que me sentí incómoda y dejé de hablar en las sesiones. Al final hice un cierre de terapia y puse fin al asunto.

Pero ahora, un par de meses después, me doy cuenta de que en el proceso de sanar abrió heridas que ni siquiera notaba que tenía, y que necesito cerrarlas. No sé si regresar con mi terapeuta (la situación es rara... se supone que uno no sabe nada del terapeuta, y yo me he ido de farra con su ahora marido) o si cambiar.

En fin, creo que este es el tipo de cosas RARAS (no digo buena ni mala) en que sólo yo me meto. Accedí a ir con mi terapeuta sabiendo que era compañera de trabajo de alguien que conozco, y descubrí que es muy profesional y muy capaz... pero creo que me decepcionó un poco. Ya hablé con ella y le dije que me hubiera gustado saber de boca de ELLA si había alguna interferencia en terapia. Ella dice que si yo lo sentí pude haberlo preguntado... y yo simplemente lo imaginé, se lo pregunté al poeta, él negó todo y yo le creí. Luego me enteré como me enteré. Pero pasado aparte, ahora tengo miedo de que en el futuro ocurra algún otro evento extraño y mi poeta o su amigo intervengan en un proceso de MI recuperación que se supone ocurre entre cuatro paredes (el consultorio) entre dos personas (la terapeuta y yo).

Me terapeuta dice que ella consideró que lo mejor terapéuticamente era dejar que yo preguntara. Pero lo que hicieran su marido y mi poeta estaba fuera de su control. Y cuando yo me fui ella no sabía que estaba embarazada. Y cuando regresé, nunca imaginó que su marido entraría en paranoia con las consiguientes consecuencias.

Ella me pidió una disculpa, pero sostiene que hizo lo mejor que pudo. Y que ella siente que no se equivocó en nada.

Yo digo que hubo un error, que definitivamente NO fue su culpa (fue algo complejo e imprevisto) y me gustaría que alguien me dijera si estoy en lo cierto.

lunes, 28 de enero de 2008

¿Por qué falla la terapia?

Porque la paradoja es:
O aquí no hubo errores, y yo me siento mal simplemente porque estoy loca.
O sí hubo errores y no los reconoces, o porque San Freud te excusa, o porque el corpus del psicoanálisis te respalda, o por simple orgullo laboral.
O eres humana y sí te puedes equivocar, y sí hubo errores y merezco una disculpa real, no una simple disculpa "para poderme sentir mejor".
O la finalidad de la terapia es que uno logre sentirse así de mal, así de alienado, así de triste, enojado y frustrado. Y entonces, a la mierda con Freud y su invento burgués.

Escrito por la plática post fin de la terapia con S. del jueves 24 de enero.

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails