miércoles, 21 de octubre de 2009

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Hoy es de esos días que me siento pequeña, diminuta, impotente.

De los días en que miro mis manos y no sé qué hacer con ellas. En que siento que he olvidado lo aprendido, en que no encuentro en mí a la competente, ni a la capaz de escribir textos periodísticamente decentes en segundos. Uno de esos días en que soy incapaz de verme a futuro en unos meses porque siento que en cualquier momento me desplomaré sobre el piso y todo habrá terminado. Hoy es de los días en que temo perder la razón, en que imagino las paredes blancas del corredor con manchas de mi sangre.

Y temo echarlo todo a perder, y quiero salir corriendo, hacer que el mundo pare.

Me sentía así muy a menudo cuando estaba enferma (o más enferma, si es que esto no se cura). Hoy sólo respiro, lo contemplo, trato de no ceder al vértigo, de no caer.

Llevo días sola en casa. Cocino, me siento ante el plato y lucho contra el enemigo interno: las arcadas que me vienen al pasar ciertos bocados, la saciedad que llega tras dos mordiscos. No como para nadie. Como para mí, supongo, porque sé por experiencia que si no lo hago luego es peor, para mí antes que nadie.

¿Esto también es estar mejor?

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