martes, 25 de noviembre de 2008

¿Por qué un TCA? ¿Quién lo desarrolla?

¿Por qué hay personas que desarrollan un tca y otras no? Me he hecho esta pregunta muchas veces, y esta entrada es parte de mi respuesta.
Imagen de la fotógrafa Cindy Sherman, 1978


Primero, como dice la periodista Alina Fernández –hija de Fidel Castro y víctima de la anorexia en su juventud–, la anorexia (en combinación con la bulimia y otros trastornos) “afecta a las personas más perfeccionistas, a las que son sensibles y tienden a asumir la responsabilidad de todo lo que ocurre a su alrededor; es por ello que quieren castigarse, como si fuera irreprimible su ansia por desaparecer”.

Segundo, a partir de mi experiencia y las personas que he conocido, diría que, en efecto, una sensibilidad exacerbada (que por sí misma no es algo malo) unida a una sensación tremenda de impotencia son lo que orillan a alguien a desarrollar un tca.

Sin embargo, también hay gente que cumple estas dos condiciones y desarrolla una adicción (frecuentemente al alcohol y/o drogas, pero también al sexo u otra cosa) o personas que como cuenta Ysabel sufren de depresión (su caso) o de trastorno de pánico u otros padecimientos semejantes. La diferencia, diría yo, la hace nuestro entorno. Los patrones que aprendemos de nuestra familia, la forma en que resuelve los problemas –o no los resuelve– la gente a nuestro alrededor.
Beach Nude, fotografía estenopéica de Anthony Browell


Tengo varios amigos muy queridos que en su juventud o adolescencia sufrieron una adicción. Emocionalmente, ellos entienden muy bien lo que yo sufrí y yo los comprendo perfecto. Sin embargo, creo que lo mío fue anorexia porque lo que buscaba era mostrar que me sentía desesperadamente frágil... Sí, la situación de mi familia me obligó a asumir muchas responsabilidades a muy temprana edad. Pero también soy consciente de que, de no haber sido por mi perfeccionismo y mi extremada necesidad de satisfacer las necesidades de los demás, quizá no hubiera pasado nada. Ambos factores fueron determinantes para que yo desarrollara un tca. No quería ser más bonita, ni parecerme a ninguna modelo, ni nada semejante. Quería con desesperación verme frágil, porque sentía que mi mundo se caía a pedazos y deseaba hacer eso visible en mi cuerpo, en mi persona.Quería que mi madre, mi hermano, mis maestros, incluso mis amigos, se dieran cuenta de que no soy tan fuerte como a veces me veo. Quería estallar en pedazos para así mostrar la presión a la que me sentía sometida.

Fotografía de Dorothea Lange. Toward Los Angeles, California, 1937

Aún hoy soy sumamente perfeccionista y a menudo me exijo implacablemente. Sin embargo, también he aprendido a reconocer que tengo límites, y sobre todo, a perdonarme cuando me equivoco y a reírme de mí misma. Sobre las cosas que pasaron en mi infancia y adolescencia, creo que fueron accidentes (biológicos como una enfermedad o fácticos como un choque automovilístico), que nada de lo que pasó fue culpa de nadie. Y haber sobrevivido a eso hoy me hace distinta, más fuerte, más madura. Le da un eco de profundidad lo mismo a mi risa que a mis lágrimas que de otra forma no existiría. Aún hoy hay días en que quisiera sólo verme frágil y no tener que reconocer mis debilidades o asumir la responsabilidad que me toca. Esos días me digo que crecer y recuperarme es poder actuar distinto. Y entonces escribo, pido un abrazo, me tomo dos minutos para llorar o salgo a caminar. Y después, sigo con lo que estaba porque el mundo siempre sigue girando. Porque no hay culpables, sólo responsables.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Familias que enferman

Dicen que infancia es destino, y atendiendo a esa sentencia se puede explicar una buena porción de lo que yace tras un TCA o una adicción: El miedo constante, la incertidumbre de saber si habrá mañana, de cómo encontrarás a tu padre y a tu madre, de si habrá comida en casa o tendrán que mudarse de nuevo; de si papá será el hombre sonriente o la sombra arisca; de si mamá será la de los brazos dulces y la risa de cristal o la de los gritos porque alguien ha dejado huellas en la alfombra y todo está mal...


Imaen: Elm Grove, de Dorothea Lange, 1936





Todas estas son heridas e incertidumbres que adquirimos en la infancia pero que a menudo nos marcan como jóvenes y como adultos, que se agazapan bajo la superfice de nuestra "normalidad" para salir de repente en un pleito de pareja, en una crisis de llanto en el trabajo, en una pérdida inexplicable de peso o en los residuos dejados sobre la porcelana de algún baño.


En mi caso, al anhelo de mi padre porque su primogénito fuera varón, a su prematura muerte, a la tremenda depresión de mi madre, el caos doméstico y las exigencias a menudo desmedidas que pesaron sobre mí respondí con huelga de hambre, léase anorexia. Hay gente que necesita más que esto, hay a quien le basta con menos para padecer un TCA.


Lo que importa es que la infancia no dura para siempre. Que aunque haya sido terrible, podemos crecer y ser adultos, y ser entonces otros. Sin embargo, debemos recordar que la madurez no es algo que llegue por acumulación inevitable de años; es una lucha que implica energía, fortaleza, valor. Madurar es abrir tus heridas para que sanen, enfrentar tus fantasmas y tomar de la mano al pequeño niño o niña que llevas dentro para mostrarle que ahora todo está bien porque tú haces que esté mejor.


Fotografía de la serie Miedos, de Cannon Bernáldez.

martes, 11 de noviembre de 2008

Reconocer el esfuerzo

Esta mañana Ysabel Francis, colega periodista de Venezuela, me regaló una sopresa: un premio al ezfuerzo personal. Como soy un poco bruta para la tecnología (vivo en el siglo XXI por puro error, y si amo la red es porque constituye una fuente inmensa de conocimiento impensable antes de esta época) nunca he entendido bien cómo funciona eso de los premios a los blogs. Hoy, luego de varios clicks, pude medio comprenderlo.


Si tuviera que nombrar siete blogs que destacan por su esfuerzo no sabría por donde empezar, así que limito mi campo de atención a los blogs que tratatan sobre trastornos de alimentación o temas relacionados, y por lo tanto colindan con este espacio. En esta categoría, nombraría a los blogs de Verónica (Skyline) y Yomeniego. A la primera por crear su página verdadanaymia a partir del sufrimiento de tener a alguien cercano con un TCA, a la segunda por sus luchas enconadas. Además, a Pa, la Webmistress de lostillusions y a Petitsweet de la petit mort. De entre las cuatro, destacaría la labor de Pa y de Petitsweet, ambas chicas valientes que luchan o lucharon contra un trastorno de la alimentación y ahora tienen páginas brillantes que brindan información sobre los trastornos de la conducta alimentaria. Y, ya que la petit mort no es blog, menciono entonces a Dhanev, una chica con una sensibilidad asombrosa que muestra a menudo en sus entradas.
Un lugar especial merece Sara, de la iniciativa unespejomilventanas. Sara escribe con valor sobre el trastorno que sufrió, mirándolo retrospectivamente y también en prospectiva, con la particularidad de que también publica eventualmente posts de sus padres.
Dos páginas que me gustan también son la de Ana, anabuscaunsitio, y la de Nadis, venenoparaunahada. Sin embargo, creo que el esfuerzo de ellas es distino: una lucha con las palabras (Nadia también emplea mucho imágenes) por documentar el sufrimiento que produce un TCA vivido desde adentro. Ellas no informan, dan testimonio.

Imagen tomada de www.b1enestar.com

Pero en realidad, estas menciones no son premios ya que justo mi post anterior menciona a personas que, aunque no escriban en blogs, creo que han hecho un esfuerzo extraordinario que, aunque es personal, que trasciende las fronteras de ellos mismos para inspirar a otros.

Por útlimo, gracias a Ysabel y una disculpa por violar con esta entrada cuanta regla de los premios internáuticos existe. Ysa es una chica sumamente emprendedora, que se graduó de periodismo con una tesis sobre la imagen de la mujer venezolana en los medios de comunicación. Trabaja en varios medios venezolanos y su blog missperiodista aborda temas de belleza, salud y otros.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Cambiar el mundo. Recuento implícito de mis héroes


Para quienes me han enseñado que el mundo sí puede cambiar.
Para Dhanaev, Yomeniego y Oveja Rosa (por recordarme la que fui).
Para ITL, MSP, ACM, MM, y mis otros hermanos de
utopías. Porque con ustedes llegué a ser la que soy.

Este post va muy relacionado con el anterior. Porque la rebeldía es declararse en guerra contra el mundo hasta cambiarlo.
No sé cuando fue la primera vez que quise cambiar el mundo. Para muchos, este deseo que se transforma en lucha viene indisolublemente ligado a la adolescencia cuando: 1.- Te das cuenta de que el mundo está jodido. 2.- Crees que la situación puede cambiar. 3.- Te da por intentar cambiarlo. Para muchos el fin de la adolescencia significa el fin de los puntos 2 y 3, ante el cada vez más firme convencimiento del 1.
Hace unos meses, una amiga me hizo recordar la primera vez que me plantee seriamente que el mundo tenía que ser distinto de como es. Tenía ocho años entonces, y ahora, que estoy cerca de cumplir los 25 y ya lejos de lo que normalmente se admite como adolescencia, sigo igual de terca en lo mismo. Pienso que el mundo debe cambiar, mucho y de muchas maneras. Esa convicción mueve mucho de lo que hago, desde hacer trabajo voluntario gratuito hasta escribir este blog (y muchas otras cosas que no vienen a cuento).

Tamara en el Bugatti verde, autorretrato de Tamara de Lempicka. Como sintetizó la revista Auto-Journal en 1974, “el autorretrato de Tamara de Lempicka es la imagen real de una mujer independiente que se hace valer. Una mujer libre”.


Conforme pasa el tiempo, cada día me convenzo más de que el mundo está tristemente mal. Digo, basta con abrir los periódicos o ver un noticiario para presentirlo. Sin embargo, contra la experiencia, sigo creyendo que la situación puede cambiar porque conozco a muchas personas que han demostrado que la esperanza es el más necio de los sentimientos: Activistas que perdieron a sus parejas en los 60 bajo las balas del poder, exiliados que tuvieron que dejarlo todo para salvar la vida, madres de desaparecidos políticos, señoras de ochenta años que cada día toman su bolsa de mercado y salen, con su reuma y sus achaques, a enfrentar al mundo con una sonrisa. Amigos que, pese a los guiños del poder, las vueltas de la vida y la edad, no dejan de ser críticos. Todos ellos son mis héroes.
Y entre mis héroes y heroínas cuento también a varios hombres y mujeres que se han recuperado de un trastorno de la alimentación o una adicción. A ell@s los admiro porque al final un TCA o una adicción son producto no sólo de tonterías de adolescencia, "modas" o algo semejante; son producto de nuestra sociedad con sus estereotipos, enfermedades, traumas y decadencias. Son un síntoma del "malestar" de nuestra cultura que se revela en sus miembros más sensibles. Y quienes se han recuperado dan testimonio de algo valioso: el mundo (al menos nuestro mundo particular) sí puede cambiar. Ellos son pruebas vivas de ello.

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails