lunes, 25 de enero de 2010

No quiero ser una princesa: La gran guerra de Nel.la

Son casi dos meses sin escribir aquí. He estado ocupada con el fin de semestre de mis alumnos, y estuve un par de semanas fuera de la ciudad (acá tengo unas fotos de mi viaje). Ahora vuelvo para escribir una entrada que debía desde hace mucho tiempo.

Nel.la es una de las personas que más admiro por su lucha para recuperarse de un TCA crónico después de haber sufrido de abusos. Hace tiempo que cerró su blog La gran guerra de Nel.la. Llegué a leerlo un par de veces, y ahora ella accedió a enviarme algunos materiales de ese testimonio que ha decidido dejar en el pasado.

Quise mostrar algo de su viejo blog aquí, porque a veces es necesario mostrar que alguien que estuvo tan mal puede estar bien. Así que las dejo con unas palabras de esta hermosa y valientísima mujer, deseando que tengan un año excelente, lleno de dicha, y de risas, donde hasta el dolor tenga su sentido y, por supuesto, su fin.

* * *

No soy una princesa, nunca quise serlo: ni de cuentos, ni de la típica peli Disney, ni de la realidad con el palacio y todos los lujos y obligaciones reales... yo quería ser el príncipe que corría grandes aventuras, o mejor el caballo que corría veloz por las praderas, o el lobo que aullaba a la luna y se sentía libre danzando por el bosque, o el águila que volaba lejos, muy alto, hasta tocar el cielo con sus alas y sus sueños...

Nunca quise ser perfecta. Nunca me vi perfecta, pero no tenía demasiados complejos, y desde luego no me veía gorda. Siempre creí (y lo sigo creyendo) que la belleza se encontraba en el interior de cada uno. No busco un ideal de belleza externa: delgadez, estar en forma, tener un pelo a la última, ir maquillada y a la moda... No soy así.

Sé que mi problema con la alimentación no es por encontrar mi peso "ideal". Sólo al principio de mi enfermedad busqué una meta fija. Ahora me doy cuenta de que la cuestión no es adelgazar hasta tener un peso X. Dejar de comer y vomitar (negarme ese placer de la vida, esa necesidad biológica) era una manera de castigarme, y cómo no, de ahuyentar a los indeseables de mi lado (no quería ser una mujer "sexi" para que los hombres no me desearan), de que se alejaran de mí para no volver a llorar nunca porque alguien me hubiera forzado a hacer algo que yo no quería...



Nunca busqué la perfección (¿qué perfección hay en dejar de comer y estar en los huesos?), y mucho menos me he considerado una princesa (no resultaría muy atractivo ver a la Cenicienta -por citar una- metiéndose los dedos en la garganta para vomitar después de atiborrarse sin control: no sería un cuento, sino una película de terror).

Hoy me he pesado y me he asustado más incluso que cuando gano algún kilo. He perdido casi dos en la última semana (creo que es el peso más bajo desde que entré en esto, no peso eso desde que tenía unos 12 años). Mi parte enferma se alegra (¿cómo no?), pero a la vez sé que eso me atrapa más y más en la enfermedad, y me acerca kilo a kilo a la tumba...

Me miro al espejo: desde los huesos de las caderas hacia arriba casi puedo admitir que estoy delgada (clavículas, columna, escápulas, costillas... demasiado prominentes, tanto que sentarme a una silla me causa dolor, tanto por los huesos del culo, como los de la columna en el respaldo...), pero ya empiezan a gustarme partes de mí que siempre he visto gordísimas, como las piernas. Siguen siendo mi parte más gruesa, pero parece que ya están más acordes con el resto del cuerpo... obviamente la ropa me viene grande, pero aprieto el cinturón, y arreando.

Qué difícil soy: si subo de peso, me pongo paranoica, pero si bajo también, y si me mantengo me desespero... la cuestión es que nunca estoy contenta.

* * *

Mi adolescencia fue probablemente la peor de mis etapas. La recuerdo como un mar de dolor sin fin en el que no veía salida. Empezaron mis problemas con la alimentación, luego con las drogas y la auto-mutilación, la depresión y las ideas de suicidio. A esto se sumó el rechazo de todas las personas que tenía a mi alrededor: profesores, familiares y amigos. Todo esto me hundió en la miseria más absoluta que puede llegar a experimentar el alma humana, un vacío total de sentido, una ausencia absoluta de esperanza o de ganas de vivir o luchar por nada, y mucho menos por mí.

Estas situaciones me llevaron de un ingreso a otro. Los problemas con la alimentación y el consumo de sustancias me afectaron profundamente, no sólo a nivel mental, sino físico. Durante años fui un caso perdido, destinada a vagar de un hospital a otro, toda empastillada. Perdí los límites de la realidad, de mi cuerpo, de lo que me rodeaba. Vivir o morir me resultaba indiferente, al fin y al cabo me sentía muerta en vida, y prácticamente así era. Intenté suicidarme, al fin y al cabo mi vida había perdido hacía mucho tiempo el sentido. Lo intenté más de una vez, y fue un milagro que me salvase de cada una de ellas, porque no eran leves tentativas de suicidio, sino muy serias, en las que los médicos se asombraban de que me recuperase. Podría haber muerto varias veces, pero creo que en el fondo tenía tantas ganas de volver a vivir, tanta "magia" esperando despertar, tantos sueños dormidos, tanto amor que no quería ni mirar, tanta fuerza por luchar... que mi espíritu decidió seguir adelante a pesar de todo, curando a mi cuerpo de las heridas mortales que mi dolor le causaba.



El primer paso que di fue dejar la medicación. Puede parecer ilógico y contraproducente, pero me dejé guiar por mi instinto, por lo que me dictaba el corazón, ya que los médicos, los fármacos y todos los "psi-" que me habían tratado no habían conseguido hacer nada por ayudarme. Los médicos se llevaron las manos a la cabeza, pero así y todo lo hice, de todas maneras no tenía nada que perder.

Al dejar la medicación empecé a ser yo misma y a ser verdaderamente consciente de lo que me pasaba, eso sí, al principio lo pasé muy mal por el síndrome de abstinencia. La medicación, al igual que ayudaba a suavizar un poco mis síntomas (aunque nunca encontraron una que me fuera realmente bien), me anulaba como persona. No me dejaba pensar con claridad, ni leer, ni estudiar, ni entusiasmarme por algo...

Luego lo que de verdad empezó a curarme y por lo que volví a recuperar las ganas de vivir, fue volver a despertar aquella parte mágica que había dormido durante tantos años, aquella parte "infantil", llena de sueños, fantasía... me di cuenta de que esa parte era inseparable de mí y que los fármacos y el dolor la habían anulado. Siempre fui una gran soñadora, muy imaginativa. De pequeña destacaba en todas las asignaturas de arte y literatura, y contaba muchos cuentos a mi hermano salidos de mi imaginación, pero siempre tuve muy claro dónde empezaban mis cuentos y dónde la realidad (lo digo porque una psicóloga insinuó que a lo mejor los confundía y por eso estaba así de mal, y me dijo que dejara de escuchar a mi imaginación). Dejar ese mundo fue un error, porque, para bien o para mal, era ese mundo el que me salvó durante años de una realidad que muchas veces podía llegar a ser muy dura, tanto en casa, como en el colegio (mis compañeros solían marginarme porque era diferente). Era mi refugio y a la vez formaba una parte inseparable de mí, de mi ser.

Ese mundo volvió a despertarse en mí, y empecé a expresarlo a través del arte: poesía, escritura, pintura y música. Me di cuenta de que si quería ser feliz mi vida tenía que ir encaminada en esa dirección y fue así como encontré al mayor de mis maestros y amigos en mi vida, inagotable fuente de alegrías: el Piano. Y dirigí mis energías y mis ilusiones hacia él, lo que me ha ido curando de verdad. Yo no tenía una vida propia, así que era como empezar de cero, y eso me daba una gran ventaja: podía elegir el camino que quisiera, porque no tenía expectativas puestas en mí. Decidí elegir el camino que me hiciera más feliz, porque ya había sufrido bastante...

También estas experiencias me han ayudado a apreciar la vida mucho más, a luchar por lo que de verdad me hace feliz, sin ese miedo que tiene tanta gente al "qué dirán", porque la vida es demasiado preciosa como para desperdiciar las cosas importantes o dejar de luchar por nuestra felicidad sólo por miedo a que otros nos juzguen.

A veces me sorprende que a pesar de todo siga de una pieza. Me sorprende que siga ilusionada ante la vida, creyendo en las personas, creyendo que los sueños pueden hacerse realidad, soñando despierta, dando todo el cariño que puedo a las personas que me rodean, riendo como si la vida fuera una fiesta continua, sonriendo a los extraños, haciendo el payaso para que los demás rían y así yo también reír con ellos... Me sorprende que a pesar de todo no me haya rendido, que no sea una de estas personas que van por la vida amargadas porque han tenido malas experiencias, porque razones para ser una de estas personas no me faltan...

Miro atrás y miro el presente, y no puedo dejar de sonreír, de sentirme orgullosa, porque he hecho mucho más de lo que yo misma creía que podía hacer, mucho más de lo que los médicos esperaban de mí, y lo que todavía me queda por hacer... Cada vez que veo a mi primer psiquiatra me sonríe, y me siento feliz, porque una vez me dijo que estaba orgulloso de mí, que era un milagro para la psiquiatría, que deberían estudiar mi caso más a fondo porque caerían muchas teorías...

* * *

Han cambiado muchas cosas desde aquel entonces. En general me siento más fuerte, más madura y más segura de mí misma, cada día con más ganas de vivir, de superarme a mí misma y de levantarme cada vez más fuerte y con más energía. También he aprendido que los baches son inevitables, pero de mí depende no dejarme hundir demasiado cuando eso ocurre y levantarme lo más deprisa posible, además de día a día aprender un poco más sobre esta aventura de vivir, con sus días de sol y de lluvia, para que cada día que pase pueda aumentar mi fortaleza y mi mundo interior...



Marque lo que marque la báscula, haga el tiempo que haga, lleve mejor o peor los estudios, esté resfriada o no, tenga un montón de cosas que hacer... quitároslo de la cabeza: estar bien no es algo que dependa del exterior. Estar bien depende de nuestra actitud, de estar en paz con nosotras mismas. Ciertamente a veces ocurren desgracias ajenas a nuestra voluntad, pero incluso esas desgracias son mucho más fáciles de afrontar cuando nos encontramos bien psicológicamente que cuando no es así.

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