jueves, 14 de febrero de 2008

Porque el corazón tiene motivos que la razón no conoce

Al final (después de pláticas con amigos --principalmente psicólogos o gente que ha estado tiempo largo en terapia--, varios comentarios de las chicas del foro --que siempre son como ángeles-- y de algunos bloggers) me he decidido a continuar con mi terapeuta.
Lo decidí como una práctica tremenda de perdón y de esperanza.
De perdón, porque mi terapeuta me pidió una disculpa y yo, aún con todo mi enojo, mi inseguridad, mi hipercrítica, mi elevado nivel de autoexigencia y mi soberbia, la acepté. Porque también, en un modo menos doloroso, tuve que perdonar a mi poeta, porque hay veces que quienes te aman buscan protegerte, y al final fracasan en el intento porque no saben qué es exactamente lo mejor para ti (mucho menos si tú no lo dices), y porque finalmente son humanos. Al que más trabajo me costó perdonar fue al amigo de mi poeta. Primero, porque ni siquiera me pidió una disculpa (según él no me la debe, y debo aceptar que yo me porté muy agresiva cuando conversamos sobre el asunto), y segundo porque a veces es difícil lidiar con el hecho de que personas que ni siquiera amas pueden también lastimarte.
(Siempre he creído que sólo quienes amas pueden lastimarte. Y eso es lo más natural del mundo, quien te es indiferente no puede hacerte daño).


Cuadro de Salvador Dalí. Es una de mis pinturas favoritas de éste pintor, tiene un título larguísimo que no recuerdo. Pero la idea es que es Dalí pintando a su esposa Gala, observados por cinco pares de ojos. La terapia es también verte, que te vean y ver cómo te ven.


De esperanza, porque esta decisión implica que creo de alguna forma en la terapia, que creo en la posibilidad de vivir mejor y de dejar que otros --que ni siquiera son parte de tu vida más vida, como un terapeuta-- te ayuden a conseguirlo.
Volver a terapia (en un proceso de recuperar mi lugar seguro) es mi profesión de fe de que creo que es posible vivir con menos dolor.
Y lo digo desde donde lo vivo, que no es precisamente el club de los optimistas. Lo digo desde el lado oscuro de la vida (y de la Luna), desde una vida llena de pérdidas irremediables --en mi caso, muertes trágicas--, desde una enfermedad debilitante, crónica, progresiva y mortal --anorexia o lo que sea--.
Pero también lo digo desde el lado de la vida donde amanece y atardece. Lo digo desde una vida llena de amor, y desde la inmensa fortuna de haber nacido con un fuego interno que no se apaga (el mismo que a veces amenaza con quemarme), y desde la oportuna casualidad de haber conocido gente, lugares, ideas y obras de arte maravillosas.

Cambiarnos a nosotros es cambiar el mundo.
Besos y gracias totales a tod@s.

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