miércoles, 28 de febrero de 2007

Seréis sólo hombres o mujeres

Y el dios de los reaccionarios dijo:
seréis en todo hombre o mujer y sólo así viviréis...


Kant proponía que los a priori de la percepción humana eran el tiempo y el espacio. En lo personal, creo que hay otros a priori: masculino y femenino, que no son más que formas en que los seres humanos nos percibimos unos a otros para clasificarnos y etiquetarnos. Pienso que el alma y el corazón de los seres humanos nacen y existen sin tener un género determinado. Sin embargo, bajo los a prioris de este mundo prejuicioso, mi alma es mayoritariamente masculina.
Quizá por eso desde niña me dijeron que algunos de mis talentos más sobresalientes eran completamente indeseables, por lo menos en una mujer. Me inculcaron la idea de que el carácter dominante, el liderazgo, la fortaleza, el valor y la entrega a grandes causas son típicamente masculinos. Y yendo más lejos aún, la sociedad machista y extremadamente católica donde fui educada pretendió imponerme la idea de que el amor por el arte, el conocimiento y la verdad eran propios exclusivamente de los hombres.
Tal vez al principio cedí un poco en la exigencia intransigente de ser más dulce, más tierna, más una niña, y hoy todavía me arrepiento de eso. Pero pronto comprendí que si sólo podía dar gusto a otros sacrificando mi esencia, más me valdría ser una proscrita.
Así, en mi mundo de monjas y machos, yo me negué a ser otra, a “ser más mujer”. Estoy orgullosa de todo lo que soy espiritual e intelectualmente; por eso decidí no cambiar a costa de una aceptación que nunca necesité ni pedí. Mi alma entera es lo que más amo de mí y decidí que no me traicionaría, que mi forma de ser no era negociable, ni aún a cambio del amor de mis padres o de mi Dios.
Sin embargo, por más que odié muchos de los preceptos de quienes me educaron, no pude evitar que algunos de ellos penetraran en mi alma hasta hacerse míos. Además, creo que el mundo donde crecí tiene un sistema de dominación bastante perfeccionado: no permite la duda ni la contradicción, ambas son pecado de soberbia. Por eso no pude ir a contracorriente en todo, necesitaba un grado mínimo de aprobación, de amor. Sin bien elegí no cambiar ni en un ápice mis pensamientos y actitudes masculinas, opté por transigir en algo mucho menos valioso para mí: el aspecto exterior, el físico.
En mi entorno la feminidad física siempre ha sido equiparable con la pequeñez, con la fragilidad. Así las mujeres demasiado altas siempre han sido tachadas de poco femeninas, y si además de altas son gruesas reciben calificativos como el de “saca borrachos”.
No soy excesivamente alta, pero mi erguido caminar y mi afición por los zapatos de tacón crean la falsa impresión de que tengo una estatura mayor de la que realmente poseo. Por eso comprendí que al menos bajita no podía ser, pero sí podría ser pequeña de otra forma: siendo fina. Entendí que nunca sería emocionalmente frágil, que no sacrificaría la fuerza emocional y espiritual que tanto me enorgullecía, pero que sí podría ser físicamente débil.
Cedí en vestirme, hablar, caminar, peinarme, maquillarme y ser en todo mi exterior una mujer. Y a cambio gané mi libertad de ser completamente masculina en mis emociones, intelecto y actitudes. Cumplí mi parte del pacto: Fui pequeña y frágil a cambio del amor y aceptación que no pude obtener de otra forma. Y no me arrepiento.
Quizá algún día pueda comprender que no necesito ceder en nada para que me amen –si me aman de verdad–, y que los seres humanos somos entes en los que el cuerpo es tan valioso como el alma, no menos. Ojalá que ese día no llegue demasiado tarde.

3 de febrero de 2003

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