De la parte esencial relacionada con admitir la enfermedad y aceptar la terapia he hablado en esta entrada (El camino hacia afuera).
Pero creo que hay otra parte que no he dicho y que responde a la pregunta: ¿Qué le diría yo a alguien que sufriera de anorexia?
Enamórate, vete de viaje, camina hasta donde jamás creíste que tus pies serían capaces de llevarte.
Pero creo que hay otra parte que no he dicho y que responde a la pregunta: ¿Qué le diría yo a alguien que sufriera de anorexia?
Enamórate, vete de viaje, camina hasta donde jamás creíste que tus pies serían capaces de llevarte.

Malflor, tomada del blog encendidaenbuenosaires
Vete de fiesta, conoce nuevas personas, lee, descubre que el mundo es mucho más ancho que las cuatro paredes donde a menudo te encierras.
Gasta toda tu energía, agótate. Levántate de madrugada, mira el amanecer, báñate en un río o nada desnuda cuando nadie mire. Pasa el día entero de un lado a otro, duérmete al amanecer bailando o charlando con alguien como si no fuera a existir mañana, como si ese fuera el último día de tu vida. Al menos una semana del año pasa cada noche bajo un techo distinto, conoce un lugar en el que nunca hayas estado.
Gasta toda tu energía, agótate. Levántate de madrugada, mira el amanecer, báñate en un río o nada desnuda cuando nadie mire. Pasa el día entero de un lado a otro, duérmete al amanecer bailando o charlando con alguien como si no fuera a existir mañana, como si ese fuera el último día de tu vida. Al menos una semana del año pasa cada noche bajo un techo distinto, conoce un lugar en el que nunca hayas estado.
Fue viviendo así, al límite como descubrí dos de las cosas más importantes que me llevaron a recuperarme: primero, que la vida puede --y tiene que ser-- algo más que el hecho de no morir y, segundo, que para vivir necesitamos energía, necesitamos comer, dormir.
Y por último, siente, hasta que duela si es necesario. Llora si ves una anciana mendigando, si sientes de repente que el mundo es insportablemente feo, que la vida es un lastre demasiado pesado. Pero conmuévete también hasta las lágrimas cuando veas un par de hongos crecer en una cuarteadura del concreto, al pie de un árbol, tras la lluvia; cuando te cedan el asiento en el metro, cuando un indigente te regale flores.
Y por último, siente, hasta que duela si es necesario. Llora si ves una anciana mendigando, si sientes de repente que el mundo es insportablemente feo, que la vida es un lastre demasiado pesado. Pero conmuévete también hasta las lágrimas cuando veas un par de hongos crecer en una cuarteadura del concreto, al pie de un árbol, tras la lluvia; cuando te cedan el asiento en el metro, cuando un indigente te regale flores.

Así es como uno vive de verdad. Como uno descubre que la vida y un TCA no se llevan, que la anorexia y la bulimia le roban demasiado espacio a lo otro, lo que importa, y su coexistencia es incompatible a la larga.