Hoy por fin llegó. Como esos regalos y plazos que tanto deseas que se cumplan hasta que los tienes encima. Estas son las conclusiones que extraigo de mi diagnóstico:
· No estoy sana ni estoy enferma. Simplemente soy rara. Siempre quise ser el tipo de persona que está más allá de las clasificaciones, pero ahora que he logrado mi objetivo comprendo lo aterrador de sentir que uno se muere y no poder saber de qué.
· La vida es un valor sólo para los imbéciles. La única certeza que nace con nosotros es la de que habremos de morir. ¿Cómo aferrarse entonces a conservar lo que uno tiene más incierto en la vida? Esa labor la dejo para los necios. Para mí quedan como valores el amor, la libertad, la justicia y la verdad (en ese orden).
· ¿Qué es la normalidad? Es un concepto que extravié hace muchos años, que deseché para hacerle lugar a poemas de Sabines, citas de filósofos e historias de gente que quiero. Es algo que deja de existir cuando uno vive rodeado de periodistas, filósofo, artistas y activistas. ¿Qué es lo normal entre nosotros, donde los que no mueren nos matamos?
· La normalidad también es un mito que resulta verosímil porque, en mayor o menor parte, los miembros de una sociedad se identifican con él. Sin embargo, la persona “normal” no existe, como no existe el consumidor “promedio”. Ambos son invenciones, fruto de la convención y de las aspiraciones de los miembros más cobardes de la comunidad.
· Nadie es normal. Pero la normalidad es un escudo que sirve perfectamente para esconderse tras él cuando se tiene miedo de ser único y original, de ser auténticamente uno mismo. Así, todos estamos locos. La humanidad se dividen entonces en dos partes: los cuerdos que aceptan esta verdad y viven en consecuencia; y los más locos, quienes verdaderamente deberían estar encerrados como premio a su cobardía (después de todo, en un manicomio nadie se va a fijar si cuatrocientas personas son clones idénticos que juegan a ser “normales”, pobres esquizofrénicos, divorciados no de la realidad sino de sí mismos).
· Y aunque la normalidad no existe, hay gente tan alejada de ella que jamás debe toparse con un psicólogo, en aras de la salud mental de ambas partes. Yo no quiero ser la puerta por donde un incauto con ganas de ayudar al prójimo se asome a los abismos de los dilemas éticos y/o estéticos, la autodestrucción y el amor desmesurado por el mundo (síntesis de los dos anteriores).
· No somos sólo un montón de sustancias químicas que conviven en delicado equilibrio, ni el cúmulo de nuestras experiencias, tampoco una mezcla entre ambos. Quiero creer que hay algo más en nosotros que nos hace ser como somos, sentirnos felices o desgraciados.
· Quiero creer que todas mis respuestas están en mí. Y que tarde o temprano las encontraré, antes de que la cárcel de mi cuerpo se quiebre, llevándose su preso consigo.
· No estoy sana ni estoy enferma. Simplemente soy rara. Siempre quise ser el tipo de persona que está más allá de las clasificaciones, pero ahora que he logrado mi objetivo comprendo lo aterrador de sentir que uno se muere y no poder saber de qué.
· La vida es un valor sólo para los imbéciles. La única certeza que nace con nosotros es la de que habremos de morir. ¿Cómo aferrarse entonces a conservar lo que uno tiene más incierto en la vida? Esa labor la dejo para los necios. Para mí quedan como valores el amor, la libertad, la justicia y la verdad (en ese orden).
· ¿Qué es la normalidad? Es un concepto que extravié hace muchos años, que deseché para hacerle lugar a poemas de Sabines, citas de filósofos e historias de gente que quiero. Es algo que deja de existir cuando uno vive rodeado de periodistas, filósofo, artistas y activistas. ¿Qué es lo normal entre nosotros, donde los que no mueren nos matamos?
· La normalidad también es un mito que resulta verosímil porque, en mayor o menor parte, los miembros de una sociedad se identifican con él. Sin embargo, la persona “normal” no existe, como no existe el consumidor “promedio”. Ambos son invenciones, fruto de la convención y de las aspiraciones de los miembros más cobardes de la comunidad.
· Nadie es normal. Pero la normalidad es un escudo que sirve perfectamente para esconderse tras él cuando se tiene miedo de ser único y original, de ser auténticamente uno mismo. Así, todos estamos locos. La humanidad se dividen entonces en dos partes: los cuerdos que aceptan esta verdad y viven en consecuencia; y los más locos, quienes verdaderamente deberían estar encerrados como premio a su cobardía (después de todo, en un manicomio nadie se va a fijar si cuatrocientas personas son clones idénticos que juegan a ser “normales”, pobres esquizofrénicos, divorciados no de la realidad sino de sí mismos).
· Y aunque la normalidad no existe, hay gente tan alejada de ella que jamás debe toparse con un psicólogo, en aras de la salud mental de ambas partes. Yo no quiero ser la puerta por donde un incauto con ganas de ayudar al prójimo se asome a los abismos de los dilemas éticos y/o estéticos, la autodestrucción y el amor desmesurado por el mundo (síntesis de los dos anteriores).
· No somos sólo un montón de sustancias químicas que conviven en delicado equilibrio, ni el cúmulo de nuestras experiencias, tampoco una mezcla entre ambos. Quiero creer que hay algo más en nosotros que nos hace ser como somos, sentirnos felices o desgraciados.
· Quiero creer que todas mis respuestas están en mí. Y que tarde o temprano las encontraré, antes de que la cárcel de mi cuerpo se quiebre, llevándose su preso consigo.
The jewel 3-Borek Sipek, Jan Saudek, 2005
Viernes 7 de febrero de 2003
Resultados de la evaluación que me hicieron para determinar si tengo un trastorno alimentario:
Valores normales = manejo de las emociones y sensación de efectividad.
Dentro de la escala de trastornos alimentarios = perfeccionismo y ascetismo.
Por debajo de la escala = preocupación por la delgadez, satisfacción corporal, mecanismos de compensación, temor a madurar, incapacidad de ser adulto, inseguridad social, aislamiento.
Diagnóstico: No tengo el perfil de anorexia nerviosa.
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