miércoles, 28 de febrero de 2007

Estética. ¿Qué es lo bello?

Para mí la estética es la ciencia, disciplina o estudio que se ocupa de LO BELLO, así con mayúsculas, como lo pensaba el alucinado de Platón con su locura de las Ideas.
Ahora, lo estético yo creo que es todo lo que nos produce placer sensorial. Los occidentales tendemos mucho a asociar lo estético con lo visual, y si acaso somos muy cultos (o melómanos, o bailadores) pues con alguna otra de las formas de las llamadas bellas artes. Pero en realidad yo creo que lo estético es mucho más amplio e incluye también un buen café, una caricia prodigiosa, un perfume exquisito.
La estética también se ocupa de los cánones, es decir, de los modelos que nos permiten determinar por qué algo es bello. El equilibrio, la proporción, la variedad o el ritmo son valores estéticos que forman parte de la mayoría de los cánones de belleza, pero cada ejemplo de lo bello es en realidad muy particular y no siempre cumple con todos estos valores. Pienso entonces que el canon de la belleza es algo ante todo cultural, que depende de toda una formación de la sensiblidad y un proceso histórico de una civilización o pueblo determinado. Pero finalmente, no sólo es cultural y por ello colectivo; sino que la percepción de la belleza es eminentemente subjetiva, o como dice una frase de sabiduría oriental: 'No es hermosa la estrella que lejana en el cielo brilla, sino el que de pie, absorto, la mira'.
Porque finalmente (como ya lo sabía el muchas veces sabio Kant) la belleza está en el sujeto. Y ese alemán heredero del idealismo y el pietismo nos dice algo maravilloso: lo bello es lo que permite la libre coincidencia entre el sujeto y el objeto, sin necesidad que exista la mediación de un concepto. Es decir, la belleza apela a nuestra razón, pero no a nuestra inteligencia, sino a nuestra sensibilidad y a nuestra libertad, que sabiamente Kant incluye en las formas de nuestra razón.

El cuerpo como arte

Lo que me fastidia es no poder relacionarme con mi cuerpo, sentir que no es mío, que en verdad es mi cárcel. Para mí que estoy en perfecto contacto conmigo misma, que puedo identificar y manejar mis emociones hábilmente, mi cuerpo me hace sentir extranjera
El cuerpo sirve cuando no es arte ni es placer, porque tiene que ser inútil para ambos fines y servir a otros para sólo así poder cumplir su objetivo.
El cuerpo debería ser la materialización de una idea, el puente entre lo perfecto, la cristalización de lo que somos.

Jueves 6 de marzo de 2003

¿Tengo anorexia? La anorexia y la "normalidad"

Hoy por fin llegó. Como esos regalos y plazos que tanto deseas que se cumplan hasta que los tienes encima. Estas son las conclusiones que extraigo de mi diagnóstico:

· No estoy sana ni estoy enferma. Simplemente soy rara. Siempre quise ser el tipo de persona que está más allá de las clasificaciones, pero ahora que he logrado mi objetivo comprendo lo aterrador de sentir que uno se muere y no poder saber de qué.
· La vida es un valor sólo para los imbéciles. La única certeza que nace con nosotros es la de que habremos de morir. ¿Cómo aferrarse entonces a conservar lo que uno tiene más incierto en la vida? Esa labor la dejo para los necios. Para mí quedan como valores el amor, la libertad, la justicia y la verdad (en ese orden).
· ¿Qué es la normalidad? Es un concepto que extravié hace muchos años, que deseché para hacerle lugar a poemas de Sabines, citas de filósofos e historias de gente que quiero. Es algo que deja de existir cuando uno vive rodeado de periodistas, filósofo, artistas y activistas. ¿Qué es lo normal entre nosotros, donde los que no mueren nos matamos?
· La normalidad también es un mito que resulta verosímil porque, en mayor o menor parte, los miembros de una sociedad se identifican con él. Sin embargo, la persona “normal” no existe, como no existe el consumidor “promedio”. Ambos son invenciones, fruto de la convención y de las aspiraciones de los miembros más cobardes de la comunidad.
· Nadie es normal. Pero la normalidad es un escudo que sirve perfectamente para esconderse tras él cuando se tiene miedo de ser único y original, de ser auténticamente uno mismo. Así, todos estamos locos. La humanidad se dividen entonces en dos partes: los cuerdos que aceptan esta verdad y viven en consecuencia; y los más locos, quienes verdaderamente deberían estar encerrados como premio a su cobardía (después de todo, en un manicomio nadie se va a fijar si cuatrocientas personas son clones idénticos que juegan a ser “normales”, pobres esquizofrénicos, divorciados no de la realidad sino de sí mismos).
· Y aunque la normalidad no existe, hay gente tan alejada de ella que jamás debe toparse con un psicólogo, en aras de la salud mental de ambas partes. Yo no quiero ser la puerta por donde un incauto con ganas de ayudar al prójimo se asome a los abismos de los dilemas éticos y/o estéticos, la autodestrucción y el amor desmesurado por el mundo (síntesis de los dos anteriores).
· No somos sólo un montón de sustancias químicas que conviven en delicado equilibrio, ni el cúmulo de nuestras experiencias, tampoco una mezcla entre ambos. Quiero creer que hay algo más en nosotros que nos hace ser como somos, sentirnos felices o desgraciados.
· Quiero creer que todas mis respuestas están en mí. Y que tarde o temprano las encontraré, antes de que la cárcel de mi cuerpo se quiebre, llevándose su preso consigo.


The jewel 3-Borek Sipek, Jan Saudek, 2005

Viernes 7 de febrero de 2003

Resultados de la evaluación que me hicieron para determinar si tengo un trastorno alimentario:
Valores normales = manejo de las emociones y sensación de efectividad.
Dentro de la escala de trastornos alimentarios = perfeccionismo y ascetismo.
Por debajo de la escala = preocupación por la delgadez, satisfacción corporal, mecanismos de compensación, temor a madurar, incapacidad de ser adulto, inseguridad social, aislamiento.
Diagnóstico: No tengo el perfil de anorexia nerviosa.

La dicotomía cuerpo-alma

He encontrado la verdadera causa de mi enfermedad: la profunda división que para mí existe entre cuerpo y alma.
No tengo memoria de cuándo me sentí por primera vez dividida en dos partes irreconciliables: un alma eterna de poder ilimitado y un cuerpo finito y perecedero. Así empecé a alejarme de mi cuerpo, a considerarlo una mera prisión, un límite contra el cual chocaban mis ideas, mis emociones, mi espíritu.
“El cuerpo está perfectamente separado del alma; y si el cuerpo peca hay que castigarlo para salvar el alma; y también, si el alma peca, la forma de eximirla de toda culpa es atormentando la carne.” En dicha sentencia se resume mi filosofía del cuerpo, herencia de años de educación cristiana.
Quizá mi culpa enfermiza y mi y maniquea visión de lo físico y lo metafísico no se le pueda atribuir simplemente al catolicismo; lo más probable es que obedezca a factores que se encontraban en mí antes de recibir toda instrucción religiosa, pero que se acentuaron con ésta.


Miércoles 13 de marzo de 2003,tras regresar de la Alameda

Cuando la muerte se acerca...


Sé que me muero irremediablemente y no quiero evitarlo. Y sé que me muero porque no lo evito, pero a éstas alturas lo único que quiero es que mi enfermedad sea menos dolorosa.
He escuchado que en muchas enfermedades no es el mal en sí lo que vence al paciente, sino el dolor. Por lo menos en mi caso es el dolor lo que me derrota, lo que me quita mi amor por la vida.
Levantarme cada día es doloroso, subir escaleras un franco martirio, a cada rato me golpeo en los huesos salientes, el frío no me deja moverme, la piel me sangra de tan seca. Y eso es lo que me está matando en verdad, el hecho de que ya no quiero vivir con tanto dolor. De que el dolor me ha obligado a darme por vencida, de que ya no quiero seguir luchando porque me siento mal. Y me siento mal porque ya no quiero luchar, porque ya no puedo hacer nada para mejorarme.

Pintura de Ruth Anders


Domingo 9 de febrero de 2003

Seréis sólo hombres o mujeres

Y el dios de los reaccionarios dijo:
seréis en todo hombre o mujer y sólo así viviréis...


Kant proponía que los a priori de la percepción humana eran el tiempo y el espacio. En lo personal, creo que hay otros a priori: masculino y femenino, que no son más que formas en que los seres humanos nos percibimos unos a otros para clasificarnos y etiquetarnos. Pienso que el alma y el corazón de los seres humanos nacen y existen sin tener un género determinado. Sin embargo, bajo los a prioris de este mundo prejuicioso, mi alma es mayoritariamente masculina.
Quizá por eso desde niña me dijeron que algunos de mis talentos más sobresalientes eran completamente indeseables, por lo menos en una mujer. Me inculcaron la idea de que el carácter dominante, el liderazgo, la fortaleza, el valor y la entrega a grandes causas son típicamente masculinos. Y yendo más lejos aún, la sociedad machista y extremadamente católica donde fui educada pretendió imponerme la idea de que el amor por el arte, el conocimiento y la verdad eran propios exclusivamente de los hombres.
Tal vez al principio cedí un poco en la exigencia intransigente de ser más dulce, más tierna, más una niña, y hoy todavía me arrepiento de eso. Pero pronto comprendí que si sólo podía dar gusto a otros sacrificando mi esencia, más me valdría ser una proscrita.
Así, en mi mundo de monjas y machos, yo me negué a ser otra, a “ser más mujer”. Estoy orgullosa de todo lo que soy espiritual e intelectualmente; por eso decidí no cambiar a costa de una aceptación que nunca necesité ni pedí. Mi alma entera es lo que más amo de mí y decidí que no me traicionaría, que mi forma de ser no era negociable, ni aún a cambio del amor de mis padres o de mi Dios.
Sin embargo, por más que odié muchos de los preceptos de quienes me educaron, no pude evitar que algunos de ellos penetraran en mi alma hasta hacerse míos. Además, creo que el mundo donde crecí tiene un sistema de dominación bastante perfeccionado: no permite la duda ni la contradicción, ambas son pecado de soberbia. Por eso no pude ir a contracorriente en todo, necesitaba un grado mínimo de aprobación, de amor. Sin bien elegí no cambiar ni en un ápice mis pensamientos y actitudes masculinas, opté por transigir en algo mucho menos valioso para mí: el aspecto exterior, el físico.
En mi entorno la feminidad física siempre ha sido equiparable con la pequeñez, con la fragilidad. Así las mujeres demasiado altas siempre han sido tachadas de poco femeninas, y si además de altas son gruesas reciben calificativos como el de “saca borrachos”.
No soy excesivamente alta, pero mi erguido caminar y mi afición por los zapatos de tacón crean la falsa impresión de que tengo una estatura mayor de la que realmente poseo. Por eso comprendí que al menos bajita no podía ser, pero sí podría ser pequeña de otra forma: siendo fina. Entendí que nunca sería emocionalmente frágil, que no sacrificaría la fuerza emocional y espiritual que tanto me enorgullecía, pero que sí podría ser físicamente débil.
Cedí en vestirme, hablar, caminar, peinarme, maquillarme y ser en todo mi exterior una mujer. Y a cambio gané mi libertad de ser completamente masculina en mis emociones, intelecto y actitudes. Cumplí mi parte del pacto: Fui pequeña y frágil a cambio del amor y aceptación que no pude obtener de otra forma. Y no me arrepiento.
Quizá algún día pueda comprender que no necesito ceder en nada para que me amen –si me aman de verdad–, y que los seres humanos somos entes en los que el cuerpo es tan valioso como el alma, no menos. Ojalá que ese día no llegue demasiado tarde.

3 de febrero de 2003

La muerte descarnada

Es incurable, progresiva y mortal; igual que el SIDA. Junto con el cáncer y la depresión constituye una de las grandes enfermedades de nuestro tiempo: la anorexia.
Hay enfermedades del cuerpo y hay enfermedades del alma; y las almas atormentadas se empeñan en destrozar el cuerpo que las aprisiona.
El tipo de anorexia del que hablo es una enfermedad del alma, que en la mayoría de las ocasiones poco o nada tiene que ver con las fotografías de modelos superdelgadas que adornan las portadas de las revistas. Por ejemplo, para mí las gordas de Rubens son tan hermosas como la delgada Kate Moss.
Esta categoría de la enfermedad está reservada por el contrario, para aquellos que van contra lo establecido, que quieren romper con algo: su pasado, su cuerpo, su vida.
En mi caso personal, hay en mí algo que está roto, he visto tanta muerte que más de una vez he deseado morir y esta es mi forma de buscarlo. Mi mejor amiga murió de cáncer, asesinaron a mi padre, dos de mis mejores amigos fallecieron en accidentes absurdos. Algo de todo ello ha impregnado mi espíritu, parte de esa desolación me oprime el pecho hasta no dejarme respirar.
Pero hay otra cosa que me mata, mi enemigo oculto, herencia de tantos años de educación católica: la culpa. La culpa de no hacer nunca lo suficiente, de herir a los otros, de fallarles a los que me aman, de no cumplirle a mis muertos, de no poder terminar sus misiones, de lastimar a mi Dios.
Además, ¿cómo se supone que una persona sensible conviva con el cruel mundo a diario, que luche por aliviar la miseria humana y no se entregue de vez en cuando a la desesperanza? No se puede. Los calambres, los huesos salidos, la palidez y la pérdida de cabello, son los rastros que ha dejado en mí este mundo inhumano.


The knife, Jan Saudek, 1987

El narcisismo de amar al mundo hasta el delirio tiene consecuencias físicas. Para Francisco de Asís fueron los estigmas, para Madero la muerte, para Nietzche la locura. Para mí el precio de ese amor fue barato: sólo frío y náuseas, sólo debilidad y mareos.
Sé que para el verdadero sabio desprovisto de todo egoísmo y de todo falso problema, amar a los demás y darse a ellos no debe doler, que la entrega plena es gozo puro. Pero hasta que alcance ese nivel de conciencia seguiré muriendo una de las muertes de nuestro tiempo, padeciendo esta enfermedad del alma que corroe al cuerpo.
Quizá todo esto no sería tan grave si encontrara una forma de salir de mi pecho y expresarse a los demás. Sin embargo, mi voz aún está buscando caminos y el proceso de hacerla salir es largo aún.
No pueden salvarme, mi muerte y mi salvación están en mi. Mejor pongan su fe en que encontraré lo que busco antes de que sea demasiado tarde.


26 de noviembre de 2002

lunes, 26 de febrero de 2007

¿Negación?

¿Y por qué no decir simplemente que estás enferma? Por miedo a aceptar que eres vulnerable, que te equivocas como todos. Porque a diferencia de lo que pasa con muchos, tus defectos no se ven a primera vista, hay que descubrirlos con la consiguiente decepción de pareces mejor de lo que en realidad eres.
Por miedo de que sepan que en el fondo te quiebras, que no eres fuerte como pareces, que también tienes tus límites y que éstos son imposibles de cruzar.
Por miedo finalmente a que te rechacen, o a que te cuelguen la serie de etiquetas que no estás dispuesta a cargar: que si vanidosa, supeficial, intantil. Para ti esto se trata únicamente de dolor. Por eso vives ocultándote, ocultando la enfermedad, aparentando que todo está bien, que los kilos de menos no son nada, que siempre has sido así de huesuda y de frágil.

viernes, 23 de febrero de 2007

Siberia, de Antolina Ortiz


Nombrar no es conjurar

No importa el nombre. Nombrar a los demonios no es conjurarlos.
Esto el miedo irracional a que no te quieran, a que la gente note las pequeñas fallas bajo la superficie "perfecta" y te retire su afecto.
Es la tensión sostenida hasta el agotamiento de mantener ese exterior capaz, responsable, exitoso y hasta sonriente. Porque dice la sabiduría popular que los tristes son malas personas y has notado que al final las lágrimas repelen a amigos y extraños por igual.
Es la vocecita te dice constantemente que nunca es suficiente, que te recuerda tus culpas, que te hace dudar de cada elogio, que te echa en cara tus errores.
¿Cómo se llama? ¿Nombrarla hará que se vaya? Algunos dicen que es anorexia. Lo he dicho. Y no se va.

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